13 de junio de 2015

GEORG TRAKL. Una voz desde el ocaso de la humanidad





El gran poeta austríaco Georg Trakl, creador de una aura tan poderosa que trasciende en la historia literaria europea de inicios del siglo XX. Su existencia estuvo envuelta en un halo grisáceo, pero quedaba refugio en la poesía. Le tocó vivir los horrores de la guerra, el quiebre de la humanidad y su destino hacia la nada. Él asimiló la vida como padecimiento, su genio se basó en la sensibilidad y reflexión de lo que aqueja la existencia del hombre moderno, a partir de su experiencia. 

Una voz sincera aún en pie ante la inminente desolación.


Esta es una traducción, del original en idioma alemán, al español publicada en 1949, hallada en la biblioteca de la universidad San Marcos y transcrita en su totalidad. 















GEORG TRAKL

POEMAS


Versión y prólogo de JAIME BOFILL Y FERRO

ADONAIS
LIV
Ediciones Rialp, Madrid






EL OTOÑO DEL SOLITARIO
Vuelve el oscuro otoño con su abundancia
de frutos;
de los bellos días de verano el oro se apaga.
Un puro azul aparece entre los follajes
marchitos
y el vuelo de las aves suena a viejas baladas.
El vino está en la bodega, y en su dulce
silencio
insinúa respuestas a las más oscuras palabras.

Acá y allá una cruz en la desierta colina.
En el bosque rojo se pierde un rebaño.
Se desplazan las nubes del estanque sobre el
     espejo,
el labrador tiene un ademán reposado.
La tarde roza levemente con sus alas azules,
Un tejado de bardas y unos arados.
Presto sobre el entrecejo del fatigado bajarán
las estrellas,
y ángeles asoman quedos en los ojos azules
de los enamorados que tienen el alma
angustiada.
Susurran los juncos, un escalofrío nos llega a
los huesos
si gotea negro el relente desde las ramas
     ajadas.





RONDEL
Desvanecióse el oro del día,
y el pardo y el azul de la tarde,
y de la flauta pastoril la melodía.
Murió el pardo y el azul de la tarde,
desvanecióse el oro del día.




EN HELLBRUNN

De nuevo siguiendo los azules lamentos de la
tarde
por sobre las colinas, junto al estanque de la
primavera,
como si flotasen por encima de ellas las sombras
de los muertos de antaño,
las sombras de príncipes eclesiásticos, de damas
nobles y bellas,
aún florecen las flores que estas preferían,
las graves violetas,
en los prados del anochecer y murmuran transparentes
las aguas
de la fuente azul. Y verdecen tan
espiritualmente
los robles, por encima de los olvidados caminos
de los muertos de antaño,
a las nubes doradas que se espejan en el
estanque diáfano.




GRODEK
(En el hospital militar)
Al anochecer, resuenan en los bosques de otoño
Las armas mortíferas, resuenan las llanuras doradas
y los lagos azules, sobre los que el sol
tristemente desciende. 
Envuelve la noche los moribundos guerreros, 
los desgarradores lamentos de sus bocas hendidas.


Pero lentamente acude al prado en reposo
una nube roja, donde mora un dios enojado,
la sangre vertida y un frescor de claro de luna.
A la descomposición negra y atroz todos los
caminos conducen.

Del árbol de la noche bajo las ramas de oro bajo las estrellas
pasan las hermanas, como unas sombras, por el jardín silencioso
y saludan los espíritus de los héroes, las cabezas sangrantes;
y entre los juncos flébiles suenan del otoño las flautas oscuras.


¡Oh altivo sufrir, oh altares de bronce!,
Y la llama del espíritu nutre hoy un dolor poderoso,
los nietos no nacidos aún.




DECLINAR DEL VERANO
El verde del verano se ha tornado tan leve,
tu rostro de cristal.
En el estanque de la tarde mueren las flores
lanza el mirlo un grito de miedo.

Vana esperanza del vivir. En la casa
las golondrinas se aprestan al viaje
el sol de hunde entre los verdeantes alcores,
la noche se apresta a su viaje de estrellas.

Sosiego en las aldeas. Las rodea el susurro
De los bosques abandonados. Corazón
Inclínate lleno de amor
Sobre la que duerme en reposo.

El verde del verano se ha tornado tan leve,
resuenan del forastero los pasos en la noche
de plata,
y él pensaba que un animal azul había
     cruzado el camino,
y pensaba en la armonía de sus años,
de sus años de vida del espíritu.


TODOS LOS SANTOS

Hombrecitos, mujercitas, ¡ah!, tristes,
esparcen hoy flores azules y rojas,
sobre las sepulturas de los suyos,
ante las que encienden tímidas unas luces,
y gesticulan ante la Muerte como nos pobres
muñecos.
Helos aquí con todas sus congojas y angustias,
entre los matorrales oscuros, hombres
     semejantes a sombras.
Al viento otoñal gimen los sollozos aún por
nacer,
y flotan las llamitas errantes.
En las ramas de los enamorados los suspiros
se mecen;
en un sepulcro se pudren una madre y su niño,
irreales parecen los grupos de seres vivientes,
por el viento del anochecer extrañamente
dispersos.
Sus vidas son tan confusas, tan llenas de penas.
¡Ah Dios!, compadécete del sufrir de las
     pobres mujeres,
y de sus lamentos de muerte, sin luz, ni esperanza.
De estos seres humanos caminando solitarios
por la gran sala de estrellas.




AFRA
Una muchacha con bellos cabellos castaños.
     Rezos
y jaculatorias oscurecen el frescor del ocaso.
Y la sonrisa de Afra, roja entre el amarillo
de los girasoles, y angustia y pesadez en el 
     aire.

Antaño la contempló, envuelta en el azul de
     su manto.
El monje, y la pintó piadoso en los vidrios de
     la iglesia sombría.
Y cordialmente encendía dolores sin cuento,
cuando en la sangre de él ardían las estrellas
de ella.

Crepúsculo de otoño. Y el callar del saúco.
La frente roza de las aguas el azul inquieto
un paño sucio extendido encima de un féretro.
De las ramas van cayendo los frutos podridos.
Es indecible el volar de los pájaros. Encuentro
con un moribundo; luego vienen los años
oscuros.




EL ALMA DEL OTOÑO
Clamor de cazadores y latir de canes;
quedan atrás la cruz y la colina,
Lentamente se va cegando del estanque el espejo,
duro el halcón peona con sus pasos de luz.

Entre rastrojos y senderos
se dilata medroso un oscuro silencio.
Más allá de las ramas la pureza del cielo.
Solo el arroyo corre sin descanso.

Pronto se deslizarán los peces y los animales
del bosque.
Almas azules, oscuro vagar
pronto nos separa de los otros, de los más
queridos.
El crepúsculo cambia el sentir y el mirar.

Pan y vino de un recto vivir,
Señor, pone el hombre en tus manos benignas,
su fin oscuro y todas sus culpas,
y todas sus rojas penas.




ATARDECER DE INVIERNO
Cuando se ve caer la nieve en la ventana,
Y tañen largamente las campanas del ángelus,
Muchos encuentran la mesa ya preparada,
Y la casa bien aderezada y provista.

El que anda por el mundo vagando
por oscuros caminos alcanza ya el portal
de la ciudad, el árbol de la gracia
aúreo se nutre de savia terrenal.

El viajero penetra en la casa,
el dolor le cerraba la puerta.
¡Ah qué luz despiden tan clara
en la mesa el vino y el pan!




EL SOL

Cada día desciende amarillo el sol sobre las verdes colinas;
Bello es el bosque, bellos el oscuro animal
Y el hombre, cazador o pastor.

Rojizos ascienden los peces por el estanque
verde.
Bajo la curva del cielo
ligero navega el pescador en su canoa azul.
Lentos maduran los racimos, lentas las mieses.
Cuando en reposo el día se apaga
nos aguarda lo bueno y lo malo.

Cuando en la plena noche,
sus pesados párpados alza el viajero
surge el sol por las oscuras gargantas del
     monte.




VERANO
Al anochecer enmudece la voz
Del cuco en el bosque.
Se inclinan las mieses
se inclinan las amapolas rojas.

Una negra tormenta amenaza
sobre las colinas.
La vieja canción del grillo
muere en los campos.

Ni una brisa mueve
la fronda del castaño de Indias.
En la escalera
un vestido de seda susurra.

Sosegadas brillan las velas
en la estancia oscura;
una mano de plata
las apaga luego;
noche sin vientos ni estrellas.




LA NOCHE
Os canto, abismos salvajes,
montes encastillándose
entre la tempestad nocturna;
vuestras torres grises,
desbordantes de seres diabólicos,
animales de fuego,
rudos helechos, pinos,
flores de cristal.
Tormento infinito,
perseguisteis a Dios,
espíritu dulcísimo,
y gime ahora
en las cascadas,
en los pinos azotados del viento.

En derredor fulguran los fuegos
de oro de las nubes.
Entre los negros peñascales,
precipítase ebria la muerte,
la enamorada del viento.
la olla azul
de los glaciares.
Poderosa resuena
la campana en el valle:
contra desastres y llamas,
y contra los oscuros
conjuros del goce,
se precipita hacia el cielo
la frente de piedra.




PUESTO YA EL SOL
Concitas, luna,
figuras de héroes muertos,
en los bosques callados,
tú, media luna…
con los dulces abrazos de los enamorados de
antaño
llenas las sombras fabulosas
que rodean a las peñas caducas.
Con este mismo azul
brillas sobre la ciudad
donde habita una estirpe maligna y glacial
elaborando
un futuro tenebroso
al pálido nieto.
Pero vosotras,
sombras que la luna concita
suspiráis junto al cristal vacío
del lago en la montaña.




UNA TARDE EN LANS
Vagar en verano a la media luz del ocaso
entre haces de mieses doradas. Y beber un
vino de fuego
bajo un pórtico donde las golondrinas
entran y salen.

Belleza: ¡ah melancolía y risas de púrpura!
anochecer, los oscuros vapores del prado
refrescan con un escalofrío la frente ardorosa.

El agua de plata desciende la escalera del bosque.
quedan la noche y una vida muda, en olvido,
y un amigo, y los frondosos caminos que van a la aldea.




EN PRIMAVERA
De unos pasos oscuros, cae lenta la nieve,
a la sombra del árbol.
abren los amantes sus párpados como hojas
de rosa.

Siempre del marinero la voz oscura
clama por noche y estrellas,
y ligeros los remos golpean rítmicamente el
agua.

Pronto en los muros ruinosos
florecerán las violetas.
En paz verdecen las sienes del solitario.




DECADENCIA
A la hora de la puesta de sol, cuando las campanas
nos anuncian la paz
voy siguiendo de las aves los maravillosos vuelos,
que van en caravanas, tal unos piadosos romeros
y desaparecen en la claridad de las lejanías
de otoño.

Paseando por el jardín a la luz del ocaso
sueño en los luminosos destinos de los raudos
moradores del aire,
y casi no percibo el pasar de las horas,
y sigo sin descanso aquellos trazos negros por
encima de las nubes.

El hálito de la decadencia otoñal me
estremece.
El mirlo se lamenta en las ramas desnudas;
roja la vid salvaje cruje en la mohosa verja.
Mientras, como unos pálidos niños que van a
morir
en las laderas marchitas de junto la fuente,
estremecidos, los ásteres azules a las brisas se
inclinan.




LA BELLA CIUDAD
Viejas plazuelas llenas de silencio y de sol.
En el oro y azul de la tarde
como en sueños, se apresuran unas monjas,
suaves entre el tibio callarse de las hayas.

De las iglesias pardas
las imágenes puras de la muerte nos miran,
los escudos de los grandes señores de antaño,
grandes lámparas brillan dentro de las iglesias.

Unos caballos llegan de la fuente.
Hacia nosotros tienden los árboles sus garras
de flores, y juegan unos niños,
tristes de sueños, lentos, junto al caño del
            agua.
Hay muchachas en las puertas
que contemplan la vida luminosa y variada,
tiemblan sus labios húmedos
y aguardan en el dintel, pensativas.

Vuela la voz de las campanas,
suenan pasos militares y voces de mando.
Hay forasteros en el portal de la iglesia.
Las notas del órgano en el azul se ciernen.

Canta la voz clara de los instrumentos.
En los jardines, espesor de hojas.
De bellas damas perlean las risas.
Las madres acunan al niño pequeño.

Con misterio llegan a tantas ventanas
tupidas de flores, olores de incienso
de lila y de brea, hay sobre los párpados
fatigados como reflejos de plata,
en tantas ventanas tupidas de flores.




CANTO ESPIRITUAL
Dibuja raros encajes
el parterre del jardín
al aliento azul de Dios.
orea la verde sala,
y se levanta una cruz
cubierta de vid salvaje.

Muchos gózanse en la aldea,
el jardinero guadaña,
suena un órgano lejano
y se mezclan lentamente
el canto y la luz dorada,
armonías, resplandores,
y el amor
bendice el vino y el pan.

Vienen muchachas, un gallo
canta por última vez,
rechina una antigua verja,
y entre coronas y gente
entre coronas de rosas
se alza pálida María.

Allá en la vetusta piedra,
un mendigo va rezando
como si entre sus rezos
se hubiese muerto ya;
un pastor
desciende por la ladera
y un ángel canta en el soto,
canta en el soto florido,
para que unos niños duerman.




ROMANZA EN LA NOCHE
Solitario bajo la tienda de estrellas
camina en la media noche tranquila,
el mozo, perdido aún en sus sueños.
Con la luna palidece su rostro.

La loca, suelto el confuso cabello,
mira desde la enrejada ventana.
En el estanque, los enamorados
se deslizan en su dulce viaje.

El asesino sonríe a su copa de vino,
asaltan al enfermo las angustias de muerte.
Transido el corazón reza la monja
ante Jesús crucificado.

La madre canturrea entre sueños,
el niño contempla beatamente la noche
con sus ojos tan verdaderos.
Risas en el burdel y alborotos.

En un sótano, a la luz de la vela,
el muerto diseña con manos pálidas
en las pared un terrible silencio.
Silba el respirar del durmiente.




LOS CUERVOS
Al medio día, por los rincones sombríos,
con gritos agudos los cuervos se agitan.
Sus sombras rozan a la cierva que descansa en el bosque.
A veces, con un graznido, los cuervos descansan también.
¡Ah, cómo quiebran el pardo reposo,
que en un campo recién arado se encanta!
Como una mujer, extasiada en un presentimiento profundo
que lanza de cuando en cuando un gemido.
A veces se les ve girando por sobre una carroña.
De pronto dirigen su vuelo hacia el Norte,
y como una procesión de enterradores se pierden en los aires,
que tiemblan voluptuosamente.




OTOÑO GLORIOSO
Glorioso termina el año
con el vino dorado y los frutos del huerto.
Pero callan en derredor
maravillosamente los bosques.
Y dice el labrador: “Ha sido un buen año”.
Larga y suavemente cantan las campanas del ángelus.
Hasta el último instante tengamos el alma gozosa.
Un vuelo de aves nos saluda en su viaje.

Es el tiempo suave de amar.
Si en canoa por el río bajamos
bellamente pasa una imagen tras otra,
vamos descendiendo entre la paz y el silencio.





EL PASEO

1
De cantos zumba el bosque por la tarde.
Con gravedad oscilan entre el trigo unos espantapájaros.
Las matas de saúco exhalan en reposo su perfume.
Una casa brilla de un resplandor maravilloso y vago.
En el aire dorado, un olor de tomillo.
En un pilón de piedra hay un número alegre.
Unos muchachos juegan al fútbol en un prado.
de pronto todo parece girar ante sus ojos.
Sueñas: la hermana peina sus cabellos de oro,
y escribe a un amigo tuyo que vive lejos.
Una hacina de heno, con sus bordes de oro,
vuela en el prado gris, y aun tú mismo vuelas.

2
Y el tiempo corre. ¡Oh dulzuras de Helios!
¡Visiones en el charco donde cantan las ranas!
En la arena se hunde un prodigioso Edén.
Un matorral nimbado por la luz del poniente
flota extasiado en el seno del agua.
Muere un hermano tuyo en un país maldito,
y sus ojos de acero te miran implacables.
Y aquí en nuestras tierras este olor de tomillo.
Un mozo enciende fuego no lejos de la aldea.
Con sus vivos colores vuelan dos mariposas,
en un vuelo de amor, por el aire sereno,
dan vueltas al pilón y a su número alegre.
Desciende una corneja sobre algo asqueroso.
Y tu frente se exalta por las frondas tranquilas.
Entre el espino muere un animal del bosque
blandamente. Y te sigue un sueño de la infancia.
El viento gris antojadizo y vago
recoge los perfumes murientes del ocaso.

3
Una vieja canción de cuna te da miedo.
Junto a la senda mece una mujer al hijo.
Como en sueños oyes el manar de la fuente,
del manzano descienden voces de bendición.

El pan y el vino son dulces al duro afán.
Tus manos, cual de plata, van buscando las frutas.
Raquel, la muerta, anda a través de los campos,
y con gestos de paz los sembrados bendice.
Y florece, bendito también, el seno de las pobres muchachas,
que están allí soñando junto a la antigua fuente,
y que regresan solas y alegres por el camino tranquilo,
sin pecado, con las criaturas de Dios.




OCIO DE LA TARDE
A la ventana florida vuelve la sombra de la torre y un oro apagado.
La frente ardorosa se consume de reposo y silencio.
Mana una fuente en la sombra de los viejos castaños de Indias…
la oyes solo; para tu dolorosa fatiga ya basta.
Horro está el mercado de frutas de estío y de cestos.
La pompa oscura del portal del pueblo acoge benévolamente.
En un jardín óyese el rumor de gente que juega,
son los amigos que se reúnen después de cenar.
Gozosa escucha el espíritu de las leyendas la magia blanca.
En derredor crujen las mieses que el segador
segara en la tarde.
En las chozas guarda silencio de los pobres la vida tan dura.
El farol de hierro ilumina de las vacas el ligero dormir.
Fatigados del aire van descendiendo los párpados,
Pero álzanse un poco para mirar constelaciones extrañas.
Endimión surge de la oscuridad de unos robles antiguos.
y se inclina sobre la tristeza del agua.




EN INVIERNO
Brillan los campos blancos y fríos.
El cielo es solitario e inmenso.
Rondan mochuelos sobre el estanque
y los cazadores bajan del bosque.

Silencio en las cimas oscuras.
Sale un resplandor de una choza.
Los cascabeles de un trineo a lo lejos
y lenta asciende la luna gris.

Una res se desangra junto al sendero,
cuervos chapotean en los charcos de sangre.
Unos juncos se alzan amarillos y esbeltos.
Escarcha, humo, pasos en el sendero vacío.




EN OTOÑO
Los girasoles se abren en la cerca,
y los enfermos descansan al sol.
En los campos se esfuerzan por cantar las mujeres,
y a su coro las campanas del convento se añaden.

Los pájaros cuentan leyendas lejanas,
y a su coro las campanas del convento se añaden.
De la alquería llega la voz del violín,
hoy embodegan el rojo vino.

Los hombres se muestran cordiales y alegres,
hoy embodegan el rojo vino.
Hay tumbas abiertas de par en par,
y las hace claras un rayo de sol.




LOS CAMPESINOS
Ante la ventana, un rojo y un verde estridentes,
y en la baja sala ahumada,
he aquí mozos y mozas comiendo,
mira cómo escancian el vino y parten el pan.

Del medio día en el profundo silencio,
cae de vez en cuando una adusta palabra.
Los campos se extienden sin fin
y el cielo es plomizo y triste.

En el hogar bailan, a girones, las llamas,
y en la estancia zumba un enjambre de moscas.
Las mozas escuchan paradas y mudas,
en sus sienes martillea la sangre.
Cuando un hálito animal atraviesa la estancia
las miradas de deseo se encuentran.

Un mozo dice la oración con voz monótona.
Un gallo cacarea en la puerta.
Y otra vez al campo. Un oscuro temor les asalta,
de cuando en cuando entre el rumor de las altas espigas,
mientras blanden las hoces vibrantes,
misteriosamente, a compás.




LOS RATONES
Blanca brilla en el patio la luna de otoño.
Caen del alero fantásticas sombras.
Habita el silencio tras las ventanas abiertas,
y asoman los ratones uno tras otro.

Se escurren con leves silbos a un lado y a otro.
Y un vapor espantoso les sigue
el vaho de aquella letrina,
donde fantasmal penetra la luna.

De tan ansiosos pelean y gruñen
y por la casa y el granero se esparcen
colmados de granos y frutos.
Un viento glacial por los rincones se ríe.




ANOCHECER DE TORMENTA

¡Oh las horas rojas del anochecer!
Orlada de oro en la ventana abierta,
vacila la vid sobre el cielo azul.
En la casa anidan visiones de angustia.

El polvo baila en los canalones.
Los cristales tintinean al viento;
como a un tropel de caballos salvajes
a los relámpagos empujan las nubes.

El espejo del estanque se quiebra.
Acuden las gaviotas a la ventana gritando.
Un jinete de fuego en la colina se alza,
y se deshace en llamas junto a los abetos.

En el hospital los enfermos gimen.
Murmura el plumaje azul de la noche.
De pronto desciende la lluvia del cielo
rumorosamente sobre el tejado.




MELANCOLÍA
Esta tarde descubre las desdichas del mundo
pasan chozas con huertos agostados y pardos.
Vuelas chispas de fuego sobre el estiércol quemado.
Grises y vagos dos hombres soñolientos vuelven a casa.

Corretea un niño sobre el prado seco.
Lo mira todo con el anhelo de sus ojos brillantes y negros.
De los matorrales turbio y mate el oro gotea.
Luchando con el viento, camina triste un anciano.

En este anochecer de nuevo sobre mi cabeza
callado Saturno dirige un desventurado destino.
Un árbol, un perro, parecen seguirme.

Oscuro, deshojado, se estremece el cielo de Dios.

Un pececito se desliza aguas abajo,
y roza la mano de mi amigo muerto,
y alisa la frente y la ropa.
En la estancia, una luz despierta las sombras.




CORNETAS
Entre mimbreras, donde juegan niños
morenos,
crecen matorrales, vibra el son de las cornetas.
Escalofrío de cementerio. Banderas escarlata
se precipitan
bajo la tristeza del arce. A lo largo de los vastos
trigales,
caballos y sus jinetes. Molinos vacíos.
O pastores cantan de noche y acuden los ciervos al
círculo de sus fuegos. Los milenarios
lamentos del bosque.
Unas sombras danzan sobre un muro negro.
Banderas de escarlata, risas, locura, cornetas.




PARA TARAREAR EN LA TARDE
Sol de otoño medroso y débil
Mientras del árbol cae la fruta.
Mora en los espacios azules,
una tarde larga y tranquila.

Lenguas de metal anuncian la muerte.
Un blanco animal cae al suelo.
Cantan muchachas morenas rudas canciones
y sus voces se pierden en el caer de las hojas.

La frente de Dios está soñando colores.
La locura siente el pasar de unas alas suaves.
Sombras giran en las colinas
rodeadas de vapores de muerte.

Atardecer rico de reposo y de vino.
Suenan unas tristes guitarras.
Y tú vuelves a la lámpara suave
de la estancia, como soñando.




EN LA PATRIA
Olor de reseda flota en la ventana doliente;
una antigua plaza, unos castaños negros y
            tristes.
Del tejado desciende un rayo de oro y se posa
sobre los dos hermanos, perdidos en sueños
confusos.
El limo arrastra lo muerto; rumorea
el viento del Sur en el seco jardín; en reposo
goza el girasol de su oro y perece.
Vibra en el aire claro del centinela la voz.

Olor de reseda. Se ocurecen los muros.
Duerme profundamente la hermana. El viento
de la noche revuelve sus cabellos
y la envuelve la luz de la luna.

La sombra del gato se desliza estrecha y azul
En el carcomido tejado. La luz de la vela
rechaza los males inminentes que se empinan purpúreos.




ATARDECER DE OTOÑO
La aldea parda. A menudo, unas sombras
de la gente que pasa deslízanse en los muros,
que se alzan en el aire de otoño; un hombre
o bien una mujer, o bien los muertos
en busca del frescor de su lecho postrero.

Allí unos niños juegan. Dilátanse pesadas
las sombras sobre los charcos de estiércol.
Pasan unas muchachas en el húmedo azul y tienen
los ojos llenos de las campanas nocturnas.

Para el solitario he aquí una taberna;
el buen hombre se demora paciente y tranquilo,
bajo el techo oscuro, entre el humo dorado del tabaco.
Pues lo propio es siempre insufrible.
El beodo a la sombra de los techos antiguos,
piensa en las aves salvajes que en la lejanía
pasan volando.




DE NOCHE
El azul de mis ojos se apagó en esta noche,
el oro rojo de mi corazón. ¡Ah cuán apacible
el brillar de la luz!

Tu manto azul envolvió al que se moría,
tu boca roja selló el tránsito del amigo a la
noche.




CANCIÓN DE LAS HORAS

Con ojos oscuros se miran los amantes
Los amantes rubios, radiantes. En la tenaz
            oscuridad
desmayados se buscan los trazos ansiosos.

En púrpura estalló la boca bendita. Los ojos
redondos
Reflejan el oro oscuro de la tarde de primavera
tan dulce;
los lindes y la espesura del bosque, la angustia
crepuscular del pardo;
quizá en los veranos solitarios
el indecible volar de los pájaros, la vereda
sin principio ni fin ante la aldea sombría,
cuando del azul fatigado un no sé que de
muerte desciende.
Levemente murmura en el campo la mies amarilla.
La vida es dura, pero el segador se endurece
blandiendo la hoz,
mientras el carpintero ensambla los leños robustos.
En otoño tórnase de púrpura el follaje.
El espíritu severo vive días alegres. Están maduras
            las uvas,
y en la espaciosa alquería reina un aire de
fiesta.

Los frutos dorados exhalan un dulce perfume.
Es ligera la risa del hombre contento. Música
y danza
reinan en la fresca bodega; en el jardín, al
crepúsculo,
yace el reposo, y se oyen los pasos de un niño
difunto.




DE CAMINO
Al anochecer llevaron al forastero aquel donde guardan los muertos.
Hay olor de brea; abajo susurran los plátanos rojos.
Los mochuelos tienen un vuelo oscuro; en la
Plaza los soldados montan la guardia.
El sol se ha hundido en cendales negros; siempre vuelve
el recuerdo de aquella tarde de antaño.
En la pieza contigua mi hermana tocaba una sonata de Schubert.
Delicadamente, su sonrisa parecía dirigirse a la fuente casi ruinosa
que se azuleaba a la media luz del ocaso.
¡Qué vieja es nuestra raza!, alguien murmuraba allí en el jardín.
Alguien había abandonado aquel paraíso.
Sobre la cómoda unas manzanas exhalaban un suave perfume.
La abuela encendió unos cirios de oro.

¡Oh que benigno el otoño! Quedos en el parque
se oían nuestros pasos, bajo los grandes árboles.
¡Oh cuán grave era el rostro del anochecer calor de Jacinto!
La fuente azul a tus pies,
Misteriosamente de tus labios el rojo silencio,
sombreado por el dormir del follaje, el oro
oscuro de los girasoles murientes.
Las adormideras pesaban en tus párpados que
soñaban dulcemente en mi frente.
Suaves campanas en mi pecho vibraban.
Tu rostro era una nubecilla azul inclinándose hacia mí
en el crepúsculo.
La canción de una guitarra que llega de una
taberna ignorada,
los saúcos silvestres , un día de noviembre
del que hace ya mucho tiempo, unos pasos
bien conocidos en una senda sumida en la
luz vespertina,
las vigas oscuras, y una ventana abierta,
donde queda un dulce esperar,
tan increíble todo, todo, Dios mío, que caería
de hinojos en tierra.
¡Oh qué oscura esta noche! Una llama de púrpura
se apaga en mi boca.
En el silencio fenece el resonar solitario de
las cuerdas del alma medrosa.
Deja que el ebrio de vino hunda mi cabeza en
este albañal.




CANTO DEL AUSENTE
Hay una noble armonía en el volar de las
aves. El verdor de los bosques
se aprieta más al anochecer alrededor de las
chozas;
los pasos cristalinos del corzo.
Oscuro acaricia a las sombras húmedas el
rumor del arroyo
y a las flores del verano que bellamente repican
sus campanas al viento.

Del hombre meditativo comienza a iluminarse
la frente.
Y en su corazón brilla la lámpara bondadosa
y la paz del yantar, pues el vino y el pan
son sagrados,
nos vienen de las manos de Dios. Y con ojos
de noche
te mira en silencio el hermano, descansando
            de su camino de espinas.
¡Oh morar en el azul espiritual de la noche!

En la estancia con amor envuelve el silencio
de los viejos las sombras,
los tormentos purpúreos, de una grande extirpe
de lamentos
que piadosamente al nieto solitario descienden

Pues de los negros minutos de locura más radiante despiértase
el que sufre apartado en su celda de piedra,
y le envuelve poderoso el azul fresco y la
brillante declinación del otoño,
la casa tranquila y las leyendas del bosque
la medida y la ley y de los ausentes los
enlunados caminos.




SEBASTIÁN EN SUEÑOS
La madre traía al niño a la luna clara
a la sombra del nogal y del viejo saúco,
ebria del zumo de la adormidera, del lamento
del tordo;
y se inclinaba hacia ella,
en lo oscuro de la ventana, lleno de compasión,
un rostro barbado,
y el ajuar de la casa del padre era caduco y
triste.
Amor y otoñales ensueños.

Era oscuro el día del año, una infancia triste,
y el niño bajaba quedo a las aguas frías, a
los peces de plata,
su rostro y su reposo;
porque se lanzó ante los furiosos caballos.
En la noche gris su estrella descendió sobre él.

Pero cuando de la mano helada de su madre,
al anochecer pasaron ante el cementerio
otoñal de San Pedro
un pacífico cadáver reposaba en la oscuridad
de su tumba
y levantó los fríos párpados al verle pasar.

Pero él ya era un pajarillo en una rama
desnuda,
llegaba el tañido de las campanas del
atardecer de noviembre.
El padre descansaba cuando el niño dormido
subía la oscura escalera de caracol.




EN EL PARQUE
De nuevo vagando en el parque vetusto.
¡Oh reposo de las flores amarillas y rojas!
Tristeza de estos dioses callados
y del oro otoñal de los olmos.
Inmóviles se elevan los juncos
sobre el agua del estanque cerúlea.
Al anochecer el zorzal enmudece.
¡Ah, inclina tú también la frente cansada
ante los viejos mármoles de los antepasados!




CORAZÓN, AL ANOCHECER…
Corazón,  al anochecer chirrían los
murciélagos,
dos potros saltan en el prado,
el rojo arce susurra.
El viandante descubre el parador humilde
en un recodo del camino.
Saben a gloria, frescos, el vino y las nueces.
Admirable, tambalearse embriagado en los
bosques que enrojece el crepúsculo.
Entre las ramas oscuras el tañer de dolorosas
campanas
y el rocío moja mi rostro.




HUMANIDAD
Humanidad, ante unas terribles fauces de
            fuego,
un redoble de tambores, frentes de guerrero
oscuras,
pasos por la niebla rezumando el dolor y la
sangre;
desesperación, noche en los tristes cerebros:
aquí las sombras de Eva, afanes y rojo dinero.
Nubes. Rasga el aire de la cena un rayo de luz.
Mora en el vino y el pan un dulce silencio.
Y aquellos que se han reunido son doce discípulos.
Por la noche gimen durmiendo bajo los
grandes olivos;
Santo Tomás hunde la mano en la cicatriz
de la herida.




EN UN ANTIGUO LIBRO DE FAMILIA
Siempre apareces de nuevo, Melancolía,
¡oh suavidad de una alma solitaria!
Arde al fin un día de oro.

Humilde se allana al dolor el paciente
resonante de armonías y de blanda locura.
Mira, anochece ya.

Otra vez la noche, otra vez de un ser mortal
la queja;
otra vez un hombre sufriendo.

Estremecida bajo las estrellas de otoño,
de año en año se inclina más nuestra cabeza.




MUJER BENDITA
Entre las mujeres andas,
sonriendo un poco tímida:
días de angustia se acercan.
Blanquecina se deshoja
la amapola entre los campos.

Turgente se hace tu cuerpo
y así la uva en la viña.
Lejano brilla el estanque
y en los campos la guadaña
zumba de día y de noche.

Empapado el matorral
vese de fresco rocío,
rojas descienden las hojas
y a saludar a la esposa
se acerca por el camino
un mozo rudo y moreno.





LA MOZA


1
Junto al pozo se la ve,
cuando el sol se va poniendo,
absorta junto al pretil,
cuando el sol se va poniendo,
subir y bajar los cubos.

Vuelan por entre las hayas 
misteriosos los mochuelos; 
diríase que ella misma 
se convirtió en una sombra; 
flotan sus cabellos rubios, 
y en la alquería callada 
el chillar de los ratones.

La languidez del otoño
le va cerrando los párpados,
la hierba agostada y seca
se va inclinando hacia el suelo.


2
Se recoge en su aposento.
Está en silencio la casa.
En el saúco que crece
delante de la ventana,
un mirlo dice su canto
de dulce melancolía.

A la media luz contempla
su imagen en el espejo,
y aunque es pálido el cristal
estremeciéndose la moza
al contemplarle tan puro.

Como en sueños canta un mozo
en la oscuridad tan densa.
La moza mira hacia fuera
con el alma dolorida.
Unos resplandores rojos
van goteando en la sombra.
De pronto empuja la puerta el viento del mediodía.



3
Aquella noche una angustia
se atenazaba el cuerpo,
se revolvía sin tregua
entre sus sueños de fiebre.
De su mal se mofa el viento,
y de la rama más alta
la blanca luna la acecha.

En el cielo palidecen las estrellas
y el rostro de la moza se tornaba
como si fuese de cera.
Y llegaba de la tierra
un olor de podredumbre.

Murmuran en el pantano
los juncos al aire frío.
La muchacha se estremece
abandonada en su lecho.
Un gallo canta a lo lejos.
Encima de los pantanos
brilla ya la triste aurora.



4
Dentro en la fragua el martillo
repica claro en el yunque.
El herrero lo levanta,
a la luz del fuego rojo.
Y se acerca la muchacha
con su palidez de muerta.

La moza oye una risa
como si estuviese en sueños,
y con caminar incierto
en la herrería penetra.
Siente terror y congoja
de la risa del muchacho
tan dura como el martillo.

Claras las chispas se alzan
en la herrería oscura.
Ella con un gesto vago
quiere agarrar las centellas,
pero pierde los sentidos,
y cae tendida en tierra.



5
Desfallecida en su cama
vela dulces temores.
Ve el oro de la mañana
poner resplandores claros
sobre las sábanas sucias.

Y en la ventana el reseda
y el azul del cielo claro.
El viento trae el tañido
de unas campanas lejanas.

Por encima la almohada
van discurriendo las sombras.
Lentas dan las campanadas
que anuncian el medio día.
Pierde el aliento la moza,
su boca es como una herida.



6
Al anochecer flotaban
velos rojos en el aire.
Nubes densas se extendían
por sobre los bosques negros…
Alborotaban gorriones
por entre los campos verdes.

Pálida yace la sombra.
Bajo del rústico alero
se arrullan las palomas.
Tal como en una carroña escondida en la maleza,
revolotean las moscas
alrededor de su boca.

Van llegando de la aldea,
músicas como de ensueño,
y al cesar los violines,
y al cesar la danza alegre,
vése su rostro flotando
por las callejas del pueblo
y sus cabellos de oro
rozar las ramas desnudas.









ESTA PRIMERA EDICIÓN DE "POEMAS", DE GEORG TRAKL, EN VERSIÓN DE JAIME BOFILL Y FERRO, VOLUMEN LIV DE LA COLECCIÓN "ADONAIS", SE ACABÓ DE IMPRIMIR EL DÍA 15 DE FEBRERO DE 1949, EN LOS TALLERES DE GRÁFICAS UGUINA DE MADRID.






















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