La
República y otros diarios de la época como Cambio, El Diario y Marka publicaron
informes sobre los grupos de rock que empezaban a hacerse oír con el ruido de
sus guitarras y su actitud discordante ante un escenario dominado por las
radios de pop-rock. El periodista Óscar Malca dedicó en este
diario varios artículos sobre las primeras acciones de estos roqueros que
formarían un circuito musical alternativo. En este reportaje, encarnado en el
personaje de Vicente Hidalgo, Malca conversa con los integrantes de LEUSEMIA, ZCUELA CRRADA y NARCOSIS, quienes
dan a conocer sus opiniones y expectativas ante una naciente escena que en
adelante se llamaría rock subterráneo.
Archivo hemerográfico de ANTENA HORRÍSONA
LA VOZ ES
EL ROCK MALDITO:
EL ROCK MALDITO:
NARCOSIS y LEUSEMIA compartiendo escenario en el
2.° Esquisse del Bestiario en la Universidad Ricardo Palma
(31 de enero de 1985)
La reciente euforia de Rock in Rio volvió a poner
al rock en el centro de la noticia. Pero no todo sucede afuera, aquí también
estamos viviendo un cierto e innegable auge: podría decirse que 1984 ha sido el
año del despegue del nuevo rock peruano. Y así como existen grupos musicales
con un acceso más o menos fácil a los conciertos y medios de comunicación
masiva, también existen – no faltaba más – los malditos de distritos
pobres y se empeñan en alentar el surgimiento de un circuito musical
subterráneo verdaderamente alternativo para los jóvenes de los ochenta. Aquí su
palabra, en una crónica preparada por un escritor de su misma generación.
Entramos ya a 1985 y pareciera que las elecciones serán el
alboroto que marcará el compás del año. Los preparativos se intensifican con la
consiguiente andanada de propaganda electoral que, poco a poco, irá invadiendo
el vasto latifundio icónico de los medios de comunicación de masa. Las
preferencias por uno u otro candidato son tema obligado de conversación en las
sobremesas familiares o reuniones de amigos. Este reportaje trata de un
segmento social permanentemente aludido en discursos y programas de toda tienda
política que se precie: la juventud. Esos jóvenes de los que se dice son “el
futuro del país”, “la sangre nueva”, pero que en la misma persistencia que son
aludidos, cuando no “representados” en alguna institución partidaria o estatal,
han venido acentuando en sí mismos, generación tras generación, un creciente
desarraigo en todo aquello que pudiera significar un compromiso cívico o tan
siquiera una tibia identificación con el Perú oficial, caro a los políticos.
Los mismos que, desde el año pasado, comienzan a dejar oír su voz en Lima a
través de las manifestaciones del fenómeno social más importante surgido
durante las últimas décadas sobre el planeta: el Rock.
Lo que para los jóvenes migrantes del campo a la ciudad
constituye la música chicha – tampoco del todo lejana – es, para sus
contemporáneos limeños, el rock. Y más aún hoy que, frente al rock comercial
que propala la mayoría de radioemisoras del país, crece un activismo musical
alternativo que viene de los estratos más pauperizados de la clase media. De
hecho, consideran al rock como un fenómeno social-contracultural propio de las
juventudes metropolitanas en la sociedad capitalista y no como una liviana moda
musical, ni como una pueril bagatela que las transnacionales del mass-cult nos
empujan a consumir, implica ya asumir determinada posición frente al tema.
Asimismo quiero dejar en claro que en estas notas la palabra juventud excluye,
deliberadamente, a su franja privilegiada y minoritaria: aquel sector cuyo
papel ideal de éxito en la vida lo representa – para citar una imagen harto
promocionada por la derecha – un Jaime Bayly Letts chaposo, bienvestido y
hablantín.
DE DÓNDE SON LOS CANTANTES (Un poco de historia)
En la cabeza de Vicente Hidalgo todavía se hallaba fresco el
recuerdo de los últimos conciertos de Leusemia – a los que
todavía se sumaría Narcosis – en los que su música había desatado sucesos de
toda índole. Barrios Altos, Breña, Miraflores, Rímac, Comas, Carmen de la
Legua: escenarios y locales que terminaron siendo, en la mayoría de los casos,
pasto de desorden. Y lo más notorio, que en cada presentación los secundaba un
creciente y compacto número de fanáticos que, seguramente, acababan de
descubrir las posibilidades del rock en castellano. Por fin alguien que les
hablara de la relación conflictiva con una sociedad en la que
(des)aprenden a vivir diariamente.
Vicente Hidalgo sacó de un tirón la hoja del rodillo de la
máquina y leyó lo último que había escrito. Vaya parrafada, se dijo. Buscó la
hora en el viejo reloj encima del estante y vio con alarma que las manecillas
señalaban 3 y 30 de la tarde; tenía treinta minutos para llegar al sitio en que
conviniera el día anterior con la gente de Leusemia. Recogió
apresurado unas cuantas hojas en blanco que yacían sobre su cama y salió de la
habitación maldiciendo el cambio de hora dispuesto por las autoridades. Una vez
en la calle tuvo suerte de que inmediatamente pasara el micro que lo tenía que
llevar al punto de reunión. Se acomodó en un asiento y se dispuso a
dormir apoyando la cabeza en la ventanilla por si había alguna anciana a
pedirle el sitio.
LOS SETENTA PASARON YA O LOS MUCHACHOS DE ANTES NO USABAN
MUÑEQUERA
“Pie derecho”, le dijo el cobrador cuando bajaba, y el
vehículo arrancó levantando una nube de polvo. El periodista estuvo a punto de
perder el equilibrio pero lo salvó una hábil maniobra hecha justo a tiempo.
Murmuró algo para sus adentros y comenzó a buscar a los bichos sobre los que
iba a escribir. Sacó su pañuelo y se lo pasó por el sudoroso cuello. Se
preguntó si los Leusemia habrían olvidado la cita. Recordaba
perfectamente que por teléfono convinieron en la esquina de la avenida Colonial
con Dueñas a las cuatro de la tarde, pues por ahí quedaba el lugar donde tenían
un ensayo.
A LOS HIJOS DEL RUIDO LES ABURRE LA MÚSICA DE LOS POLÍTICOS
*****
¿El punk? Mira – dice Daniel F
– para nosotros ellos le abrieron cien puertas diferentes a todo el
mundo. Sacaron a los chicos de la calle, entre ellos a mí. Para esa época
(78-80) no había nada, el estudio no iba con nosotros el trabajo rutinario era
una joda que nos esforzábamos en evitar y ni siquiera la música que queríamos
existía. Los New York Dolls e Iggy Pop & The Stooges ya
mancaban. Claro, nos quedaba la droga o seguir a las bandas callejeras que
se dedicaban a robar para subsistir… Hasta que conocimos el punk y copiamos su
propuesta, su llamado desesperante ante un mundo que te engullía sin remedio.
Vimos que había gente en quien creer, pero sin necesidad de copiar e imitarles.
Así muchos comenzamos a buscar material sobre ellos, discos, revistas,
declaraciones, y pronto nos tiramos a componer nuestras canciones con mayor
libertad y sin los condicionamientos que te imponen los rockeros
convencionales, tú sabes, eso de que “si no sabes tocar bien, mejor no toques”.
Nosotros – añade Edwin Zcuela – estamos
en esto por pura necesidad de expresarnos. Y estamos en contra del sistema
porque gira siempre alrededor de un grupo de poder. No somos como otros grupos
oportunistas como Overkill, Toilet Paper, La Pandilla., que solo tocan porque
se ha puesto de moda hacerlo.
Sí, eso era ya una necesidad. Ahora que, lenta pero
irreversiblemente, se está constituyendo todo un circuito subterráneo dentro
del cual se empiezan a identificar canciones, gestos y lenguaje; y que sitúan
su territorio lejos de la frivolidad de la sociedad de consumo y principal
clientela: los jóvenes adinerados que, a estas alturas, poco tienen que ver con
la actual fisonomía cultural del país. Y lo que es más, se trata de un circuito
subterráneo que lucha por arrebatarle la hegemonía a la música comercial que
propalan las radios. Quizás se deba a que los rockeros de esta generación
piensan en la música como un complemento a su actitud frente a todo lo que les
rodea: allí coincidieron tanto Leusemia, Narcosis,
como Zcuela Crrada. Momentáneamente es un grupo que crece,
porque los está descubriendo, y empieza ya a agenciarse sus propias
publicaciones – Costra, Fosa Común, LuzNegra – a reconocerse en ciertas
imágenes plásticas revoltosas y pendencieras. Las escenografías “portátiles” de
Herbert Rodríguez han acompañado muchos de estos conciertos – y que ya asume
conductas sociales que invariablemente terminan colisionando con la ideología
dominante, impuesta para la conservación del orden establecido.