Rock en el río Rímac
Por Óscar Malca
Por varias razones la noche del 17 de febrero de este año será difícil de olvidar. En esa fecha se realizó “Rock en río Rímac”, el concierto más insospechadamente espectacular que se recuerde en nuestra capital y en el que miles de jóvenes se vieron involucrados en un happening callejero desencadenado por esa tumultuosas efervescencia social que comporta el rock. Finalmente perseguidos por la policía, los rocanroleros subterráneos demostraron ser protagonistas y portavoces esenciales, ya no solo de la revitalización del rock peruano, sino del explosivo malestar que fagocita a la juventud limeña.
La siguiente debió ser solo la crónica de la
primera reunión en el proceso organizativo de la contracultura rockera, pero
terminó convirtiéndose en el testimonio de cómo un phatos musical afiebrado y
soliviantador fue capaz –para bien o para mal y aparte de los excesos– de
generar la más intensa participación de quienes antes eran laxos e indiferentes
espectadores, en el sentido más abastecido de la palabra.
Eran ya pasadas las seis de la tarde cuando
Vicente Hidalgo abordó el destartalado microbús que lo llevaría al Rímac. Y
esta vez el peligro radicaba en la vieja amenaza de todos los febreros que
recordaba: los carnavales limeños, el tradicional y crecientemente violento
juego con agua. En cualquier instante y desde la más pacífica ventana podría
aparecer, como un latigazo, un chorro de frío líquido empapando las mejores
ropas. Y los domingos la cosa era peor aún; así que procuró no pestañear
durante el viaje: “Rock en río Rímac” es un evento al que tengo que llegar seco
y a pie seguro, se dijo.
Tras una hora de cansino viaje, se apeó en la
avenida Tarapacá y caminó en busca del tabladillo que iba a ser levantado en la
esquina con la calle Guardia Republicana.
A unas pocas cuadras se encontró con Edwin,
cantante y compositor de Zcuela Crrada. Se dieron las manos y le
preguntó por el resto de la gente.
“Están allá –señalando hacia lo que parecía un
escenario– yo me vine a comprar unos cigarros… vamos yendo, pero eso todavía
tiene para rato compadre”.
Cuando arribaron al entarimado la decisión había
sido ya tomada: la cantina quedaba un par de cuadras más abajo.
LOS ROCANROLEROS: EL FUTURO SÍ EXISTE
En la mesa estaban los de Leusemia, Guerrilla
Urbana, así como los de Zcuela Crrada y algunos miembros
de Narcosis, Autopsia y Anti-tucos.
Daniel F, de Leusemia, conversaba con uno de los Anti-tucos sobre el último
concierto en la universidad Ricardo Palma. Por la asistencia de público, puede
hablarse de un éxito, pero también existió un velado boicot a los leusémicos:
no les quisieron prestar instrumentos y cuando, tras intensas gestiones,
consiguieron tocar, tuvieron que hacerlo con un músico menos. “Hay que
juntar plata y comprar instrumentos”, dice Daniel. “Pero cómo cuñao, son
demasiado caros”, repone Leo Scoria, músico de su mismo grupo, sin ocultar
cierto desconsuelo en la voz. Y no era para menos, pues fue Leo quien más
sufrió cuando supo esa noche que no había guitarras para ellos. Tuvo que
insistir mucho y hasta forcejear para que cedieran los rubicundos propietarios
de las herramientas que precisaban. “Pitucos de mierda, solo piensan en
ustedes y en sacarle lustre a su guitarrita. Porque tienen plata se aprovechan”,
les había increpado. La situación fue dramática pues casi hubo que llegar en
una oportunidad al intercambio de golpes.
El viejo sueño del circuito alternativo, de un
mercado subterráneo, paralelo al consumista burgués –para decirlo en el
lenguaje de los economistas. Ese era un tema que Vicente ya había escuchado en
otras reuniones con los rocanroleros.
Desde hace algún tiempo les perseguía la idea de
organizarse para no terminar como sus pares de anteriores generaciones, que
parecieron hamletear frente a la disyuntiva de inmolarse
bajo las bellas banderas de la radicalidad y el heroísmo, o tirar la esponja en
la lucha contra el establishment e instalarse muellemente en
él.
No todo era pues improvisación en ellos. Les
desvelaba también el futuro, el después de los conciertos. Nadie se quería
contaminar con las modas de la pituquería miraflorina ni con los prestigios,
supuestamente “rebeldes”, del consumismo cultural barranquino.
Incluso se comenzaba a cuestionar y replantear ciertos clichés harto quemados y
manoseados por escépticos oportunistas y toda ralea de poseros.
LOS CABALLOS SALVAJES COMIENZAN A DANZAR
Unos dos mil espectadores, entre curiosos y
fanáticos, aguardaban con impaciencia el inicio del concierto. Los
organizadores, el concejo distrital del Rímac –de Izquierda Unida- había
estado toda la semana por las calles bajopontinas y zonas aledañas
propagandizando la versión criolla del entonces reciente Rock in Rio.
Las cabezas de todos los grupos participantes se
reúnen con los organizadores y se elabora el rol rápidamente. A Zcuela
Crrada le tocó abrir e inaugurar la noche. Edwin juntó a su mancha y
marcharon camino al tabladillo. La collera de rocanroleros le deseó suerte a la
vez que aplaudía y bromeaba con ellos. De pronto, tres globos de agua cayeron
por los alrededores. Se produjo un leve tumulto y no pocas imprecaciones por
parte de las víctimas. Los proyectiles vinieron desde las últimas filas… y lo
único que permitía ver una inmediata ojeada hacia atrás eran varias hileras de
rostros sonrientes y de desafiante complicidad.
Vicente y sus amigos se juntaron y mientras
aplaudían a Zcuela Crrada, se advirtieron mutuamente de tener cuidado con el
agua y los provocadores. Los músicos sobre el entarimado comenzaron con las
cuerdas. Edwin cantaba “Loco burdel” y ya brotaban los primeros aullidos de la
multitud. El ruido atronador de los parlantes extendía su fuerza y
convocatoria, las ventanas de los edificios de la Unidad Vecinal rimense se
abrieron y cerraron con la misma celeridad, y abajo entre el público se
iniciaba esa simiesca danza punkera que en otros lados llaman pogo o slam,
saltos rítmicos que buscan colisionar con los cuerpos vecinos, empujones y manos
en alto. El grupo con su sonido sucio y extraño conducido por la enérgica línea
rítmica que imponía el vocalista, interpretó tres temas propios que –en
términos de impacto- fueron bien recibidos por un público poco habituado a
sonidos que nada tenían que ver con lo que la radio difundía.
Con la música, el crecimiento de la euforia y la
consiguiente empujadera fue ostensible. Y por supuesto atrajo también a más
público que ya salía de sus casas abandonando en la TV un partido de fútbol que
expiraba.
Bueno, si algo era evidente es que alguien estaba
declarando una guerra. Empero, la música prosiguió.
Raúl pasó la voz y toda la collera avanzó a un
costado del tabladillo. Allí aguardaban Edwin y Daniel, ambos señalaron a un
par de policías que preguntaban al presentador por la relación de los grupos
participantes. El nombre de Guerrilla Urbana parecía preocuparles en especial.
Los rocanroleros subterráneos se repartieron la consigna de que si intentaban
encanar a alguno de ellos, todos tenían que defender.
Bajó Temporal y subió Tubo
de Escape, también rimense. Dos temas de su peculio y otro de la radio. El
público seguía llegando y la muchedumbre aumentaba sus gritos conforme crecía.
Siendo las diez y pico de la noche en la pista de la avenida ya se reunían más
de cinco mil gentes ávidas de rock n’ roll. Una tumultuosa y electrizada marea
humana se bambolea al compás de las notas musicales de los conjuntos y las
palomilladas de adolescentes que recorrían diversos sectores de la muchedumbre
provocando y haciendo chacota.
Ahora el turno le correspondía a Guerrilla
Urbana, que la integraban además del mencionado José Eduardo, Ñaja-Ñaja
Sícora, el filósofo Pedro K. –profesor universitario (pero) autor de
sesudos e importantes artículos sobre los principales protagonistas del rock
contemporáneo– y dos miembros de Leusemia: el inquieto Guillermo
Kimba y Leo Scoria. Esa noche era el debut.
LOS CABALLOS SALVAJES SE DESBOCAN
Empezó Guerrilla con los acordes
de una guitarra ultrarrápida y un cantante –gritante más bien– con voz de
guarapero enfurecido. Interpretaron “Vivo en una ciudad muerta”, “Quiero
anarquía” y “Eres una pose” (Solo dices mentiras/ eres la falsedad/ eres una
mierda/ eres solo una pose…). El antirritmo del hardcore y las letras
filosamente agresivas provocaron que la gente reaccionase en forma inmediata:
Saltos, empujones, gritos, manos en alto, globos de agua. Pronto las hembritas
se adelantaron y buscaron mejores ubicaciones para participar del chongo desde
un sitio más seguro. Codazos, insultos, una banda de malacos llegó desde atrás
metiendo patadas y escupiendo a su paso. “Son los que tiraban agua”,
reconoció alguien. Eran como ocho o diez que buscaban provocar a los más
entusiasmados con la empujadera. Sin embargo pronto fueron repelidos con rudeza
por los rocanroleros y otros espectadores pacíficos que no deseaban que un
juego tosco, pero juego al fin, degenerase en agresiones a mansalva. Tuvieron
que retirarse entre silbidos profiriendo amenazas e insultos. La agitación, en
cambio, no decreció: los músicos siguieron haciendo lo suyo.
Luego de Guerrilla subió Fuga e
inmediatamente después, lo hizo Flagelo. Dos grupos que sin llegar
a convencer del todo, se esmeraron en satisfacer la expectativa, que minuto a
minuto se convertirían en llana demanda de fuerza sonora, música veloz y
contundente y letras agitativas para poder identificarse y gritar.
La vergüenza la constituyó Opus Rock que
interpretó solo temas de la radio, manera de complacer con un mínimo de talento
o esfuerzo creativo.
Los malandrines de la última fila continuaron sus
líquidos ataques, a los que más de uno contestó lanzando cualquier proyectil al
alcance de la mano. La banda de los rocanroleros fustigó a los de Opus Rock
hasta que concluyeron su número; pero, por encontrarse adelante, también fue
víctima de algún chapuzón: a Susi que acompañaba a los músicos de Guerrilla,
le cayó una bolsa pestilente en la cabeza, y Edwin Zcuela casi fue orinado por
un ebrio revoltoso.
En medio de toda esa tensión que ascendía, el
presentador anunció a Leusemia.
Vicente escuchó la estruendosa algazara que le
dio la bienvenida y se preguntó si el grupo que integraban Daniel F, Leo
Scoria, Raúl Montañez y Guillermo Kimba no era ya una leyenda en el rock limeño
de los ochenta. Daniel agarró el micrófono y alertó a la gente de quiénes
estaban usando el nombre de Leusemia para atraer público a los
conciertos, pero que al final o les impedían tocar o se “olvidaban” de pasarles
la voz. Y algo para los copiones: “Todavía hay piojos que siguen cantando en
inglés…” (Entretanto, los malacos de atrás habían vuelto con refuerzos a
las primeras filas con el afán de tomarse la revancha de su anterior puesta en
fuga. La gente estaba alerta).
“Así que ustedes son el público del
Rímac –prosiguió Daniel–, los más exigentes… cuando es gratis.
Ahora pues quiero verlos… ¡patearse la cara!”.
E inmediatamente largaron un veloz rock n’ roll: “Aj rock” (N. del transcr.: bautizado después como “Rata
sucia”).
Tocaban con frenesí, y abajo comenzó la danza
salvaje, la empujadera y los primeros intercambios de golpes.
Cayó más agua y ya se trenzaban a golpes los
primeros contendientes. Tacles, puñetes y botellazos. Una mano impactó con
fuerza en el rostro de Pedro K., José Eduardo rodaba por el suelo en un intercambio
de chalacas con otro grandazo, uno de los malacos se retiraba cogiéndose el ojo.
Leusemia terminó el turno y sus miembros bajaron
rápidamente por si la mancha necesitaba ayuda. Felizmente ya la cosa había
menguado. De todos modos, no se separaron pues por ahí seguían las
provocaciones de algunos picapleitos ebrios y de rato en rato venían “olas” que
empujaban a la gente de atrás para adelante.
Sobre la tarima estaba ahora el grupo Delpueblo que
equivocadamente interpretó parodias de Miguel Ríos y los Beatles. Error, ya que
el clima exigía otro tipo de temas que a ellos indudablemente no le faltaban, y
no chacota para intelectuales. Concluyeron su número sin pena ni gloria.
Mientras tanto, Leo se trenzó con uno y luego con
otro que lo estaban provocando. Intervino también Daniel, quien tuvo que
retirarse con una profunda herida en la ceja. Narcosis comenzó
a tocar “Sucio policía”.
Y a la mitad de la canción, el audio se corta y
se oyen balazos en el aire. Los policías recién despertaban y habían decidido defender
su honor. En el escenario forcejean con los músicos para arrestarlos, pero
intervienen los organizadores y Wicho, Fercho, Pelo Parado –NARCOSIS– logran huir. Kilowatt sube y mientras se inicia una desbandada general agarra
el micrófono y vitupera el abuso policial. Todos corren en diferentes
direcciones y ya casi no hay nadie cuando llega el jeep de la comisaría. Todos
han escapado. Kilowatt se esfuma y la policía, al ver su fracaso, se llevó en
represalia a uno de los organizadores.
FUENTE: Malca, Óscar. Rock en río Rímac: Como caballos salvajes sobre el asfalto. En: VSD, suplemento de La República. 26 de abril de 1985, pp. 4-5.
Estuve en el concierto y subí también al escenario cuando querían llevarse a los Narcosis y uno de los organizadores reclamaba a los policías por qué cortaban el evento si tenía el evento respectivo
ResponderEliminarUn concierto que acabó a balazos, estuviste en los primeros conciertos subtes. Pedro Cornejo también escribió una reseña que salió en el segundo número de Alternativa. Óscar Malca la publicó después de dos meses porque en ese concierto tuvo un accidente. ¡Saludos!
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