27 de diciembre de 2019

CADENA PERPETUA. Revista Esquina (1990)




Para conocer más de esta interesante banda limeña que se movía entre la new wave americana y el post punk inglés de la época. Cadena Perpetua fue el primer grupo de los hermanos Rafo y José Arbulú (posteriormente cambiaría de nombre a "Los Vagabundos") que bregó su carrera musical ante cualquier escenario que se les presentase; sean pubs, discotecas, solos o compartiendo escenario con los rockeros subterráneos.



Concierto debut de Cadena Perpetua (1986)


DISCOGRAFÍA:

Cadena Perpetua, single (Ambar Internacional, 1987) 
La Generación Perdida, recopilatorio (Apu Records, 1997)




La Generación Perdida (Apu Records, 1997)



CADENA
PERPETUA

Cadena Perpetua: Banda que en poco tiempo ha logrado un buen nivel técnico y un sonido bastante original. Partícipes del concurso no profesional organizado por Talle Rock y Esquina en el 87, logran clasificar hasta las fechas semifinales.




¿Cuándo se inicia Cadena Perpetua?
Se inicia en el 86, primero como vacilón y chongueo. Después, tomando las cosas más en serio nos decidimos a consolidar la banda. Primero éramos tres integrantes, luego cinco. Por esos tiempos nuestro amigo Carlos Llontop (Charlie) nos empujó a dar forma a lo que nos proponíamos. Inclusive nos corregía las letras de las canciones y nos bautizó con el nombre que hasta ahora llevamos: Cadena Perpetua. Después nos convertimos en cuarteto y nos dedicábamos a ensayar en el estudio de Fílderes, lugar donde todo el mundo cuadraba canciones allá por el 86. Estos encuentros eran esporádicos pues no disponíamos de dinero y tiempo.


¿Qué sucedía por esa época?
Bueno, íbamos a conciertos para escuchar otras bandas. A veces concurríamos a conciertos de grupos que no nos gustaban pero con la idea de que algo aprenderíamos. Es así que en un concierto de Pax y Toilet Paper nos motivamos para finalmente lanzar la banda y el 12 de diciembre de 1986 debutamos en concierto en la UNFV junto a Gameto y Voz Propia. Teníamos alrededor de seis o siete composiciones. El nerviosismo natural del acontecimiento fue superado sin querer porque estuvimos más preocupados en hacer respetar el orden de presentación debido a la mala organización del evento.


¿Qué pasó después?
Tocamos en lugares como la discoteca Blanco y Negro. La verdad como grupo nos conocemos bastante, tocamos juntos desde el colegio. No fue difícil ensamblarnos. Así tratábamos de buscar lugares donde tocar. Para ello grabamos una cinta en los estudios de Edmundo Delgado. Con esa cinta nos movimos por todo Lima. Luego vino lo del concurso del Helden. Clasificamos dos fechas y en la tercera cuando tocamos mejor nos eliminaron. Por esa  época conectamos con el sello Ámbar, grabamos un 45 pero la producción fue pésima y la promoción desastrosa. Las radios no nos apoyaron, sólo Miraflores AM y Estación X.


¿Quiénes son Cadena Perpetua y cuáles son sus influencias?
Somos Aldo en batería, Raffo en guitarra y teclados, Jean Paul en bajo y José en canto y segunda guitarra. Todos somos de Santa Catalina y tocamos al oído. En cuanto a gustos musicales nos encanta todo lo que sea bueno, Dickies, The Cure, Beatles a quienes consideramos la base de todo; el rock de los 80 en general y si hay buenos grupos heavy bienvenidos sean. No nos hacemos problemas, le entramos al vals o la chicha. A nuestra música la calificamos de rock búsqueda o new wave o pop rock. Lo que nos gusta es tocar. Igual hemos tocado en la Isla del Paraíso o en Comas. De la escena nacional nos gusta Diario, Voz Propia, Los nosequién y los nosecuántos.


¿Cómo ven la escena nacional y el nuevo año que está empezando (1990)?
La escena está estancada. Pero lo consideramos como una prueba pues sólo están quedando los que verdaderamente les gusta la música y eso es gratificante. El futuro es impredecible. Mientras existan grupos a los que les guste la música la lucha continuará hasta el final.



FUENTE
Montañez, Ricardo. Cadena PerpetuaEn: Esquina (9-10), p. 12. 

11 de diciembre de 2019

LA MÚSICA DE COL CORAZÓN (El Comercio, 1990)






JAIME DE LAMA
Concierto de Salón Dadá en la "No Helden" (1987)
Fotografía: Javier Zapata
Página oficial: Salón Dadá y Col Corazón 




LA MÚSICA DE
COL CORAZÓN
A la búsqueda de nosotros mismos 


Oscuridad. En el ambiente predominan lo negro, luces rojas y azules, la música en volumen alto. La casa llena. Se espera un concierto casero. Nos alejamos de la bulla para conversar con Col Corazón, dúo integrado por Támira Bassallo (21) y Jaime de Lama (24), cuya presencia es obligada en los conciertos de lo que en algún momento se llamó “escena subterránea”. Esta, con su nivel de apertura, podría adquirir en estos días otra denominación.

¿De dónde salió “Col Corazón” como nombre?
Támira: Un día en un periódico había un aviso de ofertas y entre las verduras decía ‘Col corazón en oferta por kilo’. Me dio mucha risa porque es la col china y nadie le dice col corazón. Le conté a Jaime y le gustó también la idea de usarla como nombre.

¿Cómo surgió el grupo y gracias a qué es que han tenido tanta continuidad?
Támira: En el 87 le conté a un amigo que me interesaba tocar en un grupo y justamente necesitaban un bajo y una guitarra. Se llamó Salón Dadá. Cuando terminó Salón, donde conocí a Jaime, empezamos nosotros. La mayoría de grupos se mantiene por la constancia, el talento y la necesidad de expresarse. Tenemos bastante comprensión musicalmente, eso nos ha hecho seguir.

Jaime: Algo que también nos ha mantenido juntos es la amistad. Coincidimos en muchas cosas no musicales: gustos, vicios. Ensayamos siempre varias horas hasta tarde. No somos perfeccionistas pero sí tratamos de pulir las cosas. Al principio sale lo espontáneo pero luego hay que trabajarlo, las composiciones no vienen de una ‘iluminación’.

¿Qué parte tiene cada uno en Col Corazón?
Jaime: Toco guitarra y a veces me atrevo a cantar. Támira es bajo y voz y a veces nos acompaña Jorge Madueño en la batería. Hay canciones que requieren ciertos instrumentos como violín, a veces una flauta. Eso es un problema porque a veces nos imaginamos canciones con algunos instrumentos de los que no disponemos.

¿Cómo podrían definir la música que hacen?
Támira: Tenemos entre 20 y 17 temas aunque no hemos podido sacar una maqueta. Nuestras canciones en promedio son largas (8 minutos). En Lima usualmente los conciertos con multiconciertos (varios grupos a la vez). Siempre hay mucha improvisación y las bandas optan por tocar dos canciones.
Jaime: No tenemos influencia musical de rock moderno, ni esquemas, de lo que nos alimentamos es de músicas nuestras, de vivencias o algo literario, no es como la nueva canción. Usualmente no repetimos un ritmo musical. Otros grupos machacan y machacan con pequeñas variaciones.

¿Entonces cuáles son las influencias?
Jaime: Tenemos canciones diferentes en nuestro propio estilo: son citadinas. A veces salen partes como huaynos, tratamos de experimentar, es como una fusión con folclore. Ahora estamos haciendo una nueva edición de lo que cantábamos antes. Nuestra música puede ser tocada en el (teatro) Pardo y Aliaga como en una discoteca.
Nos gustaría, a largo plazo, crear una corriente musical. Tratamos de dar una nueva visión, una búsqueda de nosotros mismos, más expresarnos por la propia música que por la letra.

¿Cómo están logrando eso? Lo común es dar un mensaje verbal dentro de la melodía.
Támira: Ponemos énfasis a la parte fonética o dando fuerza a las sílabas conjuntas. Cuando cantas y dices cosas coherentes en castellano, muchas veces se sigue la letra pero no escuchas la música, lo subjetivo del sonido, lo agudo, lo triste, la paz, el sosiego. Por ejemplo, eso se logra de algún modo usando sólo sílabas débiles, o si quieres lo contrario, algo con fuerza, puedes quitar el bajo y la batería y usar percusión.

Támira, ¿cómo llegaste a estudiar artes?
Cuando salí del colegio entré al toque a la Escuela de Bellas Artes, también quería tocar guitarra. De chica también me enseñaron pero con un método malo, no aprendía nada. En la ENBA me di cuenta de que sí podía, luego me retiré de allí porque estudiábamos de 9 a.m. a 9 p.m. y no era lo que yo pensaba. Ingresé después a San marcos, a la Escuela Académico Profesional de Artes. Allí llevamos cursos teóricos, mezclados con historia, estoy en quinto ciclo.

Y Jaime, ¿por qué dejaste arqueología?
Como todo el mundo al salir del colegio me preparé. Quería seguir Arqueología. Pero son diferentes las formas de enseñarla: en la Católica le dan más énfasis a lo estético y en San Marcos a lo antropológico y social. Llegué a hacer excavaciones en Lurín y en quinto ciclo me pasé a Comunicación Social. Ahora estoy en sétimo ciclo. A los 18 años no pude decidir. Lo que quiero estudiar está en artes, en arqueología llevaban todo a lo científico. Eso de ser sistemático y objetivo no va conmigo.

Támira, ¿cómo sentiste el paso a San Marcos?
Para mí ha sido una experiencia importantísima. San Marcos es un país dentro de otro país. Es multiétnico, multitodo, llegas a conocer a personas gratas y no gratas. Estar allí nos permitió vivir en el 86 la efervescencia subterránea…

¿Qué rescatan de esa primera época de lo subterráneo?
Ahora existen más renegados que ‘subtes’. Al principio la gente dejó buenas iniciativas, ahora todo era castrar o inhibir. El movimiento subterráneo favoreció y motivó a la gente a salir. Pero las teorías del desarrollo señalan que un grupo se pelea, se formaron varias bandas, se abrieron caminos y muchos reniegan de eso.

¿No es como un lastre tener el estereotipo de subterráneo?
Támira: Algunos, cuando escuchan ‘música subterránea’, te limitan las puertas. Hay sectores de ‘subtes’ que creen que todo es violencia, y eso es infantilismo. Eso no se entiende, porque se supone que necesitan sitios para difundir su mensaje, pero ¿cómo quieren que les abran un espacio para protestar, si rompen cosas? Lo importante es hacer llegar tu mensaje.

Jaime: Manifestar rechazo a una situación con violencia es triste. Si crees que romper una luna es violencia es porque no ves las cosas terribles en los noticieros o periódicos, eso sí es violencia, por eso no generamos angustia con la música. Si quieres hacerle frente a algo, que se manifieste algo de ti: eso puede ayudar en la búsqueda de cada uno como persona.

Es difícil orientarse…
Jaime: Los de 20 años recordamos casi toda nuestra vida con la presencia de la violencia, o de Sendero, pero los de 16 años sienten eso con más intensidad, con la crisis tan aguda están bien desorientados. Lo malo es cuando la gente se conforma y no hace nada o hace algo por pose. Uno no puede dejar pasar las cosas sin cuestionarse.

Pero pese a la crisis se sigue creando…
Támira: La gente no invierte porque no hay condiciones que aseguren una ganancia. La crisis ha llegado a todos los niveles pero no en el aspecto creativo.





Archivo hemerográfico de ANTENA HORRÍSONA




FUENTELa música de Col Corazón. Entrevista de Jackie Fowks. (10 de junio de 1990). En: Mundo Joven, suplemento del diario El Comercio, p. 1.




20 de julio de 2019

Súper Concierto Ave Rok (1985)








NARCOSIS abriendo el Súper concierto Ave Rok
31 de mayo de 1985
Fotografía: Kid Oscarix






EL ROCK ACHORADO
Un pase de vueltas




Una pequeña masa de bárbaros se reúne, arremolina, en la puerta de ingreso a la Concha Acústica del Parque Salazar de Miraflores. Ante la mirada vigilante de unos mozalbetes rubicundos, armados de palos, extraen de sus bolsillos los billetes que les permitirán el ingreso al Súper Concierto Ave Rok que organiza la revista rockera del mismo nombre. Adentro se escuchan estridencias de guitarras eléctricas en agresivos punteos. Al trasponer la reja de hierro, otro jovencito catea a los que van ingresando. Ni botellas de trago ni objetos pesados pueden ingresar al concierto. Adentro la visión es de locura: en medio de luces fantasmagóricas y humo de colores, sobresalen tres muchachos: uno con una guitarra eléctrica, otro en el micrófono y atrás está el tercero, frenético con su batería. Es el grupo rockero “NARCOSIS”.
“Hay sucios verdes… que actúan por conveniencia… que defiende la decadencia… a los gobiernos y a los políticos de turno… ¡Sucios! ¡Sucios! ¡Sucios policías!”.
Con inusitada violencia, Wicho, el cantante de “Narcosis” canta el tema “Sucio Policía” y señala con el dedo hacia donde están las fuerzas del orden, en la cima del malecón, y sigue gritando fortísimo: “¡Sucios policías!. El sonido que se consigue, en base a sólo dos instrumentos, es muy aceptable para la línea de rock. “Son ruidos armónicos”, sentencia un rockero más bien intelectual, tronando los dedos y aspirando un cigarrillo medio sospechoso.
        La gente –nadie mayor de 20 años– delira con “Narcosis” y se dedica a gritarle de todo. “¡Mueran, mierdas!” ruge un mozalbete de unos 13 años, y todos sus amigos se retuercen de la risa. En el suelo hay evidencias de alegrías espirituosas: el vacío envase de vidrio de una “chata” de ron. “¡Muérete tú primero, concha de tu…!” exclama con desprejuicio Wicho desde el micrófono. Más chacota. Los muchachos de alrededores, normal nomás, como si estuviesen acostumbrados a tan peculiares relaciones públicas. Un sonido fenomenal y cesa el ruido. Aplausos.
        Ahora –anuncian desde el micrófono– un supertema de Sex Pistols (¿?): “Quiero ser tu perro”. Y se arrancan sin dilación: “Ahora quiero ser tu esclavo y hacerte daño… Ahora quiero ser tu perro… Quiero estar a tu lado…” y los muchachos enloquecen en el público. Una fría brisa marina refresca esta noche medio turbulenta. Los que estaban repartiendo mentadas de madre desde la platea, prosiguen en su afán, con grandes alaridos que se deben oír hasta arriba, por la pista donde circulan carros y microbuses a Lima. Decenas de jovencitos miran desde los altos, al haberles faltado dinero para el boleto de ingreso.
        Nadie se ha dado cuenta cómo, pero el rock filo-punk en español de “Narcosis” cambió de tema, pero no de línea. “Destroza las cadenas que te atan… mata al presidente y a todos sus ministros… levántate y sal de esta maldita marginación… destroza las iglesias y a sus sucios sacerdotes… destroza al terrorismo y su sucia agresión…”. Entre el humo y las luces (¿psicodélicas?) se nota una lluvia media extraña sobre el escenario: alguien, en el máximo de su inventiva para la gracia limeña, está arrojando botellas vacías de ron al escenario. “Narcosis” no se queda: devuelven las botellas con idéntica alegría. Aplausos para el rock de “Narcosis”.
        La virulencia de esta generación rockera no es nada nueva bajo el sol. A fines de los 60 se cuenta que Jim Morrison en un concierto de rock en Inglaterra, en el célebre grupo The Doors, se bajó los pantalones y empezó a masturbarse ante el público. En Woodstock, Ten Years After rompió sus guitarras eléctricas y las arrojó al público. En una onda nacional, por los mismos años, Pablo Luna de Los Yorks, se contoneaba espasmódicamente y rompió también algunos micrófonos. Pero hay que reconocer que la virulencia en este caso se ha triplicado por lo menos.
        Como fantasmagorías en el centro de la noche, surgen los chicos, algo mayorcitos, de “Del pueblo”, rockeros que hacen una fusión de rock con música nacional, pues usan quenas, zampoñas y charangos. Comienzan haciéndola larga. Inquietud entre los adolescentes marabuntas que están pifiando y mentando la madre de lo lindo. Los de “Del pueblo”, impávidos, como si con ellos no fuera la cosa, afinan sus instrumentos. Más gritos y mentadas de madre. Nada pasa. Cuando ya llevaban cerca de quince minutos en este plan y empezaba la variopinta lluvia de objetos contundentes sobre los músicos, arrancan con un tema.
        “Yo no quiero estudiar… yo no quiero trabajar… dame cinco lucas que estoy deprimido… y me fumo un tronchito… ” cantan en medio de la algarabía general. Mientras, uno de los integrantes del grupo se pasa cargando un inmenso “troncho” y otro llega atrás arrojando algo (¿qué será?) al público. Gran vacilón entre la audiencia. Terminando el primer tema en medio de gritos y susurros-, “Del pueblo” se arranca con la segunda de la noche. “Ven a mí, ven a mí, perdición… venganza, odio, codicia, violación, lujuria, gula, pereza…” y cuando se le acaban los vicios irrumpen, frenéticos: “¡Lucifer! ¡Lucifer!”. Toda una misa negra en rock.
        Como todo está en aumento –la tensión eléctrica recorre a los chicos– acaban con el número máximo: “La lucha armada atacando ya, la lucha armada del campo a la ciudad…” en una suerte de descripción de los apagones con bombazos y derribamiento de torres a los que nos vamos acostumbrando en la capital, pero sin el menor ánimo de ser apologéticos. Adelante, cerca al proscenio, hay algunas grescas. “Esto no es nada –nos informa un asiduo concurrente a los conciertos de rock–, en otros la cosa es peor”. Cada cinco minutos un grupo de los organizadores trata de bajar a quienes se quieren subir a mostrar sus ánimos sobre los músicos. Los mismos rockeros patean las botellas que ya están cayendo sobre ellos.
        El próximo grupo es el de Miki González. En sus temas, más limpios en el sonido, pero con parecida violencia verbal, cantan la falta de dinero de la gente, las redadas luego de los apagones, todo lo que está sucediendo a la ciudad en estos meses (Los milicos se reúnen, los terrucos también…”) haciendo notar que la violencia callejera ha quedado impregnada en el sentimiento de estos chicos. Hay dos morenos que tocan percusión en el grupo y que son crecientemente hostigados por el público. Hasta que algo cae a uno de ellos y se marcha. Miki grita por el micrófono: “Bueno, ya se fue el negro de mierda ¿van a estar tranquilos? Dejen de joder”. Hay risas y el concierto prosigue.
        Miki González tiene un tema que suena en la radio. Ese es el que exigen el respetable (¿?). Y lo instrumentan: “Soy como el patita de la televisión, que con dos chicas y con tanta propaganda voy a enloquecer…”. Se arma el despelote. Hay muchachos en la platea que están trepados unos encima de otros. Más allá otro se ha quitado la camisa y pasea dando alaridos. Un humo medio acre se respira en la concurrencia; alguien está fumándose un “tronchito”. Risas, gritos, palmas, de todo se oye esta noche como fondo a las canciones.
        Cuando aparece “TV Color” la gente aplaude más de lo normal. “Ya vienen estos pesados” comenta un rockero duro, sin concesiones. Sube Danai, la vocalista, con atuendos punk. “¿Cómo se llama la vieja?” quiere saber un insolente de 14 años más o menos. Danai no debe llegar a los 30 años, y si pensamos que John Lennon era un cuarentón cuando murió, esto es francamente un exabrupto. Pero igual “TV Color” canta y toca. Con un sonido más elaborado (hay un saxo que es verdaderamente bueno) se lanzan con temas de largas partes instrumentadas.
        De mayor edad que el resto de músicos, los de “TV Color” frisan los 30 años. El ‘Chino’ Chávez, director musical del grupo, es rockero antiguo. Pero sacan sus aplausos hasta el último tema. “Los rockeros somos bacanes” exclama Danai sin mucha convicción. Se escuchan unos chiflidos. Total, que concluyen con sus temas, menos explosivos en la letra si es que tomamos el referente de los otros grupos. Pequeñas bandas de adolescentes deambulan medio ebrios.
        Cuando las luces se apagan, la masa se va hacia arriba, al malecón. Gritan y suben las gradas a trancos. Por entre ellos están algunos de los músicos que no han sido invitados al concierto de esta noche: Leuzemia, Guerrilla Urbana, Zcuela Cerrada. “Oye loco –le dice un muchachito a otro–, ¿tienes diez lucas para seguir chupando? y se marchan abrazados. El rock, éste por lo menos, ha dejado de ser el emblema de paz, amor y música de Woodstock para convertirse en una subversión de los valores que, aunque desatados por la moda punk, algo de historia nacional presente acarrea.





“Punks”
en collera



El rock peruano, aquel gran olvidado en los medios de difusión limeños tiene, contra lo que muchos siempre hemos tratado de evitar, varias tendencias, alejándose más unas de otras; esto es indudable. Hoy toca hablar de aquella que se autodenomina “rock subterráneo limeño” y la que, basándose en el “Combat-rock” (rock combativo), irrumpe nuestros oídos y nuestra atención últimamente. El viernes pasado presenciamos el “Súper-concierto” (como lo anunciaron los organizadores) de AveRock Producciones. Desde que ingresamos al local, notamos lo que sospechábamos con anterioridad. La Concha Acústica de Miraflores era un pandemónium y los presentes estaban entre anonadados por la energía de NARCOSIS y sorprendidos por los improperios subidos de tono de su cantante: “los que nos gobiernan, sean de derecha o de izquierda, siempre serán la misma mierda”.
        “Como muestra un botón”, reza el dicho, y de todo lo sucedido esa noche pueden partir las premisas y las preguntas, aquellas que nos formulamos cuando pensamos diariamente en nuestro rock.
        Existen varios grupos (por no decir muchísimos) que se identifican con este vapuleado “rock subterráneo”. Si bien los precursores de este movimiento en Lima fueron Los Saicos, hace una buena cantidad de años, este movimiento recién se ha ampliado considerablemente desde el año pasado con la inundación de las paredes limeñas del nombre del cuarteto Leuzemia.
        De un año a esta parte, han surgido nuevos nombres, todos con la queja desde el saludo, al presentar sus nombres: Guerrilla Urbana, Anti-Tucos, Zcuela Cerrada, Sarita Colonia y Los Desgraciados, Fosa Común, Flagelo, Los Excomulgados y los mismos Leuzemia y Narcosis, entre muchos otros; también nuevos conciertos, todos con buena cantidad de público como el sucedido el 17 de febrero llamado “Rock en Río Rímac” que inundó la esquina de Tarapacá y Guardia Republicana; y, a propósito de guardias, que culminó cuando Narcosis cantaba su tema “Sucio Policía” y uno de los aludidos disparó un tiro al aire. Se puso peligrosa la cosa.
        Los asistentes a estos conciertos se identifican plenamente con los intérpretes, aunque el viernes pasado recriminaron totalmente a “Del Pueblo”, conjunto que realiza un trabajo tal vez más ambicioso que los demás al presentar una ópera rock (que no creo que sea lo que presentaron esa noche) y que se mueve en otra “onda” musical al realizar ¿rock andino tal vez? Puede ser, pero lo que sí está en la misma onda literaria: se encuentran los insultos, las quejas al sistema, las burlas y el sarcasmo por doquier.
        ¿Por qué entonces el rechazo? Suponemos que debe ser a su música, lo cierto es que “Del Pueblo” está preparando su última ópera que se llamará “Los cinco quetes” y una gira al Cusco, Arequipa y Puno.
        Hay otras preguntas flotando en el ambiente ¿Todos estos grupos se consideran como parte del rock peruano? Parece que sí, aunque la influencia del grupo “punk” inglés “The Clash” en Narcosis es evidente, por ejemplo; estos grupos rechazan totalmente todo lo que venga de afuera. Bueno, las incongruencias están en todas partes.
        ¿No sería bueno unir fuerzas con los grupos que no están en su misma “onda social” (como ellos dicen), para sacar adelante la cosa? ¿No sería bueno sacar la cara todos juntos por el rock peruano, o es que ellos utilizan al rock para decir lo que piensan, olvidándose por completo del aspecto musical?
        Los indicados para responder a todo esto son ellos mismos, aunque lo cierto es que todos los que no están muy identificados plenamente con el rock peruano, piensan que ellos son parte del movimiento rockero nacional. Claro, es la imagen que brota de ellos mismos, lo quieran o no.
        La sociedad tercermundista, aquella que nos agobia día tras día, genera todo este tipo de manifestaciones culturales, las cuales se fortalecen con el correr del tiempo y con la cada vez más larga espera de la solución al hambre, al terrorismo, a la corrupción y al desorden social.
        Hay una premisa importantísima: ellos no tienen definida su línea política a seguir, sino remítanse párrafos arriba y lean parte de la letra de una canción de Narcosis. No le encuentra solución al problema, están totalmente desilusionados de la realidad social y política del país y se encuentran (por lo menos, así lo aparentan), totalmente en contra de todo aquel que no tenga sus mismas ideas.
        ¿Cuáles son sus metas, sus alcances, y dónde están sus raíces? Por lo menos las últimas, parece que en los grupos punks ingleses que surgieron a mediados del ’78 y que dejaron una estela muy numerosa en distintas partes del mundo.
        Lo más importante de todo esto radica en que ellos defienden sus ideas a “capa y espada” (textualmente), esas ideas que hacen que el hombre se realice plenamente al encontrar su verdad y al descubrir que el trabajo efectuado para encontrar eco a sus pensamientos no fue en vano.
        ¿Lo estarán haciendo en la forma correcta? Sólo el tiempo lo dirá.







 


Archivo hemerográfico de ANTENA HORRÍSONA




Fuentes
Sánchez, Enrique. El rock achorado. En: VSD, La República, 21 de junio de 1985, pp. 6-8.

Pérez, Álamo. Punks” en collera. En: VSD, La República, 21 de junio de 1985, p. 8.

21 de febrero de 2019

ROCK SUBTERRÁNEO... reflejos de la nada (1990)



La revista Esquina en su edición doble (9 - 10) publicó un discutible artículo de opinión sobre la escena conocida como rock subterráneo”, donde lo musical había pasado a segundo plano y se había convertido en lugar donde se infiltraron personas ajenas al rock. La crítica iba también dirigida hacia los integrantes de las bandas que, apelando a la intransigencia, no asumieron la responsabilidad que implicaba estar frente a un público que los seguía, ni de sus actos. Sea por el discurso desgastado, la desidia, o el simple aburrimiento; mucho antes de escribirse esta crítica varios grupos ya no se consideraban subterráneos”, no se identificaban con la etiqueta. Ya no formaban parte de eso”. Los autores del texto son Nicolás Morales (guitarrista de Eutanasia), Mario Mendoza (ex bajista de Eutanasia) y Gustavo Ruiz (baterista de Kaos).





EUTANASIA
Foto: Nicolás Morales

TBC

VOZ PROPIA

Fotos: Roc Magnon





ROCK SUBTERRÁNEO… reflejos de la nada


Casi sin percatarnos de su llegada y como por sorpresa, los 90 dieron fin a aquellos cinco o seis años de este “nuevo rock” acarreando de paso, una inevitable interrogante: ¿Qué m… conseguimos en todos estos años?
       Con seguridad podemos afirmar que sólo fue ver y sentir que el proyecto de un movimiento musical “alternativo”, “diferente”, se diluía tras cada iniciativa, luego de cada polémica o finalizado cualquier concierto.
       No se concretó ninguna propuesta valedera, no se alcanzó la solidez necesaria. Y quizás nosotros mismos fuimos nuestros verdugos. Permitimos que la movida se rodee de arribistas, intelectualoides, “lidercillos” y aprovechadores que la utilizaron tratando de aliviar frustraciones generadas en fuentes extrañas al rock subterráneo (de algún modo hay que llamarlo aunque no te guste la etiqueta).
Gente como aquella ejerció, directa o indirectamente, una abierta y perjudicial manipulación de otros jóvenes que pretendía renovar definitivamente su intimidad. Muchos no aparecieron más, abrumados por la confusión, el aburrimiento y la decepción, originados en aquel laberinto de necias disputas, desorden inútil y desorganización. Nadie fue capaz de ayudar a asentarlos, a plasmar sus buenas ideas: todo era criticarse el uno al otro, sin poder justificar válidamente ni siquiera dicha crítica, ellos eran los juzgadores del apocalipsis. Así, el movimiento nació y creció resquebrajado, dividido y elitizado.
       A pesar de esta lamentable realidad, subsiste la estúpida intención de ciertos bobos de uniformizar ideológicamente a los demás, politizándola bajo una especie de partido o alguna aberración semejante; hasta hoy no reparan en que, el que desee imponer sus ideas a otro, lavándole el cerebro, debe largarse a manipular a otro tipo de gente.
       Estos fueron los que aprovechando cierta imagen lograban que algunos se transformaran en carneros o monitos, imitándoles su vestimenta, forma de hablar, caminar, cantar… pensar. Todos esos pseudo líderes vencidos por su cobardía e inseguridad, y aferrándose a sus ansias de dominación, jamás se atrevieron simplemente a mostrarles, a los que recién llegaban a la movida, que eso y esto significaba aquello: interprétalo, analízalo y escoge.
       Incluso abusaron de la sutileza y astucia para manipular.
       A su vez, muchos se tildaron de radicales, marginales… o punks. Debías ser malo, violento para ser un buen “punk”; si tenías demasiados billetes en el bolsillo o vivías en determinado barrio eras burgués, un “pitupunk”. Pobrecillos… pero, ¿quiénes de los que afirmaban eso y se dedicaban a dividir una inestable escena eran verdaderamente marginales? ¿Cuántos de ellos viven en asentamientos humanos, sufren de hambre o frío? Ninguno, pues de ser así no se hubieran preocupado por formar un grupo, integrar un movimiento o grabar una maqueta, su único interés hubiera sido buscar qué comer cada día. Esa gente, la realmente marginada, forma parte de otro mundo, de un mundo ignorado en la práctica.
       Todos esos “radicales” sólo fueron una sarta de babositos que creían que demostrar su resentimiento, a su manera, iban a transformar al sistema.
       De otro lado también estuvieron aquellos que transcurrían en un ambiente impregnado de la más absoluta indiferencia ante lo que ocurría a su alrededor: eran unos niñitos “bien”, los que se preocupan de ir a los conciertos como diversión de fin de semana o alguna discoteca banal. Ellos eran los que estaban desesperados por el “vacilón”, por sus colecciones de discos, polos y casetes.
Algunos los denominaron, como ya referimos, “pitupunks”, y junto a la “otra mancha”, se trabaron en una ruptura irreconciliable que provocó más de una estupidez. Unos y otros son criticables.
       No interesa que alguien sea de una u otra clase social. Que vivas en San isidro o Comas, o que seas cholo, negro, chino, gringo o mestizo. Lo válido era y es tu propuesta planteada con inteligencia y sin limitaciones, sin caer en lo absurdo o pueril. Si ofreces algo que trasciende lo musical (tu grupo puede ser bueno… y qué) pues bacán. Asimismo, es preciso que cuando suban al escenario no lo usen para azuzar o enfrentar a la gente, inclusive, atribuyéndose un liderato absoluto se toman el atrevimiento de pretender sentenciarla “a muerte” solo porque a ellos así les parece.
       Sin embargo, parte de lo expresado, no implica un desconocimiento a la necesidad de lograr un trabajo musical aceptable. No es imperioso ser virtuoso para ser efectivos y contundentes ante quienes te escuchen. Solo saber que, en este caso, el mensaje entra por los ojos y oídos y si se descuida este aspecto cualquier proposición se perderá en el ruido.
       En estos años, tampoco hubo preocupación por plasmar variantes en la temática, la mayoría de grupos basaban su labor lírica en la cuestión política –generalmente puro cliché– o personal, dejaron a un lado a la gente de la calle, al submundo compuesto por putas, vagos, mendigos y travestis. Lamentablemente, olvidamos este entorno.
       ¿Se imaginan, por ejemplo, qué hubiera sucedido si aparecía por ahí alguna banda compuesta por gays o sólo por chicas? Nuestro sexismo, el machismo, nos dan la respuesta.
       Así, ¿Cuál es la verdadera ruptura musical e ideológica del rock subterráneo? ¿Acaso lo es simplemente el hecho de mentar la madre a diestra y siniestra, romper lunas y baños en los conciertos, tocar más fuerte y rápido, incentivar corrientes anarco-comunistas y hasta anarco-católicas? ¿O vestirse como un verídico “punk”, “hardcoreano” y “oscuro”?
       No se pudo romper con nada ya que, con complacencia de un lado, e imposición del otro, aunado a las divisiones, cinismo y otras cosas por el estilo, la caminata hacia un objetivo se hacía con pies de barro.
       Gran culpa es atribuirle a los mismos grupos, sobre todo aquellos que, en determinado momento, representaron une etapa importante dentro de la escena subterránea. ¿Qué pasó con esas bandas que al final solo combinaron desidia, indiferencia, altanería, ansias de liderazgo?
       Dejemos a un lado a grupos como Leusemia, Narcosis o Guerrilla Urbana pues estos plasmaron por si solos su mensaje al ser los iniciadores del movimiento. La responsabilidad –si así la podemos llamar – recayó en grupos como Voz Propia, Kaos, G-3, Eutanasia, etc., a los cuales la gente consideraba, ya sea por sus letras, música, propuesta o impacto en el escenario.
Se desperdició o mal usó ese inmenso poder convocatorio que se desprende de un micrófono, poder peligroso con el cual se logró únicamente mayor desazón. El silencio o la torpeza para dirigirse al público fueron los símbolos del “micro”.
Como resultado de todos estos “fenómenos”, tampoco se pudo sostener una producción  constante de maquetas, fanzines o cualquier otro signo de perseverancia; la organización de conciertos se hizo cada vez más difícil. Aparte de la crisis económica, siempre estuvieron los que se dedicaban a destruir equipos, locales, etc. Poco a poco los lugares para tocar se fueron cerrando. Era increíble ver que la misma gente que quería un concierto propiciaba la limitación de ellos con sus actitudes.
       Esto deriva en dos cosas: que no es inaceptable que un grupo pueda “comercializarse”, llegando a mayor cantidad de público, editando un disco o escuchándose por la radio, siempre que no se someta, no se humille para alcanzar aquello. Todo el valor de su trabajo se perdería cambiando letras, música y propuesta. Si quieren hacer eso que dejen este circuito y que se prostituyan como lo hacen los grupos sosos.
       Lo segundo es la responsabilidad que debe tener quien asiste a un concierto. ¿Emborrachándose y drogándose para ir a joder? De ellos depende que la madurez alcance a los que apenas conocen la movida. Asimismo, deberían procurar no llenar las arcas de los mercantilistas de la música, sea de aquellos que te explotan vendiéndote un casete, o de los “organizadores” de conciertos. Todos nos conocemos y sabemos quién es quién.
       Bien, como tantos otros artículos, este será uno más. Pasará por tu cabeza, sin retener lo que quisimos decir, pero nos dimos el gusto de decirte algo.


Gustavo, Niko, Mario.



FUENTE: Gustavo Ruiz, Nicolás Morales y Mario Mendoza (1990). Rock subterráneo… reflejos de la nada. En: Esquina (9 – 10), pp. 42 – 43.

17 de febrero de 2019

RÍMAC, 17 DE FEBRERO (ALTERNATIVA, 1985)



Un domingo como hoy, hace 34 años, el municipio del Rímac organizó un concierto en plena calle llamado ROCK EN RÍO RÍMAC que el tiempo y las historias creadas por el público que la vivió le dio el caracter de mito urbano, alimentado por la represiva forma en que acabó. Ese fue el colofón de la gradual agitación que concitó en el público de esos lares y demás visitantes la música estridente de los rockeros subterráneos.


A la ya conocida crónica escrita por Óscar Malca meses después en La República, presentamos la escrita por Pedro Cornejo (usando el seudónimo de Pedro Solano), publicada en el segundo número del fanzine ALTERNATIVA.  Ese día fue el debut de su grupo Guerrilla Urbana.



ROCK EN RÍO RÍMAC
En primer plano Leo Escoria, bajista de los grupos Guerrilla Urbana y Leusemia
Fotografía: Renee Vargas






Rímac, 17 de febrero


    ¿Aló, cuñau? Hola, oye, mañana hay concierto en el Rímac.
     ¿Cómo es?
     Va a haber de todo, pero han invitado a Leusemia y Kola Rock y la huevada es que en el espacio de ellos toquen también Zcuela CerradaGuerrilla Urbana y Narcosis.
      Buena voz, y ¿a qué hora es la huevada?
     Hay que estar ahí a eso de las siete de la noche, pero la nota es encontrarnos con la gente en el Orrantia, ir juntos a casa de Montañez y de ahí salir para el concierto.
      Ya. Nos encontramos entonces a las cinco y media en el Orrantia.
      Sale. Nos vemos ahí.

….

Cine Orrantia. Cinco y cuarto. Llegó Pedro, Susi y José. En la puerta del cine: Cachorro, Pelo Parado, Silvio, Wicho, Leo, un pata de Silvio. “¿Falta alguien?”. “No, ya estamos todos. Vamos, hay que tomar el Naranjal”. Hace sol y recordamos que estamos en carnavales. Pensamos: uy, la cagada, el Rímac debe ser una mojadera de los cojones. Ahí viene el micro. Trepamos. Nos apoderamos del centro del micro. Conversaciones. Rememorando el concierto del viernes en el No Helden. De repente el primer globo nos recuerda el carnaval. Sin novedad. Una ventana está rota. Otra no existe. Puerta abierta para el agua. Nos acercamos a lima. Puente Santa Rosa. Rímac. Una mancha de gente al borde de la pista en actitud de ansiosa espera. Inminente chaparrón. Viene. Todos mojados. Otro baldazo. José y Susi totalmente mojados. Francisco Pizarro. Bajamos a tropezones. Ya abajo: “vamos a casa de Montañez”. “¿Estás huevón? Mira las calles, están llenas de gente con baldes”. Y con pintura. “Vamos de frente al concierto y ahí esperamos”. De frente por Tarapacá. Allá vamos. Globos que, espaciadamente, siguen cayendo. Llegamos.

     En el estrado levantado en plena calle ya están los equipos e instrumentos. Solo falta la batería. Por ahí vemos al compadre que le pasó la voz a Daniel y a Kilowatt. Leo le propone par que toquen Zcuela, Guerrilla y Narcosis. El pata se niega rotundamente. La cagada. Cachorro lega con cuatro chelas. Empezamos a chupar al pie del estrado. Siete de la noche. “¿Qué hacemos? ¿Nos quitamos o esperamos?”
“Hay que esperar que llegue Montañez para que hable con el pata”. Tensa espera apaciguada por el frescor de la cerveza. Llegan Daniel, Kimba, Edwin y otros patas. Les contamos. “Ni cagando”. Nuevas conversaciones con el mismo resultado. Llega Montañez. Y llegan también oleadas de gente. Cientos y cientos de rimenses empiezan a apoderarse de la doble vía. Ocho de la noche. No llegan los grupos que debían iniciar el concierto. Ya está ahí la batería. Y el público sigue incrementándose. Medio millar, un millar. Las circunstancias obligan: el mismo pata que se había negado pide los nombres de nuestros grupos. “Ya, que arranque Zcuela Cerrada”. Buena voz. Edwin y compañía suben al escenario. Acomodan el sonido. Parece que comienza.
El anunciador indica: ROCK EN RÍO RÍMAC. Risas. “Con ustedes, Zcuela Cerrada”. Nos arremolinamos a un costado de la pista, muy cerca del escenario. El sonido duro y directo de la banda llena el ambiente ya nocturno. “Ansias de loco burdel ¿qué se desata?... Mierda que asoma su hez, ¿a quién desangran? ¿Así lo tengo todo que hacer? ¿Así lo tengo todo que hacer?” (Loco burdel). La voz de Edwin, potente y densa, hace sentir la desesperación inherente a esa pregunta que nos hacemos todos.
La respuesta del público no se hace esperar. Iniciamos un pogo –baile a empujones– que sorprende al público ahí presente. No falta un viejo al que le molesta esa vibración. Pide explicaciones. Nadie se las da. Zcuela sigue tocando: Conoces lo que te gusta y En medio de todo. El público, desacostumbrado a este tipo de música excesivamente cruda, queda perplejo. Pero la música los ha tocado y la vibración en cualquier momento puede desatarse.
     Después de Zcuela suben otras bandas cuyo nombre no recuerdo, probablemente por la indiferencia de su música. Los tragos corren de un lado para otro sin parar. Alguien dice: “GUERRILLA URBANA toca cuarto”. Pedro, José, Leo y Kimba se aproximan al escenario. Ensayos previos en silencio. Debut. Algunos nervios en José y Pedro. Los organizadores anuncian: “No hay connotación política alguna en este grupo”. La policía ya está ahí. El público espera. La banda sube. Nuevamente nos arremolinamos. Comienza la música. Tremendamente fuerte y agresiva, y rápida, muy rápida. Leo y Kimba marcan la base rítmica. La guitarra arremete con una violencia que no cesa. Y la voz ronca del vocalista que vocifera: “Tú solo dices mentiras, eres la falsedad, eres una mierda, yo solo quiero verdad. Eres solo una pose” (Eres una pose). La música y la letra, muy simple y directa, ejerce un impacto favorable en el público. El pogo ya no es solo jugado por nosotros: el grueso del público se suma a él. La gente se ha puesto en movimiento y la vibración latente ha explotado definitivamente. Un ambiente de intensidad se apodera de la noche. La noche de una ciudad muerta pero que vive un tiempo de excitación. “Vivo en una ciudad muerta, vivo en una ciudad muerta” vocifera el cantante de la banda en el segundo tema tocado, apoyado por una demoledora guitarra que aún con errores deja bien establecida su fuerza, más aún por el apoyo, incesante, compacto y preciso del bajo y la batería. La gente sigue en efervescencia. La cosa está saliendo mejor de que lo pensaban los Guerrilla. Y todavía hay espacio para un tercer tema: Quiero Anarkía, con el cual se cierra una actuación resueltamente desencadenante. El final llega con muchos aplausos. Un debut bastante bueno.
     El público se ha disparado y ya no parece necesitar de ningún incentivo para continuar así. Los siguientes grupos son más o menos aburridos, cantan en inglés o en castellano, pero el público igual está ya lanzado. El pogo persiste incrementando cada vez más su dosis de violencia y energía. Cuando LEUSEMIA sube al escenario, solo tiene que mostrar su revulsivo sonido para que la trifulca llegue a sus más altos niveles. Y Daniel la enciende así: “Y ahora a patearse todos la cara”. La música comienza y el pogo también. Al compás de las rítmicas detonaciones de la banda, la gente siguen expandiendo su energía y agresividad as lo largo de la pista. Nada, ni las exhortaciones de los organizadores, puede detener este vendaval humano que, al ritmo de la música, se ha generado. Los temas de Leusemia se suceden sin parar y el chongo también. Por momentos pareciera que se van a armar broncas por todos lados. Pero la cosa se mantiene en un nivel de juego y de vacilón notables.
Pero algo tenía que venir a malograr una noche que hasta ese momento era brillante. Alguien dice por ahí: “Óscar se ha roto la pierna”. En el fragor del pogo, una mala caída, un pendejo pisotón quizá y la cagada. Guillermo se lleva a Óscar a algún hospital. La preocupación se troca en tensión. Leusemia termina de tocar pero el ambiente está a punto de explotar en algo peor. No se sabe en qué. La energía positiva empieza a volverse negativa. Suben otros grupos, entre ellos Del Pueblo. La música ya no tiene mucha fuerza, pero la tensión crece y la hora avanza: once de la noche. La actuación de NARCOSIS se retrasa por un motivo u otro. Cachorro ultratenso por lo de Óscar.



NARCOSIS, los protagonistas de la noche
Foto: Archivo de La República


Óscar Malca, el accidentado de la jornada
Foto: Renee Vargas


Cuando termina Del Pueblo por fin sube Narcosis. El pogo continúa y el público sigue enfervorizado. Quiere más intensidad. Y la música de la banda se la da de lleno. Hemicirco y Represión con un sonido ya deteriorado, sin embargo, aumentan la agitación y el revuelo. Nadie sabe ya en qué puede acabar esto. Pero la participación y entrega del público ha sido memorable. Tanto que Wicho cree que es buen momento para inundar la noche con el tema más provocador y explosivo de la banda: SUCIO POLICÍA. La gente reacciona violentamente: los coros son vitoreados por el público: “Sucio policía verde, actúas por conveniencia, defiendes la decadencia, te vendes por dinero, eres más sucio que un perro” (Sucio policía). Pero esto ya era ir demasiado lejos en la provocación, más aún cuando los policías se hallaban en las inmediaciones. Cuando la canción ya había pasado más de la mitad, algunos movimientos indican desconcierto. De pronto la policía irrumpe por detrás del estrado y toma el escenario. Otra vez, Narcosis es interrumpido. Pero ahora la cosa es más seria. Wicho, Cahorro y Pelo Parado se escabullen. Nosotros los esperamos. Repentinamente se oyen dos disparos al aire. El desconcierto y el temor crecen de golpe. A correr. José, Susi, los Narcosis, Edwin, Pedro, Silvio, etc. emprenden la huída por una calle adyacente. No hay tiempo para preguntas o dudas. Hay que alcanzar una calle donde se pueda obtener movilidad. Nos cruzamos con gente que se retiraba del concierto. Comentarios contradictorios. Alcanzamos Francisco Pizarro. Los ojos atentos hacia todos lados. Ya estamos cerca del límite del distrito. Edwin indica “Hasta aquí nomás pueden ir los tombos”. La tranquilidad empieza a volver aunque los nervios persisten en muchos casos. “La 73 ahí viene”. Subimos todos. Por fin. “La represión se ha desenmascarado”. “Qué tal roche”. El micro surca las avenidas del centro, luego Lince. La noche se va despidiendo dejando en todos la sensación de haber vivido una experiencia inolvidable”.

PEDRO SOLANO

FUENTE: Solano, Pedro (1985). Rímac, 17 de febrero. En: Alternativa (2), pp. 13-14.