Entre los meses de octubre y diciembre de 1995 la
institución civil SUR Casa de Estudios del Socialismo organizó el seminario “¿Violentos por naturaleza o por los
tiempos? Identidad y violencia juvenil en los 90”. El programa estaba
organizado en exposiciones cuya temática giraba alrededor de la presencia de la violencia en la sociedad mediante prácticas socializadoras, dominantes,
etc.
Uno de los participantes a este encuentro de
intercambio de experiencias y reflexiones fue el filósofo y crítico de rock
Pedro Cornejo (cantante del grupo Guerrilla Urbana), quien expuso sobre la
aparición del rock subterráneo en un contexto politizado y cargado de violencia
cotidiana. Esta ponencia es el testimonio de una persona relacionada a este
hecho desde su origen. Cornejo Guinassi sienta una mirada crítica a la “movida
subte”, haciendo énfasis en sus errores: la autocensura, la cultura del perdedor, los
prejuicios, la contradicción entre palabras y acciones.
La grabación de esta exposición que sirvió como puente
de diálogo generacional hacia la juventud de fin de siglo fue, junto con las
demás presentaciones, producida y editada por SUR y el Centro de Estudios y
Acción para la Paz (CEAPAZ) en el libro “¿Nacidos
para ser salvajes? Identidad y violencia juvenil en los 90”, en 1998.
ROCK SUBTERRÁNEO
El sonido y la furia
VIOLENCIA Y CATARSIS EN UNA DE LAS
MANIFESTACIONES JUVENILES MÁS IMPORTANTES DE NUESTRO MEDIO
Presentación a sala llena del libro "Alta tensión" de Pedro Cornejo Guinassi en la facultad de Letras y Ciencias Humanas de la universidad San Marcos. El evento contó con la participación del estudiante de Comunicación Social Édgar Chilo, y los comunicadores y rockeros Juan Carlos Guerrero y Willy Jiménez.
19 de junio del 2002.
Fotografía: Archivo fotográfico de Antena Horrísona
19 de junio del 2002.
Fotografía: Archivo fotográfico de Antena Horrísona
Pedro Cornejo Guinassi
Juventud, rock y violencia son tres
fenómenos que han sido asociados desde siempre. Es bueno recordarlo ya que
cuando se habla del rock subterráneo suele asumirse que la violencia es una de
sus notas distintivas, tanto por la ferocidad de su música, como por la
belicosidad de sus letras y la agresividad de su audiencia. Pero si uno echa
una mirada a los orígenes y a la historia del rock descubre que ya sus
conciertos aurorales a fines de los años 50 estuvieron cargados de una aureola
de violencia. Basta rememorar la imagen de Jerry Lee Lewis aporreando su piano
a patadas mientras su público –excitado al máximo- destrozaba el mobiliario del
local donde se llevaba a cabo el concierto. O la reacción enloquecida de los
adolescentes al ver en la pantalla grande el film “Rock around the clock” con
Bill Haley & His Comets. Y el consiguiente escándalo de una sociedad que no
estaba dispuesta a aceptar que la violencia formaba parte de su estructura.
Es por ello que el rock ha sido satanizado
por el establishment como un fenómeno
desencadenador de violencia. Y es que el rock expresa en su origen la
insatisfacción radical de un sector social –los jóvenes- que sólo a partir de
ese momento empezó a ser tomado en cuenta, aunque sólo fuera por el peligro que
representaba para el orden establecido. Esa insatisfacción ha quedado
magistralmente reflejada, por ejemplo, en dos canciones temporalmente distantes
pero que condensan a la perfección la urgencia adolescente por alcanzar el
cielo con las manos y, al mismo tiempo, la amarga certeza de que ello es
imposible: “I can’t get no satisfaction”
de The Rolling Stones y “Anarchy in the
U.K.” de los Sex Pistols.
Frustración, rabia y desesperación son
sentimientos consustanciales al rock en tanto manifestación visceral de un
deseo siempre postergado e insatisfecho. No es casual, pues, que el rock –en su
dimensión más genuina y seminal- haya sido siempre una contradictoria vía de
liberación de impulsos libidinales y agresivos. En ese sentido, hay en el rock
tanto de eros como de tánatos, entendiendo ambos conceptos en un
sentido freudiano.
En lo que se refiere al lado tanático del rock hay que decir que
siempre ha estado presente, sea de manera instintiva en la misma pulsión percutiva
de la música, sea de una manera consciente en la estética de artistas o grupos
que han usado la violencia como un símbolo de decadencia del orden social, como
morbo y espectáculo o, finalmente, como una forma de respuesta frente a un
“sistema” al que se percibe como hostil e impositivo. No en vano una de las
canciones emblemáticas del así llamado “espíritu” del rock es “Born to be wild”, aquella exaltación de
la vida salvaje y aventurera que el grupo Steppenwolf puso de moda a fines de
los años 60.
En nuestro medio, sin embargo, este elán iconoclasta estuvo básicamente
ausente hasta el surgimiento del rock subterráneo a mediados de la década de
los 80. Entre otras cosas, porque durante los años 60 y 70 el rock no fue para
los jóvenes de este país tanto un medio de expresión como un mecanismo de
identificación con sus pares anglosajones. De ahí que la mayoría se dedicara a
hacer covers y que el hacer canciones
propias fuera, hasta cierto punto, mal visto. Cierto que hubo excepciones –la
más relevante, como antecedente del rock subterráneo, fueron Los Saicos y su
memorable canción “Demoler la estación del tren” –pero no llegaron a configurar
una tradición ni una cultura rockera.
Fue sólo a partir de la explosión de la
movida subterránea que el rock empieza a constituirse como una necesidad expresiva
–en el sentido fuerte del término- para los jóvenes. Y, como no podía ser de
otro modo dado su carácter fundacional, esa urgencia se tradujo en un grito
visceral, primario e inarticulado pero cargado de una potencia comunicativa y
movilizadora notable cuyo efecto más inmediato fue el surgimiento de una
multitud de bandas que provistas del arsenal básico del rock –guitarra, bajo y
batería- se lanzaban a exteriorizar, a voz en cuello, su rabia, indignación e
impotencia.
No hay que olvidar, por otro lado, que lo
que hoy se conoce como rock subterráneo empezó a desarrollarse hacia 1983-1984
dentro de una coyuntura sociopolítica especialmente violenta. Fue en ese
paranoico contexto de terrorismo, guerra sucia, delincuencia callejera y crisis
económica, que se produjo el “achoramiento” del rock local con bandas ya
legendarias como Leusemia, Guerrilla Urbana, Eutanasia, Éxodo, G-3, Kaoz, etc.,
surgidas, muchas de ellas, en el punto de quiebre que significó el fin del
gobierno de Belaúnde y el principio del de Alan García.
Lo curioso es que la violencia que
segregaba el rock subterráneo era en gran medida verbal y musical. En efecto,
una de las cosas que más llamaban la atención era la insultante agresividad que
los grupos proyectaban en sus canciones y en su imagen pero que, por lo
general, no se traducía –salvo casos muy aislados- en una violencia activa y
mucho menos militante. En tal sentido, las bandas de rock subterráneo siempre
estuvieron muy lejos de aquellas que en España, Francia o Inglaterra refrendaban
con hechos –“acción directa”, que le dicen- sus incendiarias consignas.
Y es que, en el rock subterráneo local, la
violencia siempre ha sido un código comunicacional que, por una parte, busca
provocar, epatar y escandalizar y que, por otra parte, apunta a generar una
catarsis colectiva que se manifiesta, por ejemplo, en esa frenética y lúdica
danza de empujones –pogo- a través de la cual el público subterráneo libera la
agresividad que proyecta la música de los grupos. Me atrevería a decir, incluso,
que el rock subterráneo ha servido para canalizar y contener la inclinación a
la violencia de muchos jóvenes que, de otro modo, habrían podido dar rienda
suelta a su frustración de formas verdaderamente anómicas y socialmente
destructivas1.
Por ello, más que incitar a la violencia, lo
que ha hecho el rock subterráneo ha sido ponerla en escena a través de su
música, sus letras y sus conciertos, mostrando de esa manera hasta qué punto ha
pasado a ser un referente cotidiano con el que los jóvenes de nuestro medio han
aprendido, fatalmente, a convivir2.
1
Es cierto que hubo grupos, dentro de la “movida” subterránea, que empezaron a
entender esa violencia ya no solamente como una expresión, como una catarsis,
un desfogue, o un juego circunscrito dentro de los cofines de un concierto de
rock, sino como un modo de vida, como una manera de enfrentarse al orden
social. Y es verdad también que no faltó gente que se sintió atraída por la
ideología violentista de los movimientos terroristas, llámese Sendero Luminoso o
MRTA. Sin embargo, dichos casos -que fueron contadísimos- difícilmente pueden
considerarse representativos de un fenómeno como el rock subterráneo que, lejos
de ser un “movimiento” musical, político o (contra)cultural, es en realidad una
suerte de refugio para muchos jóvenes a los que les resulta más o menos difícil
integrarse a los esquemas aceptados por la sociedad.
2
Hay que decir, sin embargo, que en los últimos años se ha observado un cambio
dentro de las preocupaciones de los grupos de rock subterráneo. A mediados de
los ochenta el monotema del rock subterráneo era el cuestionamiento del
“sistema”: la represión, el autoritarismo, la policía, los políticos y el orden
establecido. Lo que ha ocurrido en los últimos años es que las canciones de los
grupos empiezan a expresar más bien conflictos interiores. Las canciones de
Dolores Delirio, por ejemplo, no hablan ni de política, ni del sistema, ni
siquiera de lo que pasa en la calle. Hablan básicamente de paisajes interiores,
de sentimientos, de miedos, de confusión, de dolor, de soledad, de tristeza.
Como si los grupos y el público también se hubieran hartado de que se les
refriegue en la cara lo que ven todos los días y necesitaran que las canciones
les hablen de cosas distintas.
Carlos Gonzáles, cantante y guitarrista de
Radio Criminal y que fuera, allá por el año 87, integrante de otro grupo que se
llamó Kaos, señalaba que ahora la gente empieza a sentir la necesidad de hablar
de sí misma: los grupos expresan aquello que la audiencia está sintiendo pero que
no es capaz de verbalizar.
APÉNDICE
Preguntas del público
¿Por
qué este cambio de temática en el rock subte?
Pienso que este cambio tiene que ver con
un proceso social y político que ha vivido el país en los últimos años. Es algo
que ha pasado también en otros lugares dentro del rock. Normalmente después de
un periodo muy convulsionado, de mucha rabia, de mucha frustración que se
expresa a través de determinado tipo de música, viene la resaca. Esa resaca
hace que surjan otro tipo de motivos emocionales como puede ser la melancolía,
la nostalgia, la tristeza, la sensación de vacío. Esto ocurrió también en
Inglaterra. Cuando uno observa la diferencia de temática entre el punk rock y
el post-punk es algo similar. La motivación en el punk rock era la rabia, la
frustración, “vomitar” todo eso. Luego cuando ya se diluye la rabia, aparece el
post-punk que más bien transmite un sentimiento de pérdida, un sentimiento de
angustia, de melancolía, un retorno sobre el mundo interior, y tal vez, una
búsqueda de la propia identidad a un nivel ya más personal. Quién sabe si eso
también implica alguna tendencia más hacia propuestas más individualizadas y
menos colectivas.
¿No
tiene que ver el rock con la edad? Los punks al comienzo eran quinceañeros, y
muchos de los punks se volvieron post-punk, digamos en Inglaterra con The Cure.
Aquí Dolores está tocando y en Estados Unidos ha muerto el punk. La gente que
hace rock subterráneo, por la edad de los 30, expresa otro tipo de actitud.
Varios grupos se han desintegrado, algunos están trabajando y muy pocos son los
que siguen.
Eso es cierto porque la gente crece y una
de las cosas más difíciles dentro del rock es saber envejecer. Es decir, cuando
uno envejece dentro del rock tiene dos alternativas: hacer que su música crezca
con uno o quedarse anclado en una especia de adolescente eterno y, obviamente,
es ridículo ver a una persona de 40 años cantando cosas de un adolescente.
Pero también es verdad que hay un cierto
espíritu de la época que ha cambiado. Tú me hablas de los grupos punk de ahora,
pero la temática de estos también es diferente, ya no es la misma temática de
los grupos punk del 77, también incluso en los chiquillos, su manera de
percibir las cosas está de alguna manera impregnada por esta diferencia.
También
hay mucha gente que cree que los sesenta y los setenta fueron una época
maravillosa en la que se luchaba por cambiar las propias cosas, mientras que
ahora aparentemente no hay por qué luchar...
No olvidemos que la época en la que
estamos viviendo ahora es esa época que algunos califican de postmoderna, en la
cual se habla precisamente del fin de las utopías y en las que hay un gran
desencanto que se traduce en esas letras teñidas de melancolía. En ese sentido el
punk rock es un punto de inflexión muy importante dentro de la historia del
rock porque es el último movimiento que intenta cambiar el mundo, por decirlo
de algún modo, pero al mismo tiempo ya no cree en la posibilidad de cambiar el
mundo. Eso está perfectamente graficado en aquella canción de los Sex Pistols
cuando dice “No sé lo que quiero, pero sé cómo conseguirlo, quiero destruir”.
Lo que ocurre ahora es que tal vez los jóvenes siguen sin saber lo que quieren,
tampoco saben cómo conseguirlo, tampoco quieren destruir sino lo que quieren es
sobrevivir y para eso hay que empezar por aprender a lidiar con uno mismo.
¿No
crees que todo esto también tiene que ver con la edad? Muchas de las personas
que empezaron en el 85 son acusadas por una parte de la nueva generación de
subtes, de ser “marketeros” y de renegar de los orígenes del movimiento de rock
subterráneo.
Conforme va pasando el tiempo la gente va
aprendiendo o se ve forzada a aprender, a situarse de una manera diferente
dentro del esquema social y a cuestionar muchos de los dogmas o puntos de vista
que tuvo hace unos años. “Los más jóvenes”, en cambio, añoran lo que fue y no
pudieron ver, un pasado que probablemente no fue tan bacán como ellos lo
imaginan. Esa añoranza refleja cierta incapacidad para vivir el presente. Por
eso me llama mucho la atención que todavía no surjan aquí grupos de los
noventa. Observando el panorama rockero local, la mayoría de grupos
considerados “nuevos” están formados por gente de la generación anterior, gente
que está entre los 25 y 30 años. ¿Dónde están los grupos de 17 y 18 años?
Sin duda que los hay, pero a un nivel
todavía muy pequeño, sin capacidad ni siquiera para hacer la bulla que hicieron
los de la generación anterior. Es sintomático que no aparezcan grupos de
chiquillos lo cual expresa la inercia de esta generación, esclavizados al
pasado, cosa que dice más de ellos que de la supuesta traición cometida por
los viejos.
El
rock subterráneo siempre fue un fenómeno muy amorfo y eso es algo que muchos
pierden de vista, sólo el que vivió la movida subterránea desde dentro sabe
cuán amorfa era. Muchos investigadores han dado al fenómeno subterráneo una
especie de definición, una especie de cuerpo ideológico que en realidad jamás
existió. La movida subte era un puñado de grupos que simplemente querían decir
las cosas que sentían o pensaban.
A mediados de los ochenta, lo que más
molestaba a los grupos subterráneos era precisamente que se intentara
definirlos como un movimiento. La idea de movimiento implica la idea de ideales
compartidos, de objetivos comunes y eso precisamente era algo que se rechazaba
en ese momento. Por eso me llama poderosísimamente la atención que muchos
subtes hoy hablen de “el movimiento subterráneo”.
Afirmabas
que la violencia está dejando de ser tema central en la música de los subtes,
pero ¿no es precisamente ahora que entre los jóvenes de 16 y 17 años la
violencia vuelve a ser un tema central?
Pienso que los jóvenes están reelaborando
o elaborando sus propios pronunciamientos. Cuando surge una generación que
plantea algo fuerte, que deja una huella muy fuerte, es probable que la
generación subsiguiente se sienta apabullada, inconscientemente, por la
generación anterior, Eso de alguna manera disminuye su potencial de expresión y
se ve obligada a elaborar nuevas formas de pronunciarse. Lo que está pasando,
tal vez sea eso, la gente más joven está elaborando nuevas formas de pronunciarse, todavía no sabemos cuáles van a ser,
qué música vayan a hacer los jóvenes de 15 y 19 años cuando se decidan a
hacerlo.
Lo que sí me preocuparía es que entre los
jóvenes no haya insatisfacción, porque si no la hay, el rock se muere. Puede
haber muchos grupos tocando bonito pero si no hay insatisfacción no hay energía
y no hay vitalidad. La pregunta sería ¿hasta qué punto los más jóvenes todavía
no asumen su insatisfacción? o ¿hasta qué punto los más jóvenes han obturado su
propia insatisfacción por el contexto socio-político? Creo que ahí sí hay un
problema.
¿Esa
tendencia a la violencia que había en el movimiento subterráneo, lúdica pero
violenta, no será la que ahora está en las barras bravas?
Lo que puede estar pasando es que muchos
jóvenes han trasladado este componente de violencia de los conciertos a los
estadios. Y una expresión de eso es que Leusemia haya grabado una canción que
se llama “Barras malditas”. Y tal vez sea por eso que las barras bravas ahora
concentran la atención de todo el mundo como nidos de violencia. Es probable,
asimismo, que muchos jóvenes hayan descubierto que la música tiene límites como
campo de expresión de sus impulsos agresivos y una vez descubiertos esos
límites entonces hayan comenzado a trasladarlos a otro espacio donde sea más
factible desarrollarlos. Hay que recordar, por otro lado, que la música que
hacen los subtes puede ser primaria, salvaje y caótica pero requiere de una
articulación, por mínima que sea. Agarrar un instrumento y tocar una
cuerda ya te obliga a formalizar, darle originalidad a lo que dices, aunque sea
muy elemental. Cosa que no ocurre en las barras bravas: allí no hay ninguna
necesidad de articular nada, allí sí la violencia puede salir como violencia
pura. En el rock siempre la violencia ha estado articulada y, en ese sentido,
mediatizada por la música.
¿Crees
que con la violencia se trasladó también el componente lúdico a las barras?
Para uno que está fuera de las barras, ese
componente lúdico no existe porque no hay nada de lúdico en que a uno le tiren
piedras. Pero para el tipo que las tira sí puede tenerlo. ¿Hasta qué punto la
violencia es un problema para los jóvenes? La violencia en los jóvenes es un
problema para la sociedad, sin duda, pero para ellos ¿es un problema o es un
vacilón? Esto lo demuestra magníficamente el libro de Óscar Malca Al final de la calle: sus personajes
conviven con la violencia con una facilidad y una frialdad pasmosa.
¿Hasta
qué punto puede decirse que el rock subterráneo ha evolucionado como expresión
musical?
Me parece que hay un cambio, una mayor
individualización en el rock subterráneo desde el momento en que los grupos
empiezan a preocuparse por su música, empiezan a entenderla como una obra de
arte que hay que desarrollar. Al comienzo, la música era entendida
exclusivamente como expresión, en tanto que todos los elementos técnicos o
formales eran despreciados. Por ejemplo, si un grupo iba a tocar en un
concierto, lo importante no era sonar bien, ser un desastre no importaba. Lo
importante era expresarse. Y si un grupo quería hacer previamente una prueba de
sonido, o pedía buenos instrumentos, los demás subtes decían “Miren, ya se
empezó a vender, se está marketeando”. Lo importante era decir las cosas, no la
manera cómo se decían.
Actualmente las cosas están cambiando.
Lamentablemente, en el rock subte hay un fuerte componente de autocensura,
similar al de todos los movimientos muy cerrados sobre sí mismos, que tienen un
espíritu de ghetto, de secta: se
condena todo aquello que se salga de la norma. Y es que a pesar de que
verbalmente se dijera que no había reglas, lo cierto era que existían una serie
de normas tácitas que eran de una rigidez espeluznante: el que canta y empieza
a moverse de cierta manera en el escenario ya es un pacharaco, no importa si
esos movimientos corresponden a una necesidad expresiva de la música: “No, eso
no está bien, no es auténtico”. Hay una serie de códigos muy rígidos que van
desde lo que está bien decir y lo que está mal decir, hasta lo que está bien o
mal hacer fuera y dentro del escenario. Es la manera como el rock subterráneo
mantenía su cohesión, expulsando todo aquello que fuera distinto. Tan pronto
como un grupo empieza a desplegar una búsqueda más compleja o distinta es
automáticamente expulsado, es dejado de percibir como “uno de los nuestros”.
Eso le pasó a todos los grupos –desde
Narcosis hasta Dolores Delirio- que tratan de desarrollar individualmente
propuestas, lo cual es totalmente legítimo y no solo va a garantizar la
continuidad de una movida rockera, sino la posibilidad de que el rock aquí
produzca obras musicales valiosas. Si el rock se hubiese quedado en la pura
expresión primaria no tendría hoy la variedad alucinante de propuestas que han
surgido y siguen surgiendo en su seno.
¿Cuál
es la causa de que la movida de los noventa sea diferente a la de los ochenta?
¿Por qué los problemas se han convertido en más tolerables para la sociedad de
ahora?
No creo que la sociedad de ahora sea más
tolerable que la de los ochenta, pero creo que la manera de procesar esos conflictos
va cambiando. La sociedad moderna es tan compleja y tan implacable que
probablemente lo que uno busca es sobrevivir y va procesando esos conflictos
para sobrevivir. Los que no pueden procesarlo de una manera provechosa para sí
mismos son los que terminan mal, y me refiero a provechosa en el sentido
emocional.
Kurt Cobain no pudo procesar la presión
que le implicó la fama, el estrellato, y se mató.
Respecto
al nombre de rock subterráneo, ahora hay gente que le dice “alternativo”. Otros
como Rafo Ráez le dicen “rock urbano”. ¿Qué es lo que está sucediendo?
Lo que está sucediendo en los noventa es
que se ha producido una explosión, una especie de descentramiento de las
propuestas, una ruptura. En el 85 los “frentes de batalla” estaban claramente
delimitados, “acá los subtes y allá los comerciales”, era clarísimo, “o estás
conmigo o están con ellos”, así era la consigna. Pero luego desde el año 86,
87, se fue dando un proceso muy lento que tiene que ver con las características
del mercado del rock en el Perú, que es un mercado incipiente y muy precario,
un proceso de cada vez mayor diversificación.
El rock subterráneo hoy en día ha pasado a
convertirse en una corriente dentro del rock. La palabra “subterráneo” viene de
underground, la música underground se refiere fundamentalmente a todas aquellas
expresiones musicales que no circulan a través de los grandes medios de
comunicación. “Underground” no hace alusión a un tipo de música sino a una
determinada ubicación frente al mercado masivo. Y la palabra “subterráneo”
también hacía alusión a eso, en un principio.
No hay que olvidar que la primera vez que
se utilizó la palabra subterráneo fue en un concierto que se iba a realizar en
la Universidad de San Marcos y que fue frustrado por un grupo de estudiantes de
ultraizquierda. En ese concierto iban a tocar grupos de punk rock, grupos de
fusión y grupos de metal, una fauna muy dispersa.
Posteriormente la palabra “subterráneo” se
identifica con un determinado tipo de música, básicamente con el hardcore punk, una música muy rápida,
muy fuerte. Y hasta ahora hay gente que cree eso: si un grupo hace pop, no
puede ser considerado subterráneo, aun cuando ese grupo sea lo más underground posible en su trabajo, en su
manera de funcionar.
El rock subterráneo se ha convertido más
que antes en un ghetto, en una
especie de cosa cerrada sobre sí misma, pero en la cual tiende a verse mayor
erosión o puntos en duda porque los mismos grupos que salen de ese embrión muy
pronto empiezan a ampliar su espectro.
Si
la movida subte no se consolidó, ¿crees que esto tiene que ver también con el
talento?
Yo sí creo que hay gente de muchísimo
talento. El problema tiene que ver con otras razones de índole estructural y
psicológica. Siempre me ha sorprendido la manera como aquí los grupos se
autosabotean, tienen miedo al éxito. Tan pronto como surge la posibilidad,
aunque fuera mínima, de que lo que hacen se convirtiera en un trabajo serio,
inmediatamente, los grupos tienden a desintegrarse. Es increíble.
Definitivamente eso tiene que ver con una
suerte de “cultura del perdedor”, que se manifiesta claramente en los grupos.
Se ve mal que un grupo gane dinero, además se cree que ser independiente
significa no ganar dinero. Ninguna compañía o grupo independiente del mundo
saca discos por amor al arte.
El rock es una expresión de la época
industrial, del capitalismo, de la sociedad de consumo, incluso el rock más underground que exista.
Todas las compañías independientes tienen
estrategias de marketing, lo que cambia es cómo son las estrategias, el estilo,
pero se marketea en todas partes, todo grupo vende una imagen.
Como
productor ¿Cómo ves las actitudes de los grupos que antes eran subtes y ahora
están asumiendo su trabajo como una obra artística? En cuanto a esta formación
de una identidad rockera, ¿no crees que ambos, productores y grupos, corren el
riesgo de diluirse en esta fragmentación de un mercado rudimentario?
Creo que hay una gran ambigüedad en los
grupos locales. Por una parte, existe la conciencia de que efectivamente si quieren
sobrevivir tienen que mejorar las condiciones de su trabajo, tienen que tocar
mejor, trabajar más fríamente. Pero al mismo tiempo existe el fantasma de “soy
un vendido”. Hay una especie de sentimiento de culpa, terror de que les vaya
demasiado bien, porque a los otros no les está yendo bien como a ellos. Ese
sentimiento de culpa está muy arraigado y eso es lo que hace que la actitud de
los grupos sea tan ambigua, que no les permite entregarse completamente a un
proyecto.
¿Por
qué el movimiento no llegó a consolidarse como un movimiento de mayor espectro?
La pregunta que habría que hacerse es por
qué no se ha consolidado acá una escena rockera local. Mi respuesta puede ser
muy pesimista pero no encuentro otra: porque en el país no existe una cultura rockera
fuerte, la cantidad de gente que escucha rock no como mero divertimento sino
como fuente de identificación es mínima, absolutamente insignificante.
Aquí no existe una comunidad rockera.
¿Quiénes van a los conciertos de rock, los verdaderos conciertos de rock? La
misma gente de hace diez años. Esa es la razón por la cual los grupos de rock
tienen enormes dificultades para llenar un local con más de 500 personas,
porque los conciertos de rock también forman parte de una cultura que acá no
existe. Para los jóvenes peruanos es mucho más divertido ir a un tono que ir a
un concierto. En otros países con una tradición rockera fuerte el concierto es
una experiencia colectiva muchísimo más atractiva que cualquier otra. Aquí la
mayoría de gente que “escucha rock” lo hace dentro de un saco de cosas que
escucha por la radio. Ese es el problema fundamental y es lo que pasa con el
rock subte, su poder y debilidad están en eso. La fuerza del rock subte está en
que efectivamente los que escuchan rock subte son los seguidores fieles, los
tipos que compran las maquetas, que están pendientes de lo que pasa, son el
público leal, el problema es que son muy pocos. Entonces la posibilidad de que
el rock subterráneo crezca y que el rock en general crezca aquí pasa por el eje
de que el rock empiece a ser asumido básicamente como una fuente de valores,
como un espacio de identificación y eso es algo que aquí va a ocurrir muy
lentamente, aquí la tradición rockera está muy fracturada, no hubo una
continuidad.
Y la culpa de eso no la tiene la dictadura
de Velasco, como se nos ha querido hacer creer. En Argentina, el rock fue
perseguido con muchísima más violencia que aquí y siguió desarrollándose. ¿Por
qué? Porque para los jóvenes argentinos, el rock era algo vital: si no había rock,
algo muy importante en sus vidas dejaba de existir. Acá mañana dan una ley para
censurar el rock y que no lleguen discos y les aseguro que los que van a sufrir
van a ser unos cuantos. El resto se adaptará a la nueva moda y punto.
Pero,
¿No hay indicios de que las cosas están mejorando?
Sí, El mismo hecho de que con cierta
frecuencia haya conciertos o que vengan grupos de rock del extranjero es un indicio,
pero muy incipiente. Por ejemplo, los grupos o solistas nacionales que han
tenido éxito a nivel masivo son grupos en los cuales el componente rockero es
casi inexistente: Río, Pedro Suárez Vértiz, Miki González, Los nosequién y los
nosecuántos, que hacen música pop con un componente rockero muy tibio, muy
light, muy ligero.
Me temo que tal vez haya una cuestión
cultural en el tema, hasta qué punto el rock pueda, realmente, cruzar grupos culturales,
grupos sociales, tengo dudas al respecto. Yo creo que el rock para ser masivo
tiene que sufrir determinadas transformaciones como puede haber ocurrido con el
caso de Los Mojarras, por ejemplo: transformaciones en el sentido de un rock
muy impuro, un rock fusionado. Me temo que el problema del rock es un problema
del país, es decir, el problema de la fragmentación del país, hasta qué punto
el rock puede integrar.
Una experiencia –para mí aleccionadora-
fue un par de conciertos en el que presentaban juntos a Mar de Copas y Los
Mojarras. Una experiencia extraordinaria, y a la vez un fracaso. Sumamente
aleccionadora, porque eran grupos con propuestas absolutamente distintas, cuyos
públicos eran también absolutamente distintos. ¿Qué pasó? Simplemente se
expulsaron mutuamente y quedó claro que va a ser muy difícil integrar el
mercado. Es decir, la gente que era fan de Mar de Copas no fue a los conciertos
por el hecho de que tocaban Los Mojarras, o sencillamente se fue tan pronto
como terminó su grupo favorito. Y la gente de Los Mojarras no fue porque vive
demasiado lejos de donde era el concierto. Ahí vi claramente la dimensión del
problema. Es la misma fragmentación, creo, de la sociedad peruana la que se
refleja también en esta fragmentación del mercado rockero.
Los únicos grupos que pueden superar eso
son los que llegan a la televisión, que es un medio de integración, una
integración que va por el lado de la imagen. Por ejemplo, la gente iba a ver a
Los Nosequién, hay mucha gente que ni escuchaba rock pero iba a verlos. Pero la
integración que buscan los grupos de rock consiste en que la gente se
identifique con su música, con la propuesta.
Habría que preguntarse, en todo caso,
hasta qué punto es necesario que se produzca una integración del mercado
rockero. De repente el futuro del rock aquí está en la fragmentación, es decir,
en que lo que haya sean grupos que trabajan en determinados segmentos pero que
cada uno de esos segmentos sea lo suficientemente sólido, tenga la suficiente
capacidad de consumo como para permitirles trabajar dentro de ese circuito y
reproducirse, crecer artísticamente.
Hasta hace dos
años, tenía la casi certeza de que un grupo que solamente se movía en el
circuito de Miraflores, Barranco, La Molina, era un grupo condenado a
desaparecer en un periodo no muy largo de tiempo. La experiencia de estos dos
últimos años me ha indicado que no es así: Mar de Copas trabaja dentro de ese
circuito y cada vez vende más discos, sin sonar en la radio, sin aparecer en
televisión. Lo que pasa tal vez es que este segmento de público tiene cada vez
una mayor capacidad de consumo.
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