19 de octubre de 2016

Rock subterráneo: El sonido y la furia






Entre los meses de octubre y diciembre de 1995 la institución civil SUR Casa de Estudios del Socialismo organizó el seminario “¿Violentos por naturaleza o por los tiempos? Identidad y violencia juvenil en los 90”. El programa estaba organizado en exposiciones cuya temática giraba alrededor de la presencia de la violencia en la sociedad mediante prácticas socializadoras, dominantes, etc.
Uno de los participantes a este encuentro de intercambio de experiencias y reflexiones fue el filósofo y crítico de rock Pedro Cornejo (cantante del grupo Guerrilla Urbana), quien expuso sobre la aparición del rock subterráneo en un contexto politizado y cargado de violencia cotidiana. Esta ponencia es el testimonio de una persona relacionada a este hecho desde su origen. Cornejo Guinassi sienta una mirada crítica a la “movida subte”, haciendo énfasis en sus errores: la autocensura, la cultura del perdedor, los prejuicios, la contradicción entre palabras y acciones.

La grabación de esta exposición que sirvió como puente de diálogo generacional hacia la juventud de fin de siglo fue, junto con las demás presentaciones, producida y editada por SUR y el Centro de Estudios y Acción para la Paz (CEAPAZ) en el libro “¿Nacidos para ser salvajes? Identidad y violencia juvenil en los 90”, en 1998.









ROCK SUBTERRÁNEO
El sonido y la furia



VIOLENCIA Y CATARSIS EN UNA DE LAS MANIFESTACIONES JUVENILES MÁS IMPORTANTES DE NUESTRO MEDIO







Presentación a sala llena del libro "Alta tensión" de Pedro Cornejo Guinassi en la facultad de Letras y Ciencias Humanas de la universidad San Marcos. El evento contó con la participación del estudiante de Comunicación Social Édgar Chilo, y los comunicadores y rockeros Juan Carlos Guerrero y Willy Jiménez. 
19 de junio del 2002.

Fotografía: Archivo fotográfico de Antena Horrísona





Pedro Cornejo Guinassi




Juventud, rock y violencia son tres fenómenos que han sido asociados desde siempre. Es bueno recordarlo ya que cuando se habla del rock subterráneo suele asumirse que la violencia es una de sus notas distintivas, tanto por la ferocidad de su música, como por la belicosidad de sus letras y la agresividad de su audiencia. Pero si uno echa una mirada a los orígenes y a la historia del rock descubre que ya sus conciertos aurorales a fines de los años 50 estuvieron cargados de una aureola de violencia. Basta rememorar la imagen de Jerry Lee Lewis aporreando su piano a patadas mientras su público –excitado al máximo- destrozaba el mobiliario del local donde se llevaba a cabo el concierto. O la reacción enloquecida de los adolescentes al ver en la pantalla grande el film “Rock around the clock” con Bill Haley & His Comets. Y el consiguiente escándalo de una sociedad que no estaba dispuesta a aceptar que la violencia formaba parte de su estructura.
Es por ello que el rock ha sido satanizado por el establishment como un fenómeno desencadenador de violencia. Y es que el rock expresa en su origen la insatisfacción radical de un sector social –los jóvenes- que sólo a partir de ese momento empezó a ser tomado en cuenta, aunque sólo fuera por el peligro que representaba para el orden establecido. Esa insatisfacción ha quedado magistralmente reflejada, por ejemplo, en dos canciones temporalmente distantes pero que condensan a la perfección la urgencia adolescente por alcanzar el cielo con las manos y, al mismo tiempo, la amarga certeza de que ello es imposible: “I can’t get no satisfaction” de The Rolling Stones y “Anarchy in the U.K.” de los Sex Pistols.
Frustración, rabia y desesperación son sentimientos consustanciales al rock en tanto manifestación visceral de un deseo siempre postergado e insatisfecho. No es casual, pues, que el rock –en su dimensión más genuina y seminal- haya sido siempre una contradictoria vía de liberación de impulsos libidinales y agresivos. En ese sentido, hay en el rock tanto de eros como de tánatos, entendiendo ambos conceptos en un sentido freudiano.
En lo que se refiere al lado tanático del rock hay que decir que siempre ha estado presente, sea de manera instintiva en la misma pulsión percutiva de la música, sea de una manera consciente en la estética de artistas o grupos que han usado la violencia como un símbolo de decadencia del orden social, como morbo y espectáculo o, finalmente, como una forma de respuesta frente a un “sistema” al que se percibe como hostil e impositivo. No en vano una de las canciones emblemáticas del así llamado “espíritu” del rock es “Born to be wild”, aquella exaltación de la vida salvaje y aventurera que el grupo Steppenwolf puso de moda a fines de los años 60.

En nuestro medio, sin embargo, este elán iconoclasta estuvo básicamente ausente hasta el surgimiento del rock subterráneo a mediados de la década de los 80. Entre otras cosas, porque durante los años 60 y 70 el rock no fue para los jóvenes de este país tanto un medio de expresión como un mecanismo de identificación con sus pares anglosajones. De ahí que la mayoría se dedicara a hacer covers y que el hacer canciones propias fuera, hasta cierto punto, mal visto. Cierto que hubo excepciones –la más relevante, como antecedente del rock subterráneo, fueron Los Saicos y su memorable canción “Demoler la estación del tren” –pero no llegaron a configurar una tradición ni una cultura rockera.
Fue sólo a partir de la explosión de la movida subterránea que el rock empieza a constituirse como una necesidad expresiva –en el sentido fuerte del término- para los jóvenes. Y, como no podía ser de otro modo dado su carácter fundacional, esa urgencia se tradujo en un grito visceral, primario e inarticulado pero cargado de una potencia comunicativa y movilizadora notable cuyo efecto más inmediato fue el surgimiento de una multitud de bandas que provistas del arsenal básico del rock –guitarra, bajo y batería- se lanzaban a exteriorizar, a voz en cuello, su rabia, indignación e impotencia.

No hay que olvidar, por otro lado, que lo que hoy se conoce como rock subterráneo empezó a desarrollarse hacia 1983-1984 dentro de una coyuntura sociopolítica especialmente violenta. Fue en ese paranoico contexto de terrorismo, guerra sucia, delincuencia callejera y crisis económica, que se produjo el “achoramiento” del rock local con bandas ya legendarias como Leusemia, Guerrilla Urbana, Eutanasia, Éxodo, G-3, Kaoz, etc., surgidas, muchas de ellas, en el punto de quiebre que significó el fin del gobierno de Belaúnde y el principio del de Alan García.
Lo curioso es que la violencia que segregaba el rock subterráneo era en gran medida verbal y musical. En efecto, una de las cosas que más llamaban la atención era la insultante agresividad que los grupos proyectaban en sus canciones y en su imagen pero que, por lo general, no se traducía –salvo casos muy aislados- en una violencia activa y mucho menos militante. En tal sentido, las bandas de rock subterráneo siempre estuvieron muy lejos de aquellas que en España, Francia o Inglaterra refrendaban con hechos –“acción directa”, que le dicen- sus incendiarias consignas.
Y es que, en el rock subterráneo local, la violencia siempre ha sido un código comunicacional que, por una parte, busca provocar, epatar y escandalizar y que, por otra parte, apunta a generar una catarsis colectiva que se manifiesta, por ejemplo, en esa frenética y lúdica danza de empujones –pogo- a través de la cual el público subterráneo libera la agresividad que proyecta la música de los grupos. Me atrevería a decir, incluso, que el rock subterráneo ha servido para canalizar y contener la inclinación a la violencia de muchos jóvenes que, de otro modo, habrían podido dar rienda suelta a su frustración de formas verdaderamente anómicas y socialmente destructivas1.
Por ello, más que incitar a la violencia, lo que ha hecho el rock subterráneo ha sido ponerla en escena a través de su música, sus letras y sus conciertos, mostrando de esa manera hasta qué punto ha pasado a ser un referente cotidiano con el que los jóvenes de nuestro medio han aprendido, fatalmente, a convivir2.

1 Es cierto que hubo grupos, dentro de la “movida” subterránea, que empezaron a entender esa violencia ya no solamente como una expresión, como una catarsis, un desfogue, o un juego circunscrito dentro de los cofines de un concierto de rock, sino como un modo de vida, como una manera de enfrentarse al orden social. Y es verdad también que no faltó gente que se sintió atraída por la ideología violentista de los movimientos terroristas, llámese Sendero Luminoso o MRTA. Sin embargo, dichos casos -que fueron contadísimos- difícilmente pueden considerarse representativos de un fenómeno como el rock subterráneo que, lejos de ser un “movimiento” musical, político o (contra)cultural, es en realidad una suerte de refugio para muchos jóvenes a los que les resulta más o menos difícil integrarse a los esquemas aceptados por la sociedad.

2 Hay que decir, sin embargo, que en los últimos años se ha observado un cambio dentro de las preocupaciones de los grupos de rock subterráneo. A mediados de los ochenta el monotema del rock subterráneo era el cuestionamiento del “sistema”: la represión, el autoritarismo, la policía, los políticos y el orden establecido. Lo que ha ocurrido en los últimos años es que las canciones de los grupos empiezan a expresar más bien conflictos interiores. Las canciones de Dolores Delirio, por ejemplo, no hablan ni de política, ni del sistema, ni siquiera de lo que pasa en la calle. Hablan básicamente de paisajes interiores, de sentimientos, de miedos, de confusión, de dolor, de soledad, de tristeza. Como si los grupos y el público también se hubieran hartado de que se les refriegue en la cara lo que ven todos los días y necesitaran que las canciones les hablen de cosas distintas.
Carlos Gonzáles, cantante y guitarrista de Radio Criminal y que fuera, allá por el año 87, integrante de otro grupo que se llamó Kaos, señalaba que ahora la gente empieza a sentir la necesidad de hablar de sí misma: los grupos expresan aquello que la audiencia está sintiendo pero que no es capaz de verbalizar.





APÉNDICE
Preguntas del público

¿Por qué este cambio de temática en el rock subte?
Pienso que este cambio tiene que ver con un proceso social y político que ha vivido el país en los últimos años. Es algo que ha pasado también en otros lugares dentro del rock. Normalmente después de un periodo muy convulsionado, de mucha rabia, de mucha frustración que se expresa a través de determinado tipo de música, viene la resaca. Esa resaca hace que surjan otro tipo de motivos emocionales como puede ser la melancolía, la nostalgia, la tristeza, la sensación de vacío. Esto ocurrió también en Inglaterra. Cuando uno observa la diferencia de temática entre el punk rock y el post-punk es algo similar. La motivación en el punk rock era la rabia, la frustración, “vomitar” todo eso. Luego cuando ya se diluye la rabia, aparece el post-punk que más bien transmite un sentimiento de pérdida, un sentimiento de angustia, de melancolía, un retorno sobre el mundo interior, y tal vez, una búsqueda de la propia identidad a un nivel ya más personal. Quién sabe si eso también implica alguna tendencia más hacia propuestas más individualizadas y menos colectivas.


¿No tiene que ver el rock con la edad? Los punks al comienzo eran quinceañeros, y muchos de los punks se volvieron post-punk, digamos en Inglaterra con The Cure. Aquí Dolores está tocando y en Estados Unidos ha muerto el punk. La gente que hace rock subterráneo, por la edad de los 30, expresa otro tipo de actitud. Varios grupos se han desintegrado, algunos están trabajando y muy pocos son los que siguen.
Eso es cierto porque la gente crece y una de las cosas más difíciles dentro del rock es saber envejecer. Es decir, cuando uno envejece dentro del rock tiene dos alternativas: hacer que su música crezca con uno o quedarse anclado en una especia de adolescente eterno y, obviamente, es ridículo ver a una persona de 40 años cantando cosas de un adolescente.
Pero también es verdad que hay un cierto espíritu de la época que ha cambiado. Tú me hablas de los grupos punk de ahora, pero la temática de estos también es diferente, ya no es la misma temática de los grupos punk del 77, también incluso en los chiquillos, su manera de percibir las cosas está de alguna manera impregnada por esta diferencia.


También hay mucha gente que cree que los sesenta y los setenta fueron una época maravillosa en la que se luchaba por cambiar las propias cosas, mientras que ahora aparentemente no hay por qué luchar...
No olvidemos que la época en la que estamos viviendo ahora es esa época que algunos califican de postmoderna, en la cual se habla precisamente del fin de las utopías y en las que hay un gran desencanto que se traduce en esas letras teñidas de melancolía. En ese sentido el punk rock es un punto de inflexión muy importante dentro de la historia del rock porque es el último movimiento que intenta cambiar el mundo, por decirlo de algún modo, pero al mismo tiempo ya no cree en la posibilidad de cambiar el mundo. Eso está perfectamente graficado en aquella canción de los Sex Pistols cuando dice “No sé lo que quiero, pero sé cómo conseguirlo, quiero destruir”. Lo que ocurre ahora es que tal vez los jóvenes siguen sin saber lo que quieren, tampoco saben cómo conseguirlo, tampoco quieren destruir sino lo que quieren es sobrevivir y para eso hay que empezar por aprender a lidiar con uno mismo.


¿No crees que todo esto también tiene que ver con la edad? Muchas de las personas que empezaron en el 85 son acusadas por una parte de la nueva generación de subtes, de ser “marketeros” y de renegar de los orígenes del movimiento de rock subterráneo.
Conforme va pasando el tiempo la gente va aprendiendo o se ve forzada a aprender, a situarse de una manera diferente dentro del esquema social y a cuestionar muchos de los dogmas o puntos de vista que tuvo hace unos años. “Los más jóvenes”, en cambio, añoran lo que fue y no pudieron ver, un pasado que probablemente no fue tan bacán como ellos lo imaginan. Esa añoranza refleja cierta incapacidad para vivir el presente. Por eso me llama mucho la atención que todavía no surjan aquí grupos de los noventa. Observando el panorama rockero local, la mayoría de grupos considerados “nuevos” están formados por gente de la generación anterior, gente que está entre los 25 y 30 años. ¿Dónde están los grupos de 17 y 18 años?
Sin duda que los hay, pero a un nivel todavía muy pequeño, sin capacidad ni siquiera para hacer la bulla que hicieron los de la generación anterior. Es sintomático que no aparezcan grupos de chiquillos lo cual expresa la inercia de esta generación, esclavizados al pasado, cosa que dice más de ellos que de la supuesta traición cometida por los viejos.
El rock subterráneo siempre fue un fenómeno muy amorfo y eso es algo que muchos pierden de vista, sólo el que vivió la movida subterránea desde dentro sabe cuán amorfa era. Muchos investigadores han dado al fenómeno subterráneo una especie de definición, una especie de cuerpo ideológico que en realidad jamás existió. La movida subte era un puñado de grupos que simplemente querían decir las cosas que sentían o pensaban.
A mediados de los ochenta, lo que más molestaba a los grupos subterráneos era precisamente que se intentara definirlos como un movimiento. La idea de movimiento implica la idea de ideales compartidos, de objetivos comunes y eso precisamente era algo que se rechazaba en ese momento. Por eso me llama poderosísimamente la atención que muchos subtes hoy hablen de “el movimiento subterráneo”.


Afirmabas que la violencia está dejando de ser tema central en la música de los subtes, pero ¿no es precisamente ahora que entre los jóvenes de 16 y 17 años la violencia vuelve a ser un tema central?
Pienso que los jóvenes están reelaborando o elaborando sus propios pronunciamientos. Cuando surge una generación que plantea algo fuerte, que deja una huella muy fuerte, es probable que la generación subsiguiente se sienta apabullada, inconscientemente, por la generación anterior, Eso de alguna manera disminuye su potencial de expresión y se ve obligada a elaborar nuevas formas de pronunciarse. Lo que está pasando, tal vez sea eso, la gente más joven está elaborando nuevas formas de pronunciarse, todavía no sabemos cuáles van a ser, qué música vayan a hacer los jóvenes de 15 y 19 años cuando se decidan a hacerlo.
Lo que sí me preocuparía es que entre los jóvenes no haya insatisfacción, porque si no la hay, el rock se muere. Puede haber muchos grupos tocando bonito pero si no hay insatisfacción no hay energía y no hay vitalidad. La pregunta sería ¿hasta qué punto los más jóvenes todavía no asumen su insatisfacción? o ¿hasta qué punto los más jóvenes han obturado su propia insatisfacción por el contexto socio-político? Creo que ahí sí hay un problema.


¿Esa tendencia a la violencia que había en el movimiento subterráneo, lúdica pero violenta, no será la que ahora está en las barras bravas?
Lo que puede estar pasando es que muchos jóvenes han trasladado este componente de violencia de los conciertos a los estadios. Y una expresión de eso es que Leusemia haya grabado una canción que se llama “Barras malditas”. Y tal vez sea por eso que las barras bravas ahora concentran la atención de todo el mundo como nidos de violencia. Es probable, asimismo, que muchos jóvenes hayan descubierto que la música tiene límites como campo de expresión de sus impulsos agresivos y una vez descubiertos esos límites entonces hayan comenzado a trasladarlos a otro espacio donde sea más factible desarrollarlos. Hay que recordar, por otro lado, que la música que hacen los subtes puede ser primaria, salvaje y caótica pero requiere de una articulación, por mínima que sea. Agarrar un instrumento y tocar una cuerda ya te obliga a formalizar, darle originalidad a lo que dices, aunque sea muy elemental. Cosa que no ocurre en las barras bravas: allí no hay ninguna necesidad de articular nada, allí sí la violencia puede salir como violencia pura. En el rock siempre la violencia ha estado articulada y, en ese sentido, mediatizada por la música.


¿Crees que con la violencia se trasladó también el componente lúdico a las barras?
Para uno que está fuera de las barras, ese componente lúdico no existe porque no hay nada de lúdico en que a uno le tiren piedras. Pero para el tipo que las tira sí puede tenerlo. ¿Hasta qué punto la violencia es un problema para los jóvenes? La violencia en los jóvenes es un problema para la sociedad, sin duda, pero para ellos ¿es un problema o es un vacilón? Esto lo demuestra magníficamente el libro de Óscar Malca Al final de la calle: sus personajes conviven con la violencia con una facilidad y una frialdad pasmosa.


¿Hasta qué punto puede decirse que el rock subterráneo ha evolucionado como expresión musical?
Me parece que hay un cambio, una mayor individualización en el rock subterráneo desde el momento en que los grupos empiezan a preocuparse por su música, empiezan a entenderla como una obra de arte que hay que desarrollar. Al comienzo, la música era entendida exclusivamente como expresión, en tanto que todos los elementos técnicos o formales eran despreciados. Por ejemplo, si un grupo iba a tocar en un concierto, lo importante no era sonar bien, ser un desastre no importaba. Lo importante era expresarse. Y si un grupo quería hacer previamente una prueba de sonido, o pedía buenos instrumentos, los demás subtes decían “Miren, ya se empezó a vender, se está marketeando”. Lo importante era decir las cosas, no la manera cómo se decían.
Actualmente las cosas están cambiando. Lamentablemente, en el rock subte hay un fuerte componente de autocensura, similar al de todos los movimientos muy cerrados sobre sí mismos, que tienen un espíritu de ghetto, de secta: se condena todo aquello que se salga de la norma. Y es que a pesar de que verbalmente se dijera que no había reglas, lo cierto era que existían una serie de normas tácitas que eran de una rigidez espeluznante: el que canta y empieza a moverse de cierta manera en el escenario ya es un pacharaco, no importa si esos movimientos corresponden a una necesidad expresiva de la música: “No, eso no está bien, no es auténtico”. Hay una serie de códigos muy rígidos que van desde lo que está bien decir y lo que está mal decir, hasta lo que está bien o mal hacer fuera y dentro del escenario. Es la manera como el rock subterráneo mantenía su cohesión, expulsando todo aquello que fuera distinto. Tan pronto como un grupo empieza a desplegar una búsqueda más compleja o distinta es automáticamente expulsado, es dejado de percibir como “uno de los nuestros”.
Eso le pasó a todos los grupos –desde Narcosis hasta Dolores Delirio- que tratan de desarrollar individualmente propuestas, lo cual es totalmente legítimo y no solo va a garantizar la continuidad de una movida rockera, sino la posibilidad de que el rock aquí produzca obras musicales valiosas. Si el rock se hubiese quedado en la pura expresión primaria no tendría hoy la variedad alucinante de propuestas que han surgido y siguen surgiendo en su seno.


¿Cuál es la causa de que la movida de los noventa sea diferente a la de los ochenta? ¿Por qué los problemas se han convertido en más tolerables para la sociedad de ahora?
No creo que la sociedad de ahora sea más tolerable que la de los ochenta, pero creo que la manera de procesar esos conflictos va cambiando. La sociedad moderna es tan compleja y tan implacable que probablemente lo que uno busca es sobrevivir y va procesando esos conflictos para sobrevivir. Los que no pueden procesarlo de una manera provechosa para sí mismos son los que terminan mal, y me refiero a provechosa en el sentido emocional.
Kurt Cobain no pudo procesar la presión que le implicó la fama, el estrellato, y se mató.


Respecto al nombre de rock subterráneo, ahora hay gente que le dice “alternativo”. Otros como Rafo Ráez le dicen “rock urbano”. ¿Qué es lo que está sucediendo?
Lo que está sucediendo en los noventa es que se ha producido una explosión, una especie de descentramiento de las propuestas, una ruptura. En el 85 los “frentes de batalla” estaban claramente delimitados, “acá los subtes y allá los comerciales”, era clarísimo, “o estás conmigo o están con ellos”, así era la consigna. Pero luego desde el año 86, 87, se fue dando un proceso muy lento que tiene que ver con las características del mercado del rock en el Perú, que es un mercado incipiente y muy precario, un proceso de cada vez mayor diversificación.
El rock subterráneo hoy en día ha pasado a convertirse en una corriente dentro del rock. La palabra “subterráneo” viene de underground, la música underground se refiere fundamentalmente a todas aquellas expresiones musicales que no circulan a través de los grandes medios de comunicación. “Underground” no hace alusión a un tipo de música sino a una determinada ubicación frente al mercado masivo. Y la palabra “subterráneo” también hacía alusión a eso, en un principio.
No hay que olvidar que la primera vez que se utilizó la palabra subterráneo fue en un concierto que se iba a realizar en la Universidad de San Marcos y que fue frustrado por un grupo de estudiantes de ultraizquierda. En ese concierto iban a tocar grupos de punk rock, grupos de fusión y grupos de metal, una fauna muy dispersa.
Posteriormente la palabra “subterráneo” se identifica con un determinado tipo de música, básicamente con el hardcore punk, una música muy rápida, muy fuerte. Y hasta ahora hay gente que cree eso: si un grupo hace pop, no puede ser considerado subterráneo, aun cuando ese grupo sea lo más underground posible en su trabajo, en su manera de funcionar.
El rock subterráneo se ha convertido más que antes en un ghetto, en una especie de cosa cerrada sobre sí misma, pero en la cual tiende a verse mayor erosión o puntos en duda porque los mismos grupos que salen de ese embrión muy pronto empiezan a ampliar su espectro.


Si la movida subte no se consolidó, ¿crees que esto tiene que ver también con el talento?
Yo sí creo que hay gente de muchísimo talento. El problema tiene que ver con otras razones de índole estructural y psicológica. Siempre me ha sorprendido la manera como aquí los grupos se autosabotean, tienen miedo al éxito. Tan pronto como surge la posibilidad, aunque fuera mínima, de que lo que hacen se convirtiera en un trabajo serio, inmediatamente, los grupos tienden a desintegrarse. Es increíble.
Definitivamente eso tiene que ver con una suerte de cultura del perdedor”, que se manifiesta claramente en los grupos. Se ve mal que un grupo gane dinero, además se cree que ser independiente significa no ganar dinero. Ninguna compañía o grupo independiente del mundo saca discos por amor al arte.
El rock es una expresión de la época industrial, del capitalismo, de la sociedad de consumo, incluso el rock más underground que exista.
Todas las compañías independientes tienen estrategias de marketing, lo que cambia es cómo son las estrategias, el estilo, pero se marketea en todas partes, todo grupo vende una imagen.


Como productor ¿Cómo ves las actitudes de los grupos que antes eran subtes y ahora están asumiendo su trabajo como una obra artística? En cuanto a esta formación de una identidad rockera, ¿no crees que ambos, productores y grupos, corren el riesgo de diluirse en esta fragmentación de un mercado rudimentario?
Creo que hay una gran ambigüedad en los grupos locales. Por una parte, existe la conciencia de que efectivamente si quieren sobrevivir tienen que mejorar las condiciones de su trabajo, tienen que tocar mejor, trabajar más fríamente. Pero al mismo tiempo existe el fantasma de “soy un vendido”. Hay una especie de sentimiento de culpa, terror de que les vaya demasiado bien, porque a los otros no les está yendo bien como a ellos. Ese sentimiento de culpa está muy arraigado y eso es lo que hace que la actitud de los grupos sea tan ambigua, que no les permite entregarse completamente a un proyecto.


¿Por qué el movimiento no llegó a consolidarse como un movimiento de mayor espectro?
La pregunta que habría que hacerse es por qué no se ha consolidado acá una escena rockera local. Mi respuesta puede ser muy pesimista pero no encuentro otra: porque en el país no existe una cultura rockera fuerte, la cantidad de gente que escucha rock no como mero divertimento sino como fuente de identificación es mínima, absolutamente insignificante.
Aquí no existe una comunidad rockera. ¿Quiénes van a los conciertos de rock, los verdaderos conciertos de rock? La misma gente de hace diez años. Esa es la razón por la cual los grupos de rock tienen enormes dificultades para llenar un local con más de 500 personas, porque los conciertos de rock también forman parte de una cultura que acá no existe. Para los jóvenes peruanos es mucho más divertido ir a un tono que ir a un concierto. En otros países con una tradición rockera fuerte el concierto es una experiencia colectiva muchísimo más atractiva que cualquier otra. Aquí la mayoría de gente que “escucha rock” lo hace dentro de un saco de cosas que escucha por la radio. Ese es el problema fundamental y es lo que pasa con el rock subte, su poder y debilidad están en eso. La fuerza del rock subte está en que efectivamente los que escuchan rock subte son los seguidores fieles, los tipos que compran las maquetas, que están pendientes de lo que pasa, son el público leal, el problema es que son muy pocos. Entonces la posibilidad de que el rock subterráneo crezca y que el rock en general crezca aquí pasa por el eje de que el rock empiece a ser asumido básicamente como una fuente de valores, como un espacio de identificación y eso es algo que aquí va a ocurrir muy lentamente, aquí la tradición rockera está muy fracturada, no hubo una continuidad.
Y la culpa de eso no la tiene la dictadura de Velasco, como se nos ha querido hacer creer. En Argentina, el rock fue perseguido con muchísima más violencia que aquí y siguió desarrollándose. ¿Por qué? Porque para los jóvenes argentinos, el rock era algo vital: si no había rock, algo muy importante en sus vidas dejaba de existir. Acá mañana dan una ley para censurar el rock y que no lleguen discos y les aseguro que los que van a sufrir van a ser unos cuantos. El resto se adaptará a la nueva moda y punto.


Pero, ¿No hay indicios de que las cosas están mejorando?
Sí, El mismo hecho de que con cierta frecuencia haya conciertos o que vengan grupos de rock del extranjero es un indicio, pero muy incipiente. Por ejemplo, los grupos o solistas nacionales que han tenido éxito a nivel masivo son grupos en los cuales el componente rockero es casi inexistente: Río, Pedro Suárez Vértiz, Miki González, Los nosequién y los nosecuántos, que hacen música pop con un componente rockero muy tibio, muy light, muy ligero.
Me temo que tal vez haya una cuestión cultural en el tema, hasta qué punto el rock pueda, realmente, cruzar grupos culturales, grupos sociales, tengo dudas al respecto. Yo creo que el rock para ser masivo tiene que sufrir determinadas transformaciones como puede haber ocurrido con el caso de Los Mojarras, por ejemplo: transformaciones en el sentido de un rock muy impuro, un rock fusionado. Me temo que el problema del rock es un problema del país, es decir, el problema de la fragmentación del país, hasta qué punto el rock puede integrar.
Una experiencia –para mí aleccionadora- fue un par de conciertos en el que presentaban juntos a Mar de Copas y Los Mojarras. Una experiencia extraordinaria, y a la vez un fracaso. Sumamente aleccionadora, porque eran grupos con propuestas absolutamente distintas, cuyos públicos eran también absolutamente distintos. ¿Qué pasó? Simplemente se expulsaron mutuamente y quedó claro que va a ser muy difícil integrar el mercado. Es decir, la gente que era fan de Mar de Copas no fue a los conciertos por el hecho de que tocaban Los Mojarras, o sencillamente se fue tan pronto como terminó su grupo favorito. Y la gente de Los Mojarras no fue porque vive demasiado lejos de donde era el concierto. Ahí vi claramente la dimensión del problema. Es la misma fragmentación, creo, de la sociedad peruana la que se refleja también en esta fragmentación del mercado rockero.
Los únicos grupos que pueden superar eso son los que llegan a la televisión, que es un medio de integración, una integración que va por el lado de la imagen. Por ejemplo, la gente iba a ver a Los Nosequién, hay mucha gente que ni escuchaba rock pero iba a verlos. Pero la integración que buscan los grupos de rock consiste en que la gente se identifique con su música, con la propuesta.
Habría que preguntarse, en todo caso, hasta qué punto es necesario que se produzca una integración del mercado rockero. De repente el futuro del rock aquí está en la fragmentación, es decir, en que lo que haya sean grupos que trabajan en determinados segmentos pero que cada uno de esos segmentos sea lo suficientemente sólido, tenga la suficiente capacidad de consumo como para permitirles trabajar dentro de ese circuito y reproducirse, crecer artísticamente.
Hasta hace dos años, tenía la casi certeza de que un grupo que solamente se movía en el circuito de Miraflores, Barranco, La Molina, era un grupo condenado a desaparecer en un periodo no muy largo de tiempo. La experiencia de estos dos últimos años me ha indicado que no es así: Mar de Copas trabaja dentro de ese circuito y cada vez vende más discos, sin sonar en la radio, sin aparecer en televisión. Lo que pasa tal vez es que este segmento de público tiene cada vez una mayor capacidad de consumo.






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