Presentamos un ensayo de Jesús Mónica Feria Tinta publicado en la revista Márgenes. Para la autora, el rock subterráneo tuvo en su discurso original una intención de subvertir el orden de cosas a través de un “lenguaje hardcore” expresado en las letras de las canciones de grupos como Narcosis, Autopsia, Zcuela Crrada o Sociedad de Mierda. Sin embargo, escribe, terminó neutralizado por el sistema; aunque había otra alternativa más eficaz que sí lograría un auténtico cambio. La música no era el medio idóneo para tal fin, sino los actos violentos. Este es un ensayo escrito por una simpatizante y colaboradora del PCP-Sendero Luminoso, requisitoriada en Perú por el delito de terrorismo. Esta publicación importa porque sus argumentos muestran una posición, una mirada discordante hacia formas de expresión que no compartan su proceder. El ensayo de Mónica Feria es tendencioso porque incluso manipula un extracto de la letra de “¿Qué patria es esta?” del grupo Sociedad de Mierda donde se hace una crítica directa al terrorismo, al igual que algunos grupos subterráneos lo hicieron en sus canciones.
SERES VAN
2.° Esquisse del Bestiario en La Richi
31 de enero de 1985
Fotografía: Archivo de Herbert Rodríguez
2.° Esquisse del Bestiario en La Richi
31 de enero de 1985
Fotografía: Archivo de Herbert Rodríguez
Notas al
margen en torno a la juventud
Existe una tendencia generalizada a
caracterizar a la juventud del Perú de hoy como a la juventud de la
desesperanza y la frustración.
Hay
en esta apreciación una preocupación implícita por el futuro del país que ante
la falta de alternativas se debate, en opinión de algunos, entre el nihilismo,
la delincuencia, la drogadicción y Sendero Luminoso1
En otras palabras, la visión de una
juventud que se halla en el vacío de la desesperación.
Gonzalo Portocarrero encuentra que hay
sociedades y épocas donde la fuerte estructuración social y la amplia
disponibilidad de oportunidades crean condiciones muy favorables para que los
jóvenes puedan plasmar una identidad sin mayores tensiones2. Ello desde mi punto de vista no sería tan así cuando
constatamos que son justamente estas sociedades “desarrolladas” las que
engendran la agresiva frialdad del punk y la indiferencia de los pasotas. (¿Qué
otra salida le quedaba a la juventud de la generación siguiente a los hippies,
si se considera lo que el sistema había hecho con sus aspiraciones?). De esta
forma las contradicciones de la sociedad de consumo han llevado a un punto de
crisis psicológica que podría describirse como de infelicidad en la opulencia.
En última instancia la juventud de esas
sociedades no tendría ni siquiera la posibilidad de plantearse una utopía
revolucionaria, constriñéndose a pequeños oasis de valores que terminan
agotándose en sí mismos y conduciéndolos a la entropía.
No
es sólo pues la crisis económico-social del país lo que arrojaría como saldo un
desgarramiento en los ideales de la juventud. Diría más bien que es el sistema
occidental-capitalista a escala mundial el que está en crisis. Los arquetipos
burgueses han fracasado y existe una búsqueda urgente de un arquetipo humano
que catalice los ideales hacia un futuro liberado de esta cultura explotadora y
destructiva que amputa los valores intelectuales mientras anestesia con
progresos materiales; que, en la frase feliz de Durell “envenena con las
humanidades y luego no les muestra ninguna”.
Enrique
Bernales en una entrevista decía: “Si yo
tuviese 17 o 18 años aun actualmente, no me sentiría tan seguro como me sentí
cuando tenía 17 años. En esa época mi futuro ya estaba trazado. Iba a ingresar
a la universidad e ingresé. Iba a terminar mis estudios y los terminé. Iba a
tener un trabajo al regresar y lo tuve. Todos mis compañeros de promoción
pasamos más o menos por las mismas experiencias”.3
¿Es
este futuro que se desearía para el joven de hoy? Pareciera que el modelo
óptimo de vida fuese la asimilación al orden establecido, al esquema
pacíficamente burgués. Definitivamente no se trata de una simple rebeldía ante
la carencia de oportunidades, sino del rechazo a un sistema donde las reglas de
juego (la clave del éxito) consisten en saber introducirse en el individualismo
competitivo, el oportunismo y lo comercial.
Una
canción del grupo subterráneo “SdeM” (Sociedad de mierda) reza así: ¿Qué mal tiene el Perú?/ Si contestar no
puedes tú/ Te lo diré pero recuerda/ ¡Tiene una sociedad de mierda!/ ¿Qué
patria es ésta?/ Donde un ser humano es igual a un perro/ si no es explotado es
desocupado/ si no es desposeído es marginado/ ¿Qué patria es ésta?/ Donde los
que dicen la verdad/ los creen locos, subversivos o cojudos/ los callan, exterminan
o jubilan/ ¿Qué patria es ésta?/ Donde la economía es dependencia/ donde la
juventud sin futuro está/ ¿Qué patria es ésta?/ Donde la justicia nunca llega/
donde fiscal y policía roban por igual/ donde
militar mata donde quiera/ ¿Qué patria es ésta?/ Donde unos hijos de puta/
vendiendo y robando/ jugaron a la conquista del Perú/ ¿Qué mal tiene el Perú?/
Si todavía no lo sabes tú/ Te lo diré pero recuerda/ ¡Tiene una sociedad de
mierda!
Así
la “movida” subterránea se engarza dentro de esta perspectiva contestataria.
Irrumpe en la escena como un fenómeno urbano, canalizando actitudes que
cuestionan valores obsoletos y tradicionales. A partir de 1983 comienza a
desarrollar una voluntad indomable de expresarse a todo nivel. Su mensaje, si
bien no es totalmente homogéneo, engloba desde muchos aspectos y enfoques
diferentes una crítica al capitalismo, al imperialismo, a la injusticia de las
actuales relaciones sociales, al poder y a su corrupción inherente, a la
hipocresía.
En
los orígenes hay una intención de subvertir el orden. Una juventud que ve en
éste autoritarismo, consumismo, alienación, caos y decadencia. A través del
lenguaje del “hardcore” se denuncia esta realidad. Allí está Narcosis con Destruir (1985): Yo voy por la calle pateando latas/ Mi mente está revuelta/ mi angustia
aumenta/ levanto la mirada/ sólo hay ojos que no ven nada/ hay tata gente
idiota/ que quiero mear sus caras/ Hay que destruir/ para volver a construir/
Hay mucho movimiento/ pero todo está muerto/ la gente no se da cuenta/ que
camina sobre ruinas/ la ciudad se me echa encima/ Toda esta mierda me asfixia/
tengo que destruirlos antes que ellos me destruyan.
Esta
actitud negativa y violenta que llevó a la satanización de la movida subterránea
no es en el fondo sino parte de una práctica dialéctica que destruye para
crear. Esto se filtra en algunas letras. “Excomulgados” (1986): De Comas a Villa el Salvador/ existe una
urbe agonizante/ un desagüe llamado río Rímac/ Balcones, alamedas, puentes/ son
asesinados por el tiempo/ el centro de la ciudad/ lleno de edificios y
avenidas/ sin ningún tipo de limpieza/ marcha de obreros explotados y
ambulantes por todos lados/ zonas residenciales/ donde nunca llegará la
hambruna/ jardines con hermosas flores/ wiski, terciopelo, cadilac e
hipocresía/ periferia de la ciudad/ pueblos jóvenes y barriadas/ con heroicos
combatientes/ de esta lucha por la sobrevivencia/ forjadores de una urbe/ que
está naciendo.
La
fuerza de esta necesidad de destrucción tiene en un primer momento un impacto
negativo, de escándalo en la opinión pública.
Recordemos
el concierto del 18 de octubre de 1985 cuando después de más de dos años de
trabajo semi-clandestino para crear los contactos necesarios y encender la
mecha, el rock subterráneo tomó “Lima la horrible” por asalto. La agresividad,
la aspereza y el aliento de ruptura se hicieron evidentes. La televisión (“la puta del sistema” como la
denominarían los “Excomulgados”) se encargó de llevar a miles de hogares lo sucedido.
En la Universidad de Lima hubo sesión de Consejo porque un docente de ésta
formaba parte del grupo “Guerrilla Urbana” (Odio
a los de tu clase/ eres sólo una pose/ te odio y te desprecio/ la mierda es tu
único precio); cantaba el vocalista. Violencia y pogo4. Un grito en pleno Miraflores: “maldito perro burgués, púdrete antes que yo”.
Allí
estará también Mayoría equivocada del
grupo “Autopsia”: Estás parado en medio
de la calle sin saber qué hacer/ Afiches y ansias confunden tu mente/ compras
Coca Cola sin saber por qué/ Te vistes como tus amigos lo hacen para que ellos
te acepten/ Ves Dinastía en la TV/ y tu radio es Doble Nueve/ frecuentas
discotecas para que las hembras te quieran/ fumas marihuana y te armas para que
no te llamen sano/ vas a la playa para estar bronceado/ Mayoría equivocada/
Mayoría alienada/ Mayoría de mierda.
Igualmente
serán contundentes Sucio policía de
“Narcosis”, Púdrete pituco de “SdeM”
(Eres blanquito igual que tu padre/
púdrete pituco reconchatumadre), Camaleón
de “Flema” (tan sólo eres un camaleón/
sin criterios ni convicción/ tan sólo eres un tornadizo huevón) o Loco Burdel de “Zcuela Crrada”.
Sin
embargo, ésta presente radicalidad se tornará en pueril intransigencia a medida
que el circuito comercial absorba a la movida subterránea. “Con gran éxito de público, y acaparando las
expectativas de los principales medios informativos como El Comercio, La
República y los canales 4 y 9 de TV, Ave Rock presentó a diferentes grupos
nuevos en sus dos ataques de Rock subterráneo los días 3 y 17 de noviembre, en
La Taberna de Miraflores. Todo esto fue posible gracias al apoyo y auspicio de
Doble Nueve, la tienda Chicama de Diagonal en Miraflores y la compañía de
Miguel Angulo, importadora de los afamados equipos de sonido ‘Peavey’ y ‘Dod’”5
Disfrazarse
de subterráneo se pondrá de moda: vestir de negro, usar pelos parados, parar en
la nave6, ir los fines de
semana a la No-Helden. El movimiento será asimilado por la sociedad contra lo
que se levantó. Un elemento de este resquebrajamiento será las diferenciaciones
que existirán al interior de los subterráneos. “Por una parte tienes a la gente
que dispone de mayores recursos económicos frente a los que no disponen de
medios para realizar sus conciertos”7.
Estarán los “pitupunks” y los misios: el problema de clase subyace.
Finalmente,
lo últimos intentos de “hacer las cosas en serio” se agotan. Se reducen a uno
que otro fanzín. Por lo demás del rollo original sólo queda la cáscara. Su
muerte en la praxis no se deberá a la incoherencia interna sino al ataque
despiadado del sistema que lo termina neutralizando. Sin embargo, si bien no
logra esa ruptura que sólo una revolución política podría alcanzar, habría que
reconocer que estas expresiones contraculturales alimentan un estado de ánimo
de insatisfacción y de búsqueda que generan fuerzas que deben ser canalizadas
hacia formas de lucha más eficaces.
Pese
a todo, los subterráneos subsisten aún en espacios como San Marcos. Así
constatamos en esta universidad la convivencia de lo más disímil y
contrapuesto: Pabellones cubiertos de pintas y consignas revolucionarias,
pizarras de todas las tendencias, suciedad, olor a orines, pabellones tipo
“colegio” como el nuevo pabellón de Sociales, un estadio que se puebla de parejas
al anochecer, ausencia de jardines, viento, polvo, carpetas rotas, ventanas sin
lunas, caos. Una pared amarilla, medio derruida, que dice arriba salvar/ ser y abajo el dibujo de una hoz
y un martillo: Viva la guerra popular.
Por las escalinatas de Letras, José y Miguel besándose, presencia marginal que
no deja de ser significativa. Incursiones policiales, enfrentamientos, muerte.
Afuera: rochabuses, quema de llantas, lacrimógenas, huelgas.
La
afirmación de lo vivo que responde a la realidad de calles tugurizadas, miseria,
basura, ambulantes, fealdad.
Heterogeneidad.
Espacios como la rockola Susy (en San Juan) donde hay lugar para todo:
sensualidad al ritmo de cumbia, chicha, rock, salsa. Los sábados y domingos
empleadas del hogar, soldaditos, estudiantes de carreras cortas, subempleados,
acuden en forma masiva.
Distinto
será el desarrollo de la juventud en espacios de “orden”, donde se reproduce lo
que devendrá en funcional al sistema8.
Los sectores más radicales, aquí, serán sectores alienados con la música
post-revolución triunfante de Silvio Rodríguez, para quienes el accionar se define no precisamente en formas violentas
como en otros espacios. No atentará
contra nada.
Esa
juventud con “sensibilidad social” que viene de la pequeña burguesía naufraga
como potencial revolucionario. A lo más será allí donde se alimentarán vanos
intentos reformistas.
“El pequeño-burgués ‘enfurecido’ por los
horrores del capitalismo es un fenómeno social propio (…) de todos los países
capitalistas. La inconstancia de estas veleidades revolucionarias, su
esterilidad, su facilidad de cambiarse rápidamente en sumisión y apatía, en
imaginaciones fantásticas, hasta en un entusiasmo ‘furioso’ por tal o cual
tendencia burguesa de moda son universalmente conocidos”9.
Es
imposible pensar el Perú desde la seguridad, desde jardines bellamente
dispuestos, desde las florecitas alabadas por El Comercio que invitan al
bucolismo inofensivo. El caos en este contexto es más productivo. No
estupidiza. Golpea la conciencia y no la anestesia.
El
contraponer belleza/ fealdad y optar por la fealdad acusa, más que una
castración de las posibilidades creadoras del hombre, una apuesta por ellas. El asumir el peso de la asimetría, de la
brutalidad, de la violencia, es necesario. La idealización de la belleza, así como de la paz, resulta enajenante
cuando se desarrolla como fuga personal y no como salida colectiva.
Es
explicable de esta manera el malestar que translucen ciertos jóvenes. La
desazón que se desprende de poemarios como La
última cena (por ejemplo de estos versos de Dalmacia Ruiz: Madre violencia/ tú haces grandes cosas que
nosotros no entendemos/ y aunque todos oyen tu voz/ no pueden detenerte) contrasta
(situándonos en un extremo) con el ánimo de la poesía de “nuevo tipo” (“combatimos la muerte con la muerte por la
vida”)
Gustavo
Buntinx diría que “los temores de un
sector determinado dan expresión a las esperanzas de otro”10. Para
aquellos que insurgen bajo la consigna “la
rebelión se justifica” cambiando dramáticamente la escena de los 80, la
vida y la muerte cobrarían un sentido distinto.
“¿Qué es lo que quiere?” –dijo el teniente-, “éstos muchachos son fanáticos. Catorce,
quince años de edad a lo sumo. En el momento en que los fusilábamos gritaban
¡Viva el Partido Comunista del Perú!”11
Pensar
que esta juventud opta por Sendero basándose en la desesperación, es partir de
un análisis estrecho que sólo alcanza a ver en él un escape semejante a la
droga o la delincuencia. La militancia no se sustentaría en una formación
ideológica y política sino más bien en una fe “fundamentalista”. Este
tratamiento soslayaría que SL es un movimiento insurreccional que debe ser
abordado como tal, más allá de sus prácticas acertadas o no. Evidentemente es
más sencillo explicarnos el fenómeno como un extremismo inconsistente que se
nutre de la desesperación colectiva. Sin embargo, esto es asidero insuficiente
para entender el desarrollo de ocho años de “guerra popular”. “Hay quienes quieren ocultar y aplacar
nuestra acción revolucionaria bajo el podrido manto de terrorismo, siendo que
somos la revolución armada en marcha; hay quienes nos llaman ‘sendero
tenebroso’ mientras pretenden perpetuar las sombras que ya retroceden ante
nuestra luminosa acción guiada por el marxismo-leninismo-maoísmo”12.
Por
otro lado, afirmar que los jóvenes de hoy se enrolan a SL “no tienen nada que
perder” sugiere que nadie que tenga algo que preservar podría estar allí. Los
senderistas serían entonces una suerte de aventureros para quienes el
emprendimiento del camino de la violencia no les exigiría mayores renuncias que
la vida.
Estas
posiciones no ayudarían a esclarecer las razones de la creciente participación
de jóvenes en las filas senderistas (por ejemplo su creciente presencia en
sectores universitarios), que probablemente ven allí la única posibilidad de
construir un orden distinto. Esto se relaciona, en todo caso, con lo que
algunos entienden como el desafío de superar revolucionariamente a Sendero
Luminoso.
Todos
estos alcances pretenden mostrar el panorama en toda su complejidad.
Planteamientos como el de Imelda Vega Centeno (“llegar a ser y conocer el
placer de ser mestizos”, es decir, un
epílogo de afortunada integración nacional) pecan de ingenuos frente al reto
que realmente enfrenta la juventud de hoy, porque
el futuro no se presenta en términos de integración sino de polarización.
El
actual régimen ha demostrado su política por la juventud con hechos claros: dos
asesinatos impunemente perpetrados; edad 22, no más de 25 años en cada caso.
Uno realizado en una protesta estudiantil contra la matanza de Cayara y, el
otro, en vísperas del Paro Nacional del 20 de julio. En momentos en que este
artículo estaba en imprenta se produjo un tercer asesinato, el 12 de octubre,
el estudiante sanmarquino Hernán Pozo fue muerto por las fuerzas policiales de
un disparo a la cabeza. Edad: 20 años.
La
“defensa de la juventud” con campañas de “a
la droga dile no” por parte del gobierno resulta carente de sentido en el
marco de su política de balas.
No
es sin embargo, la “desesperanza” el signo de nuestros tiempos sino una fuerza
rotunda que reivindica la violencia y que persiste en creer en la revolución.
La esencialidad de lo nuevo desemboca necesariamente en sus cauces.
FUENTE: Feria,
Mónica (1988). Notas al margen en torno a la juventud. En: Márgenes: Encuentro y debate. Año II, (4), pp. 157-165.
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