La revista Esquina en su edición doble (9 - 10) publicó un discutible artículo de opinión sobre la escena conocida como “rock subterráneo”, donde lo musical había pasado a segundo plano y se había convertido en lugar donde se infiltraron personas ajenas al rock. La crítica iba también dirigida hacia los integrantes de las bandas que, apelando a la intransigencia, no asumieron la responsabilidad que implicaba estar frente a un público que los seguía, ni de sus actos. Sea por el discurso desgastado, la desidia, o el simple aburrimiento; mucho antes de escribirse esta crítica varios grupos ya no se consideraban “subterráneos”, no se identificaban con la etiqueta. Ya no formaban “parte de eso”. Los autores del texto son Nicolás Morales (guitarrista de Eutanasia), Mario Mendoza (ex bajista de Eutanasia) y Gustavo Ruiz (baterista de Kaos).
EUTANASIA
Foto: Nicolás Morales
TBC
VOZ PROPIA
Fotos: Roc Magnon
ROCK SUBTERRÁNEO… reflejos de la
nada
Casi sin percatarnos de su
llegada y como por sorpresa, los 90 dieron fin a aquellos cinco o seis años de
este “nuevo rock” acarreando de paso, una inevitable interrogante: ¿Qué m…
conseguimos en todos estos años?
Con
seguridad podemos afirmar que sólo fue ver y sentir que el proyecto de un
movimiento musical “alternativo”, “diferente”, se diluía tras cada iniciativa,
luego de cada polémica o finalizado cualquier concierto.
No
se concretó ninguna propuesta valedera, no se alcanzó la solidez necesaria. Y
quizás nosotros mismos fuimos nuestros verdugos. Permitimos que la movida se
rodee de arribistas, intelectualoides, “lidercillos” y aprovechadores que la
utilizaron tratando de aliviar frustraciones generadas en fuentes extrañas al
rock subterráneo (de algún modo hay que llamarlo aunque no te guste la
etiqueta).
Gente como aquella ejerció,
directa o indirectamente, una abierta y perjudicial manipulación de otros
jóvenes que pretendía renovar definitivamente su intimidad. Muchos no
aparecieron más, abrumados por la confusión, el aburrimiento y la decepción,
originados en aquel laberinto de necias disputas, desorden inútil y
desorganización. Nadie fue capaz de ayudar a asentarlos, a plasmar sus buenas
ideas: todo era criticarse el uno al otro, sin poder justificar válidamente ni
siquiera dicha crítica, ellos eran los juzgadores del apocalipsis. Así, el
movimiento nació y creció resquebrajado, dividido y elitizado.
A
pesar de esta lamentable realidad, subsiste la estúpida intención de ciertos
bobos de uniformizar ideológicamente a los demás, politizándola bajo una
especie de partido o alguna aberración semejante; hasta hoy no reparan en que,
el que desee imponer sus ideas a otro, lavándole el cerebro, debe largarse a manipular
a otro tipo de gente.
Estos
fueron los que aprovechando cierta imagen lograban que algunos se transformaran
en carneros o monitos, imitándoles su vestimenta, forma de hablar, caminar,
cantar… pensar. Todos esos pseudo líderes vencidos por su cobardía e
inseguridad, y aferrándose a sus ansias de dominación, jamás se atrevieron
simplemente a mostrarles, a los que recién llegaban a la movida, que eso y esto
significaba aquello: interprétalo, analízalo y escoge.
Incluso
abusaron de la sutileza y astucia para manipular.
A
su vez, muchos se tildaron de radicales, marginales… o punks. Debías ser malo,
violento para ser un buen “punk”; si tenías demasiados billetes en el bolsillo
o vivías en determinado barrio eras burgués, un “pitupunk”. Pobrecillos… pero,
¿quiénes de los que afirmaban eso y se dedicaban a dividir una inestable escena
eran verdaderamente marginales? ¿Cuántos de ellos viven en asentamientos
humanos, sufren de hambre o frío? Ninguno, pues de ser así no se hubieran
preocupado por formar un grupo, integrar un movimiento o grabar una maqueta, su
único interés hubiera sido buscar qué comer cada día. Esa gente, la realmente
marginada, forma parte de otro mundo, de un mundo ignorado en la práctica.
Todos
esos “radicales” sólo fueron una sarta de babositos que creían que demostrar su
resentimiento, a su manera, iban a transformar al sistema.
De
otro lado también estuvieron aquellos que transcurrían en un ambiente
impregnado de la más absoluta indiferencia ante lo que ocurría a su alrededor:
eran unos niñitos “bien”, los que se preocupan de ir a los conciertos como
diversión de fin de semana o alguna discoteca banal. Ellos eran los que estaban
desesperados por el “vacilón”, por sus colecciones de discos, polos y casetes.
Algunos
los denominaron, como ya referimos, “pitupunks”, y junto a la “otra mancha”, se
trabaron en una ruptura irreconciliable que provocó más de una estupidez. Unos
y otros son criticables.
No
interesa que alguien sea de una u otra clase social. Que vivas en San isidro o
Comas, o que seas cholo, negro, chino, gringo o mestizo. Lo válido era y es tu
propuesta planteada con inteligencia y sin limitaciones, sin caer en lo absurdo
o pueril. Si ofreces algo que trasciende lo musical (tu grupo puede ser bueno…
y qué) pues bacán. Asimismo, es preciso que cuando suban al escenario no lo
usen para azuzar o enfrentar a la gente, inclusive, atribuyéndose un liderato
absoluto se toman el atrevimiento de pretender sentenciarla “a muerte” solo
porque a ellos así les parece.
Sin
embargo, parte de lo expresado, no implica un desconocimiento a la necesidad de
lograr un trabajo musical aceptable. No es imperioso ser virtuoso para ser
efectivos y contundentes ante quienes te escuchen. Solo saber que, en este
caso, el mensaje entra por los ojos y oídos y si se descuida este aspecto
cualquier proposición se perderá en el ruido.
En
estos años, tampoco hubo preocupación por plasmar variantes en la temática, la
mayoría de grupos basaban su labor lírica en la cuestión política –generalmente
puro cliché– o personal, dejaron a un lado a la gente de la calle, al submundo
compuesto por putas, vagos, mendigos y travestis. Lamentablemente, olvidamos
este entorno.
¿Se
imaginan, por ejemplo, qué hubiera sucedido si aparecía por ahí alguna banda
compuesta por gays o sólo por chicas? Nuestro sexismo, el machismo, nos dan la
respuesta.
Así,
¿Cuál es la verdadera ruptura musical e
ideológica del rock subterráneo? ¿Acaso lo es simplemente el hecho de
mentar la madre a diestra y siniestra, romper lunas y baños en los conciertos,
tocar más fuerte y rápido, incentivar corrientes anarco-comunistas y hasta
anarco-católicas? ¿O vestirse como un verídico “punk”, “hardcoreano” y “oscuro”?
No
se pudo romper con nada ya que, con complacencia de un lado, e imposición del
otro, aunado a las divisiones, cinismo y otras cosas por el estilo, la caminata
hacia un objetivo se hacía con pies de barro.
Gran
culpa es atribuirle a los mismos grupos, sobre todo aquellos que, en
determinado momento, representaron une etapa importante dentro de la escena
subterránea. ¿Qué pasó con esas bandas que al final solo combinaron desidia,
indiferencia, altanería, ansias de liderazgo?
Dejemos
a un lado a grupos como Leusemia, Narcosis o Guerrilla Urbana pues estos plasmaron por si solos su mensaje al
ser los iniciadores del movimiento. La responsabilidad –si así la podemos
llamar – recayó en grupos como Voz
Propia, Kaos, G-3, Eutanasia, etc., a los cuales la gente consideraba, ya sea por sus
letras, música, propuesta o impacto en el escenario.
Se
desperdició o mal usó ese inmenso poder convocatorio que se desprende de un
micrófono, poder peligroso con el cual se logró únicamente mayor desazón. El
silencio o la torpeza para dirigirse al público fueron los símbolos del “micro”.
Como
resultado de todos estos “fenómenos”, tampoco se pudo sostener una
producción constante de maquetas,
fanzines o cualquier otro signo de perseverancia; la organización de conciertos
se hizo cada vez más difícil. Aparte de la crisis económica, siempre estuvieron
los que se dedicaban a destruir equipos, locales, etc. Poco a poco los lugares
para tocar se fueron cerrando. Era increíble ver que la misma gente que quería
un concierto propiciaba la limitación de ellos con sus actitudes.
Esto deriva en dos cosas: que no es
inaceptable que un grupo pueda “comercializarse”, llegando a mayor cantidad de
público, editando un disco o escuchándose por la radio, siempre que no se
someta, no se humille para alcanzar aquello. Todo el valor de su trabajo se
perdería cambiando letras, música y propuesta. Si quieren hacer eso que dejen
este circuito y que se prostituyan como lo hacen los grupos sosos.
Lo segundo es la responsabilidad que debe
tener quien asiste a un concierto. ¿Emborrachándose y drogándose para ir a joder?
De ellos depende que la madurez alcance a los que apenas conocen la movida. Asimismo,
deberían procurar no llenar las arcas de los mercantilistas de la música, sea
de aquellos que te explotan vendiéndote un casete, o de los “organizadores” de
conciertos. Todos nos conocemos y sabemos quién es quién.
Bien, como tantos otros artículos, este
será uno más. Pasará por tu cabeza, sin retener lo que quisimos decir, pero nos
dimos el gusto de decirte algo.
Gustavo, Niko, Mario.
FUENTE: Gustavo
Ruiz, Nicolás Morales y Mario Mendoza (1990). Rock subterráneo… reflejos de la
nada. En: Esquina (9 – 10), pp. 42 –
43.
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