20 de julio de 2019

Súper Concierto Ave Rok (1985)








NARCOSIS abriendo el Súper concierto Ave Rok
31 de mayo de 1985
Fotografía: Kid Oscarix






EL ROCK ACHORADO
Un pase de vueltas




Una pequeña masa de bárbaros se reúne, arremolina, en la puerta de ingreso a la Concha Acústica del Parque Salazar de Miraflores. Ante la mirada vigilante de unos mozalbetes rubicundos, armados de palos, extraen de sus bolsillos los billetes que les permitirán el ingreso al Súper Concierto Ave Rok que organiza la revista rockera del mismo nombre. Adentro se escuchan estridencias de guitarras eléctricas en agresivos punteos. Al trasponer la reja de hierro, otro jovencito catea a los que van ingresando. Ni botellas de trago ni objetos pesados pueden ingresar al concierto. Adentro la visión es de locura: en medio de luces fantasmagóricas y humo de colores, sobresalen tres muchachos: uno con una guitarra eléctrica, otro en el micrófono y atrás está el tercero, frenético con su batería. Es el grupo rockero “NARCOSIS”.
“Hay sucios verdes… que actúan por conveniencia… que defiende la decadencia… a los gobiernos y a los políticos de turno… ¡Sucios! ¡Sucios! ¡Sucios policías!”.
Con inusitada violencia, Wicho, el cantante de “Narcosis” canta el tema “Sucio Policía” y señala con el dedo hacia donde están las fuerzas del orden, en la cima del malecón, y sigue gritando fortísimo: “¡Sucios policías!. El sonido que se consigue, en base a sólo dos instrumentos, es muy aceptable para la línea de rock. “Son ruidos armónicos”, sentencia un rockero más bien intelectual, tronando los dedos y aspirando un cigarrillo medio sospechoso.
        La gente –nadie mayor de 20 años– delira con “Narcosis” y se dedica a gritarle de todo. “¡Mueran, mierdas!” ruge un mozalbete de unos 13 años, y todos sus amigos se retuercen de la risa. En el suelo hay evidencias de alegrías espirituosas: el vacío envase de vidrio de una “chata” de ron. “¡Muérete tú primero, concha de tu…!” exclama con desprejuicio Wicho desde el micrófono. Más chacota. Los muchachos de alrededores, normal nomás, como si estuviesen acostumbrados a tan peculiares relaciones públicas. Un sonido fenomenal y cesa el ruido. Aplausos.
        Ahora –anuncian desde el micrófono– un supertema de Sex Pistols (¿?): “Quiero ser tu perro”. Y se arrancan sin dilación: “Ahora quiero ser tu esclavo y hacerte daño… Ahora quiero ser tu perro… Quiero estar a tu lado…” y los muchachos enloquecen en el público. Una fría brisa marina refresca esta noche medio turbulenta. Los que estaban repartiendo mentadas de madre desde la platea, prosiguen en su afán, con grandes alaridos que se deben oír hasta arriba, por la pista donde circulan carros y microbuses a Lima. Decenas de jovencitos miran desde los altos, al haberles faltado dinero para el boleto de ingreso.
        Nadie se ha dado cuenta cómo, pero el rock filo-punk en español de “Narcosis” cambió de tema, pero no de línea. “Destroza las cadenas que te atan… mata al presidente y a todos sus ministros… levántate y sal de esta maldita marginación… destroza las iglesias y a sus sucios sacerdotes… destroza al terrorismo y su sucia agresión…”. Entre el humo y las luces (¿psicodélicas?) se nota una lluvia media extraña sobre el escenario: alguien, en el máximo de su inventiva para la gracia limeña, está arrojando botellas vacías de ron al escenario. “Narcosis” no se queda: devuelven las botellas con idéntica alegría. Aplausos para el rock de “Narcosis”.
        La virulencia de esta generación rockera no es nada nueva bajo el sol. A fines de los 60 se cuenta que Jim Morrison en un concierto de rock en Inglaterra, en el célebre grupo The Doors, se bajó los pantalones y empezó a masturbarse ante el público. En Woodstock, Ten Years After rompió sus guitarras eléctricas y las arrojó al público. En una onda nacional, por los mismos años, Pablo Luna de Los Yorks, se contoneaba espasmódicamente y rompió también algunos micrófonos. Pero hay que reconocer que la virulencia en este caso se ha triplicado por lo menos.
        Como fantasmagorías en el centro de la noche, surgen los chicos, algo mayorcitos, de “Del pueblo”, rockeros que hacen una fusión de rock con música nacional, pues usan quenas, zampoñas y charangos. Comienzan haciéndola larga. Inquietud entre los adolescentes marabuntas que están pifiando y mentando la madre de lo lindo. Los de “Del pueblo”, impávidos, como si con ellos no fuera la cosa, afinan sus instrumentos. Más gritos y mentadas de madre. Nada pasa. Cuando ya llevaban cerca de quince minutos en este plan y empezaba la variopinta lluvia de objetos contundentes sobre los músicos, arrancan con un tema.
        “Yo no quiero estudiar… yo no quiero trabajar… dame cinco lucas que estoy deprimido… y me fumo un tronchito… ” cantan en medio de la algarabía general. Mientras, uno de los integrantes del grupo se pasa cargando un inmenso “troncho” y otro llega atrás arrojando algo (¿qué será?) al público. Gran vacilón entre la audiencia. Terminando el primer tema en medio de gritos y susurros-, “Del pueblo” se arranca con la segunda de la noche. “Ven a mí, ven a mí, perdición… venganza, odio, codicia, violación, lujuria, gula, pereza…” y cuando se le acaban los vicios irrumpen, frenéticos: “¡Lucifer! ¡Lucifer!”. Toda una misa negra en rock.
        Como todo está en aumento –la tensión eléctrica recorre a los chicos– acaban con el número máximo: “La lucha armada atacando ya, la lucha armada del campo a la ciudad…” en una suerte de descripción de los apagones con bombazos y derribamiento de torres a los que nos vamos acostumbrando en la capital, pero sin el menor ánimo de ser apologéticos. Adelante, cerca al proscenio, hay algunas grescas. “Esto no es nada –nos informa un asiduo concurrente a los conciertos de rock–, en otros la cosa es peor”. Cada cinco minutos un grupo de los organizadores trata de bajar a quienes se quieren subir a mostrar sus ánimos sobre los músicos. Los mismos rockeros patean las botellas que ya están cayendo sobre ellos.
        El próximo grupo es el de Miki González. En sus temas, más limpios en el sonido, pero con parecida violencia verbal, cantan la falta de dinero de la gente, las redadas luego de los apagones, todo lo que está sucediendo a la ciudad en estos meses (Los milicos se reúnen, los terrucos también…”) haciendo notar que la violencia callejera ha quedado impregnada en el sentimiento de estos chicos. Hay dos morenos que tocan percusión en el grupo y que son crecientemente hostigados por el público. Hasta que algo cae a uno de ellos y se marcha. Miki grita por el micrófono: “Bueno, ya se fue el negro de mierda ¿van a estar tranquilos? Dejen de joder”. Hay risas y el concierto prosigue.
        Miki González tiene un tema que suena en la radio. Ese es el que exigen el respetable (¿?). Y lo instrumentan: “Soy como el patita de la televisión, que con dos chicas y con tanta propaganda voy a enloquecer…”. Se arma el despelote. Hay muchachos en la platea que están trepados unos encima de otros. Más allá otro se ha quitado la camisa y pasea dando alaridos. Un humo medio acre se respira en la concurrencia; alguien está fumándose un “tronchito”. Risas, gritos, palmas, de todo se oye esta noche como fondo a las canciones.
        Cuando aparece “TV Color” la gente aplaude más de lo normal. “Ya vienen estos pesados” comenta un rockero duro, sin concesiones. Sube Danai, la vocalista, con atuendos punk. “¿Cómo se llama la vieja?” quiere saber un insolente de 14 años más o menos. Danai no debe llegar a los 30 años, y si pensamos que John Lennon era un cuarentón cuando murió, esto es francamente un exabrupto. Pero igual “TV Color” canta y toca. Con un sonido más elaborado (hay un saxo que es verdaderamente bueno) se lanzan con temas de largas partes instrumentadas.
        De mayor edad que el resto de músicos, los de “TV Color” frisan los 30 años. El ‘Chino’ Chávez, director musical del grupo, es rockero antiguo. Pero sacan sus aplausos hasta el último tema. “Los rockeros somos bacanes” exclama Danai sin mucha convicción. Se escuchan unos chiflidos. Total, que concluyen con sus temas, menos explosivos en la letra si es que tomamos el referente de los otros grupos. Pequeñas bandas de adolescentes deambulan medio ebrios.
        Cuando las luces se apagan, la masa se va hacia arriba, al malecón. Gritan y suben las gradas a trancos. Por entre ellos están algunos de los músicos que no han sido invitados al concierto de esta noche: Leuzemia, Guerrilla Urbana, Zcuela Cerrada. “Oye loco –le dice un muchachito a otro–, ¿tienes diez lucas para seguir chupando? y se marchan abrazados. El rock, éste por lo menos, ha dejado de ser el emblema de paz, amor y música de Woodstock para convertirse en una subversión de los valores que, aunque desatados por la moda punk, algo de historia nacional presente acarrea.





“Punks”
en collera



El rock peruano, aquel gran olvidado en los medios de difusión limeños tiene, contra lo que muchos siempre hemos tratado de evitar, varias tendencias, alejándose más unas de otras; esto es indudable. Hoy toca hablar de aquella que se autodenomina “rock subterráneo limeño” y la que, basándose en el “Combat-rock” (rock combativo), irrumpe nuestros oídos y nuestra atención últimamente. El viernes pasado presenciamos el “Súper-concierto” (como lo anunciaron los organizadores) de AveRock Producciones. Desde que ingresamos al local, notamos lo que sospechábamos con anterioridad. La Concha Acústica de Miraflores era un pandemónium y los presentes estaban entre anonadados por la energía de NARCOSIS y sorprendidos por los improperios subidos de tono de su cantante: “los que nos gobiernan, sean de derecha o de izquierda, siempre serán la misma mierda”.
        “Como muestra un botón”, reza el dicho, y de todo lo sucedido esa noche pueden partir las premisas y las preguntas, aquellas que nos formulamos cuando pensamos diariamente en nuestro rock.
        Existen varios grupos (por no decir muchísimos) que se identifican con este vapuleado “rock subterráneo”. Si bien los precursores de este movimiento en Lima fueron Los Saicos, hace una buena cantidad de años, este movimiento recién se ha ampliado considerablemente desde el año pasado con la inundación de las paredes limeñas del nombre del cuarteto Leuzemia.
        De un año a esta parte, han surgido nuevos nombres, todos con la queja desde el saludo, al presentar sus nombres: Guerrilla Urbana, Anti-Tucos, Zcuela Cerrada, Sarita Colonia y Los Desgraciados, Fosa Común, Flagelo, Los Excomulgados y los mismos Leuzemia y Narcosis, entre muchos otros; también nuevos conciertos, todos con buena cantidad de público como el sucedido el 17 de febrero llamado “Rock en Río Rímac” que inundó la esquina de Tarapacá y Guardia Republicana; y, a propósito de guardias, que culminó cuando Narcosis cantaba su tema “Sucio Policía” y uno de los aludidos disparó un tiro al aire. Se puso peligrosa la cosa.
        Los asistentes a estos conciertos se identifican plenamente con los intérpretes, aunque el viernes pasado recriminaron totalmente a “Del Pueblo”, conjunto que realiza un trabajo tal vez más ambicioso que los demás al presentar una ópera rock (que no creo que sea lo que presentaron esa noche) y que se mueve en otra “onda” musical al realizar ¿rock andino tal vez? Puede ser, pero lo que sí está en la misma onda literaria: se encuentran los insultos, las quejas al sistema, las burlas y el sarcasmo por doquier.
        ¿Por qué entonces el rechazo? Suponemos que debe ser a su música, lo cierto es que “Del Pueblo” está preparando su última ópera que se llamará “Los cinco quetes” y una gira al Cusco, Arequipa y Puno.
        Hay otras preguntas flotando en el ambiente ¿Todos estos grupos se consideran como parte del rock peruano? Parece que sí, aunque la influencia del grupo “punk” inglés “The Clash” en Narcosis es evidente, por ejemplo; estos grupos rechazan totalmente todo lo que venga de afuera. Bueno, las incongruencias están en todas partes.
        ¿No sería bueno unir fuerzas con los grupos que no están en su misma “onda social” (como ellos dicen), para sacar adelante la cosa? ¿No sería bueno sacar la cara todos juntos por el rock peruano, o es que ellos utilizan al rock para decir lo que piensan, olvidándose por completo del aspecto musical?
        Los indicados para responder a todo esto son ellos mismos, aunque lo cierto es que todos los que no están muy identificados plenamente con el rock peruano, piensan que ellos son parte del movimiento rockero nacional. Claro, es la imagen que brota de ellos mismos, lo quieran o no.
        La sociedad tercermundista, aquella que nos agobia día tras día, genera todo este tipo de manifestaciones culturales, las cuales se fortalecen con el correr del tiempo y con la cada vez más larga espera de la solución al hambre, al terrorismo, a la corrupción y al desorden social.
        Hay una premisa importantísima: ellos no tienen definida su línea política a seguir, sino remítanse párrafos arriba y lean parte de la letra de una canción de Narcosis. No le encuentra solución al problema, están totalmente desilusionados de la realidad social y política del país y se encuentran (por lo menos, así lo aparentan), totalmente en contra de todo aquel que no tenga sus mismas ideas.
        ¿Cuáles son sus metas, sus alcances, y dónde están sus raíces? Por lo menos las últimas, parece que en los grupos punks ingleses que surgieron a mediados del ’78 y que dejaron una estela muy numerosa en distintas partes del mundo.
        Lo más importante de todo esto radica en que ellos defienden sus ideas a “capa y espada” (textualmente), esas ideas que hacen que el hombre se realice plenamente al encontrar su verdad y al descubrir que el trabajo efectuado para encontrar eco a sus pensamientos no fue en vano.
        ¿Lo estarán haciendo en la forma correcta? Sólo el tiempo lo dirá.







 


Archivo hemerográfico de ANTENA HORRÍSONA




Fuentes
Sánchez, Enrique. El rock achorado. En: VSD, La República, 21 de junio de 1985, pp. 6-8.

Pérez, Álamo. Punks” en collera. En: VSD, La República, 21 de junio de 1985, p. 8.

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