La reciente euforia de Rock in Rio volvió a poner
al rock en el centro de la noticia. Pero no todo sucede afuera, aquí también
estamos viviendo un cierto e innegable auge: podría decirse que 1984 ha sido el
año del despegue del nuevo rock peruano. Y así como existen grupos musicales
con un acceso más o menos fácil a los conciertos y medios de comunicación
masiva, también existen – no faltaba más – los malditos de distritos
pobres y se empeñan en alentar el surgimiento de un circuito musical
subterráneo verdaderamente alternativo para los jóvenes de los ochenta. Aquí su
palabra, en una crónica preparada por un escritor de su misma generación.
Entramos ya a 1985 y pareciera que las elecciones serán el
alboroto que marcará el compás del año. Los preparativos se intensifican con la
consiguiente andanada de propaganda electoral que, poco a poco, irá invadiendo
el vasto latifundio icónico de los medios de comunicación de masa. Las
preferencias por uno u otro candidato son tema obligado de conversación en las
sobremesas familiares o reuniones de amigos. Este reportaje trata de un
segmento social permanentemente aludido en discursos y programas de toda tienda
política que se precie: la juventud. Esos jóvenes de los que se dice son “el
futuro del país”, “la sangre nueva”, pero que en la misma persistencia que son
aludidos, cuando no “representados” en alguna institución partidaria o estatal,
han venido acentuando en sí mismos, generación tras generación, un creciente
desarraigo en todo aquello que pudiera significar un compromiso cívico o tan
siquiera una tibia identificación con el Perú oficial, caro a los políticos.
Los mismos que, desde el año pasado, comienzan a dejar oír su voz en Lima a
través de las manifestaciones del fenómeno social más importante surgido
durante las últimas décadas sobre el planeta: el Rock.
Lo que para los jóvenes migrantes del campo a la ciudad
constituye la música chicha – tampoco del todo lejana – es, para sus
contemporáneos limeños, el rock. Y más aún hoy que, frente al rock comercial
que propala la mayoría de radioemisoras del país, crece un activismo musical
alternativo que viene de los estratos más pauperizados de la clase media. De
hecho, consideran al rock como un fenómeno social-contracultural propio de las
juventudes metropolitanas en la sociedad capitalista y no como una liviana moda
musical, ni como una pueril bagatela que las transnacionales del mass-cult nos
empujan a consumir, implica ya asumir determinada posición frente al tema.
Asimismo quiero dejar en claro que en estas notas la palabra juventud excluye,
deliberadamente, a su franja privilegiada y minoritaria: aquel sector cuyo
papel ideal de éxito en la vida lo representa – para citar una imagen harto
promocionada por la derecha – un Jaime Bayly Letts chaposo, bienvestido y
hablantín.
DE DÓNDE SON LOS CANTANTES (Un poco de historia)
En la cabeza de Vicente Hidalgo todavía se hallaba fresco el
recuerdo de los últimos conciertos de Leusemia – a los que
todavía se sumaría Narcosis – en los que su música había desatado sucesos de
toda índole. Barrios Altos, Breña, Miraflores, Rímac, Comas, Carmen de la
Legua: escenarios y locales que terminaron siendo, en la mayoría de los casos,
pasto de desorden. Y lo más notorio, que en cada presentación los secundaba un
creciente y compacto número de fanáticos que, seguramente, acababan de
descubrir las posibilidades del rock en castellano. Por fin alguien que les
hablara de la relación conflictiva con una sociedad en la que
(des)aprenden a vivir diariamente.
Jóvenes
callejeros que comienzan a seguir entusiasmados esas canciones como llamaradas
en el aire que dibujan el sombrío destino que les aguarda al final de esa
juventud que aman, y usan como el arma blanca de los acorralados. En un país de
explotados, desempleados y enajenados como el nuestro, no son las únicas – ni
las peores – víctimas de la angurria de las clases sociales que manejan esta
enorme caja registradora en que lo han convertido.
Vicente
chasquea la lengua y piensa que Leusemia y compañía lo saben,
pero eso de ningún modo les quita el derecho a gritar. Pero ¿por qué el rock?
¿No es acaso una versión criolla del punk inglés? Pues el espíritu es similar,
basta echar nomás un vistazo a sus canciones para comprobarlo: “Oirán tu voz”,
“No más líderes No más ídolos No más héroes” “Basuras en tu mente” (Leusemia);
“Sucio policía”, “Destruir” (Narcosis); “Loco burdel” (Zcuela Crrada). La
parentela con la violencia generacional del punk es pues indudable. Londres,
ciudad donde tuvo lugar el primer gran brote a finales de la década del setenta
se vio invadida de la noche a la mañana por pandillas juveniles que empuñaban
sus guitarras para cantar – mejor escupir, gritar, vociferar - la anestesiada
muerte a que el sistema los estaba conduciendo.
Ello
constituyó además una ruptura con quienes habían convertido el rock en una
melodía refinada y complaciente: grupos como los Sex Pistols, The
Clash, Gang of four, The Damned y otros, se pararon sobre los escenarios
y le devolvieron al rock la fuerza y salvajismo que le era connatural. Para
protestar contra el medio no era necesario ser un músico experto; bastaba con
tener ganas de valerse de la música para aullar y expresar violentamente el
propio descontento. William Rowe, intelectual británico estudioso de la obra de
José María Arguedas, declaró hace tiempo a un suplemento local que lo de los
punks era un rock proletario; y que a estas alturas el movimiento generado por
ellos constituía casi la única oposición contundente a la creciente
derechización de Inglaterra.
Obviamente
a nuestro país llegó toda esta revuelta a través de su contorno más frívolo: la
moda, ese sutil mecanismo de defensa de la sociedad de consumo con que
esteriliza las manifestaciones culturales en su contra. Peinados, cortes de
pelo, vestimenta y desinfectadas versiones musicales del fenómeno. Pero eso
felizmente, se limitó a Miraflores y San Isidro.
De
los fundadores, poco es lo que queda en Inglaterra pero el virus ha prendido
fuerte en otros países europeos como Italia y España, en los que si bien ya no
son punks, recogen lo esencial del movimiento y el hardcore en
lo musical. En América Latina también ha tenido una recepción particular, pues
el sino indeleble que ha adoptado es proletario y popular. Así en Brasil, con
los grupos Cólera e Inocentes, surgidos desde las favelas de Sao Paulo y cuyo
principal público y mercado se halla en esas mismas barriadas. En el Perú, a
diferencia de los años setenta con el rock progresivo, el mercado subterráneo
de discos recién viene creciendo. La Cachina en La Parada era un “hueco”
célebre para conseguir discos importados que las disqueras nacionales no
editaban. Luego vendría esa esquina de La Colmena con la universidad
Villarreal; allí se compran discos usados e importados que no suenan en la
radio y que se conocen solo de oídas o por las informaciones que vienen de
afuera. Otras veces alguien consigue un LP raro y luego de los primeros
contactos telefónicos va cayendo gente a la casa del propietario con un
cassette en blanco en la mano. Más tarde, de ese cassette se sacan copias ya
con la fidelidad un tanto deteriorada, pero siempre es mejor que nada.
Es
así como el punk y buena parte del rock de vanguardia que difícilmente entra a
las radios limeñas – a excepción del notable programa “Radio Clash” de 99FM –
se filtra en nuestro país. Incluso se puede mencionar la apertura de un local
donde se puede oír dicha música, el No Helden, en la esquina de
Chincha con Wilson. Sus precios no son tan elevados – hasta donde se sabe no
cobran el ingreso – y sus promotores tienen en mente para un futuro cercano
organizar conciertos con los nuevos grupos y llegar a fundar una disquera
independiente. La gracia de este sitio reside además en que cuenta con la
rockola mejor surtida de Lima, así como con videos poco conocidos.
Vicente Hidalgo sacó de un tirón la hoja del rodillo de la
máquina y leyó lo último que había escrito. Vaya parrafada, se dijo. Buscó la
hora en el viejo reloj encima del estante y vio con alarma que las manecillas
señalaban 3 y 30 de la tarde; tenía treinta minutos para llegar al sitio en que
conviniera el día anterior con la gente de Leusemia. Recogió
apresurado unas cuantas hojas en blanco que yacían sobre su cama y salió de la
habitación maldiciendo el cambio de hora dispuesto por las autoridades. Una vez
en la calle tuvo suerte de que inmediatamente pasara el micro que lo tenía que
llevar al punto de reunión. Se acomodó en un asiento y se dispuso a
dormir apoyando la cabeza en la ventanilla por si había alguna anciana a
pedirle el sitio.
LOS SETENTA PASARON YA O LOS MUCHACHOS DE ANTES NO USABAN
MUÑEQUERA
“Pie derecho”, le dijo el cobrador cuando bajaba, y el
vehículo arrancó levantando una nube de polvo. El periodista estuvo a punto de
perder el equilibrio pero lo salvó una hábil maniobra hecha justo a tiempo.
Murmuró algo para sus adentros y comenzó a buscar a los bichos sobre los que
iba a escribir. Sacó su pañuelo y se lo pasó por el sudoroso cuello. Se
preguntó si los Leusemia habrían olvidado la cita. Recordaba
perfectamente que por teléfono convinieron en la esquina de la avenida Colonial
con Dueñas a las cuatro de la tarde, pues por ahí quedaba el lugar donde tenían
un ensayo.
De
pronto divisó la inconfundible gorrita de Daniel F, guitarrista líder del
grupo, que le hacía señas desde la calzada. Vicente cruzó mientras revisaba sus
bolsos por si le faltaba papel o lapicero, felizmente allí encontró sus
instrumentos de trabajo.
Estaba
también Raúl Montañez, el otro guitarrista y Guillermo Kimba, que tocaba la
batería. Una vez con ellos y luego de intercambiar bromas y saludos, se
dirigieron al garaje donde ensayaban. En el camino Daniel le refirió la
reciente y exitosa presentación del grupo en el coliseo de Cerro de
Pasco. La gente estaba feliz con nosotros, claro que al comienzo fue un
poco frío, pedían canciones de la radio; pero después que tocamos nuestros
temas computaron la onda y ya no querían que nos fuésemos – contaba.
A
la siguiente cuadra doblaron en la esquina y el periodista pudo distinguir una
casa frente a la cual se había formado una leve aglomeración. Unos sentados en
la vereda, otros parados, apoyados con un pie en la pared. “Definitivamente hay
gestos que no cambian”, pensó Vicente Hidalgo; pero tuvo que abandonar a su
suerte a sus deducciones, pues se acercó el cuarto integrante de Leusemia, Leo
Scoria, bajista, segunda voz y también – como Daniel – compositor del grupo.,
aunque recalcó luego, sus temas todavía no los estaban tocando en público. ¿Y
cuñao, cómo estás? se estrecharon la mano y el periodista fue informado que
la bulla proveniente del garaje era de Zcuela Crrada, que había alquilado los
instrumentos a medias con los leusémicos. Los jóvenes músicos pasaron de
inmediato a contar lo que sucede con esto de los equipos: son caros y ninguno
de los grupos de por esos lares tiene para ensayar. Así que ellos recurren a
los servicios de Víctor Quiroga que se los alquila a treinta mil la hora. Pero
no siempre tienen el dinero, entonces solo les queda practicar con sus
instrumentos de madera e improvisar baldes y tarolas como batería, viejo y
extendido recurso.
Se
acerca también Kilowatt Édgar Barraza, el esmirriado cantante de Kola Rock, de
Comas. Y allí están reunidos: polos negros, jeans oscuros, muñequeras de cuero
con puntas de metal sobresaliendo. Algunos con casacas de drill con las mangas
cortadas, la “A” anarquista en la espalda y los lados de la chaqueta hechos
jirones. Ropa no ostentosamente estridente, como se suele ver en algunos
distritos residenciales, sino diferente, de un modo sobrio pero enfático: ellos
no quieren ser confundidos con los jóvenes apáticos e insolentes que babean
detrás de las modas.
El
promedio de edad de los leusémicos es de unos veintidós años. Daniel es el
único que trabaja, el resto cachuelea a veces y cuando no, pica a sus viejos o
hermanos mayores. Son unos vagazos, dice Raúl, que además estudia en la
Villarreal. El grupo se formó en la Unidad Vecinal #3, al costado de la
universidad de San Marcos. Todos ellos, a excepción de Leo, viven por esa zona.
Kimba mete la cuchara para decir que ponga que al pobre Kilowatt lo han botado
de la chamba. El periodista mueve la cabeza afirmativamente y toma nota. Les
pregunta su opinión por las generaciones anteriores de rockeros. Nada
que ver, compadre – contesta Leo. Bueno con los del setenta,
así, ¡nada!- acota Raúl- eran unos recontra gansos. Velasco
los asustó con eso de la “música extranjerizante” y no tuvieron las pelotas
para insistir y ponerse a cantar en castellano, ¿no? Entonces los que quedaban
eran los más comerciales, que sí eran apoyados por las disqueras. We all
together, por ejemplo. En cambio los del sesenta sí eran buena nota,
pero los primeros: Los Saicos- todos lanzan al unísono una
exclamación aprobatoria – y ya un poco menos Los
Yorks y El Polen. Ellos empezaron bien la nota y después vinieron los
otros a cagarla con su música en inglés.
También
existían otros – interviene Kilowatt Barraza-, Los Silvertones, todos
tocaban en el Centro, en La Fontana, en el Embassy, en el Tabaris. Eran un
montón de grupos de barrios así como este, misios. Y querían cantar en
castellano, o traducían letras, como Los Yorks.
Por
la calzada del frente cruzaba una señora que se apresuró en cuanto vio la
aglomeración de “raros” sentados en la acera conversando. Vicente, por
supuesto, se autoexcluía de tal apelativo. Alguien bromea con ellos y en
seguida se pasa al tema de los grupos contemporáneos, los del ochenta, con
quienes Leusemia tampoco parece llevarse demasiado bien. Conocido por todos es
ya Daniel cuando presenta las canciones en público, pues se dedica a fustigar y
burlarse de conjuntos publicitados, como Dr. No, Toilet Paper, Frágil… Hay
quienes dicen que Leusemia tiene la lengua más larga del rock peruano. Es que
ya estamos hartos de los copiones – dice Daniel – estos lo
único que hacen es imitar a los grupos extranjeros y copiar temas de la radio,
ni siquiera pueden cantar en su propio idioma. Es que de repente no se
sienten peruanos, le contesta Vicente, pero agrega, y a Frágil por qué lo
atacan, ellos cantan en castellano ¿no? Lo mismo TV Color, que también ha sido
blanco de sus puyas… Mira, Frágil se demoró bastante en
cantar en castellano, ellos tocaron un montón de tiempo temas de grupos como
Génesis y otros de la progresiva – repone Raúl – y TV Color ha
recogido gente con un pasado negro, unos que han tocado en You y
grupos del setenta…
Del
mismo modo reconocen en ambos un tufo “argentinoide” que no se les cocina. En
cambio se identifican con gente como Cimiento, Narcosis, Zcuela
Crrada, Flagelo, Desorden Social, Guerrilla Urbana, Valium, Flema, Kola Rock,
Fuga, Kotosh, M-10, Los Excomulgados, Autopsia, Sarita Colonia y los
Desgraciados, Km-11, de Comas. Interrogados por su opinión acerca del
grupo Delpueblo – en sus dos versiones – responden que les
gustan sus temas más fuertes, aunque todos los que están trabajando
cosas suyas, están bien, compadre. “Músicos valientes” llama Pico Ego
Aguirre a los que se lanzan con temas propios.
Luego
les oyó hablar con respeto de la música chicha, la cual respondía a las necesidades
de otro público, dijeron. Poco conocían de un grupos arequipeño – Furia –
proveniente de uno de los pueblos jóvenes de la ciudad blanca, que tocaba un
rock bastante “achichado”.
Más
tarde le tocó ensayar a Leusemia y el periodista los vio
evolucionar en un garaje descolorido y con ropa tendida al fondo. Los
instrumentos no eran, óptimos, pero digamos, servían. Después del tiempo
pactado, salieron nuevamente a la vereda, esta vez con Edwin de Zcuela
Crrada que debutara la semana pasada, tras escasos dos meses de
práctica y de ese tiempo, tan solo en dos oportunidades, con instrumentos
eléctricos. Era evidente: existía una desesperada necesidad de expresarse.
A LOS HIJOS DEL RUIDO LES ABURRE LA MÚSICA DE LOS POLÍTICOS
Cuando
el sol comenzaba a declinar acordaron marcharse a casa de Daniel. Y se decidió
hacer el tramo a pie; después de todo la Unidad Vecinal no quedaba tan lejos.
Alguien habló de comprar una botella de ron. En el camino Vicente recordó la
charla que tuviera durante el último concierto con Wicho, cantante de Narcosis
– al igual que la mayoría de estos músicos desarreglosos, se resistía a dar su
apellido. Narcosis había popularizado dos canciones que
eran verdaderos clásicos en los conciertos: “Sucio policía” y “Destruir”. Sus
letras eran más pegajosas que las de los “leusémicos” pues se les escuchaba
mejor. Solo eran un trío: cantante, guitarra y batería. Tocando usualmente con
equipos de muy baja calidad, era difícil la audición de la letra de las canciones;
de modo que la fórmula les resultó eficaz: a pocos instrumentos la voz
resaltaba mejor. A pesar de ello, Leusemia, con el doble de instrumental –
todos tocan uno – lo resuelve poniendo el peso en la fuerza y el zafio talento
con que ejecutan sus temas. Y cuando les toca un buen micrófono, los problemas
se reducen considerablemente.
Wicho
(24) le contaba que lo que sucedía con él y sus compañeros, Jorge M. (16) y
Fernando Vial (20), era que a ellos lo único que les interesó siempre fue la
música. Se dedicaban a hacer todo tipo de negocios para comprar y encargar los
discos que les interesaban. Y al final terminaron abandonando estudios y
supeditando sus ocupaciones diarias a lo central, que era por supuesto escuchar
música. Hasta que de pronto se les prendió el foquito y se mandaron a buscar la
manera de formar un grupo de rock. Primero, dijeron, lo mejor era aprender y
tocar algún instrumento.
Y
un poco así sucede con todos. La cosa viene del punk. Picado por la curiosidad,
Vicente recuerda que sacó su lapicero y preguntó. Del punk –
dijo Wicho – más que la etiqueta, rescatamos el espíritu. La fuerza con
que se expresaban las cosas, lo que ocurría en la calle, en la vida diaria, y
sin necesidad de hacerlo “bonito”.
Un
grito de Kilowatt Barraza arrancó al periodista de su ensimismamiento. Habían
llegado. En las escaleras del bloque de Daniel, esperaban Wili Jiménez y Riki
Paredes, 19 y 18 años respectivamente.
Ambos,
del autodenominado grupo “anarcomestizo” llamado Desorden Social.
Vicente todavía tenía en la memoria la letra de su canción “Escupir rubios en
Miraflores”; sin embargo, la pregunta sobre el punk a los de Leusemia le quedó
revoloteando por la cabeza.
¿El punk? Mira – dice Daniel F
– para nosotros ellos le abrieron cien puertas diferentes a todo el
mundo. Sacaron a los chicos de la calle, entre ellos a mí. Para esa época
(78-80) no había nada, el estudio no iba con nosotros el trabajo rutinario era
una joda que nos esforzábamos en evitar y ni siquiera la música que queríamos
existía. Los New York Dolls e Iggy Pop & The Stooges ya
mancaban. Claro, nos quedaba la droga o seguir a las bandas callejeras que
se dedicaban a robar para subsistir… Hasta que conocimos el punk y copiamos su
propuesta, su llamado desesperante ante un mundo que te engullía sin remedio.
Vimos que había gente en quien creer, pero sin necesidad de copiar e imitarles.
Así muchos comenzamos a buscar material sobre ellos, discos, revistas,
declaraciones, y pronto nos tiramos a componer nuestras canciones con mayor
libertad y sin los condicionamientos que te imponen los rockeros
convencionales, tú sabes, eso de que “si no sabes tocar bien, mejor no toques”.
Bueno,
punks o no punks, lo cierto es que estaban proscritos de varios lugares. Se
dice incluso que el No Helden tiene serias reservas en
invitarlos a que den un concierto en su local – y varios propietarios de
equipos de sonido se negaban a alquilárselos. Sumado a ello estaban las
calificaciones que su comportamiento agresivo y procaz les había colgado:
“Folclóricos”, “antisociales”, trotsquistas”, y “fascistas”. Y esto último era
lo que parecía pesar más. Pues las pintas que “adornaban” muchas paredes
limeñas, junto a su nombre siempre aparecía una esvástica nazi, que al cabo de
algún tiempo fue reemplazada por la “A” dentro de un círculo.
¿Fascistas
nosotros?, ni hablar compadre, continúa
Daniel. Requetedefinitivamente, ¿no?, no somos tan estúpidos como
para apoyar algo con un historial tan negro. Solo a un idiota se le ocurriría
pensar que a los jóvenes de los ochenta les encanta la idea de ser amarrados a
un sistema ultratotalitario. Pero insiste el periodista, ustedes tienen
canciones, y no me negarán que les vacilaba usar todos esos símbolos,
¿no? Eso solo fue táctica – alega – es lo que en el
grupo denominábamos “la táctica del puñetazo”, en nuestras primeras actuaciones
llamábamos mucho la atención con nuestros cueros, remaches y ropa negra,
hacíamos el saludo hitleriano y firmábamos con esvásticas. Era como patearles
el culo a los que estaban de espaldas a los nuevos grupos y decir ¡mírame!
¡Existo!
¿Y
eso a las finales no fue contraproducente? Por ejemplo, para comunicarse con
otros patas que andaban en la misma onda que ustedes… Pasado el tiempo,
en realidad sí, nos vetaron de muchos sitios (aún lo hacen) y hacía que
desconfiaran de nosotros – reconoce el guitarrista.
Leo
agrega que a Leusemia no le agrada nada de política. ¡Ah! Dice
Vicente en un alarde de perspicacia, ¿vas a votar en blanco? En negro
cuñao, en negro voy a votar. Todos celebraron la respuesta.
Nosotros – añade Edwin Zcuela – estamos
en esto por pura necesidad de expresarnos. Y estamos en contra del sistema
porque gira siempre alrededor de un grupo de poder. No somos como otros grupos
oportunistas como Overkill, Toilet Paper, La Pandilla., que solo tocan porque
se ha puesto de moda hacerlo.
Pero
lo que sí queremos decir – interviene nuevamente
Daniel – es que Leusemia y el circo de la demagogia política nacional
no tienen ningún punto en común. Somos parte de una juventud que no cree ya en
nada y se resiste a ser devorada por los convencionalismos hipócritas que nos
pretenden anular. Creo que cada uno tiene la posibilidad de decidir y actuar
sin condicionamientos en base a lo que tiene en la cabeza.
El
periodista se rascó la mollera y pidió la botella que estaba circulando desde
hacía unos minutos. Todos se encontraban sentados en las gradas del edificio,
los vecinos parecían ya acostumbrados, pues no le daban la menor importancia al
hecho de que una pequeña turba de muchachos estuviera sentado conversando,
tomando u oyendo música de un tocacassette portátil que Kimba, hermano de
Daniel, acababa de sacar.
Los
chicos de Desorden Social cuentan que un nuevo grupo se ha
formado en el colegio Melitón Carvajal; por ahí alguien se queja que Kilowatt
no devuelve un cassette de U2 que le han prestado. El interpelado niega.
Alguien pide la dirección del local del próximo concierto. Risas y tomaduras de
pelo, lucían libres y despreocupados, ¿lo eran en realidad? Vicente recordó una
vieja frase de Jimi Hendrix, guitarrista genial que se inmolara hace quince
años. “Si parezco libre es porque siempre estoy corriendo”.
Preguntados
por Sendero Luminoso o los Tupacamarus, manifestaron cierto respeto; pero aquel
cuyo único fundamento se hallaba en que estuvieran hostigando, digamos, al
mismo enemigo. Por lo demás, les resultaban tan ajenos como cualquier otro
grupo político. Incluso Raúl llegó a alertar que hay candidatos que
están usando eso de que son jóvenes, cuando la gente joven como nosotros nada
tiene en común con ellos.
Lo
que nos interesa - tercia Daniel – es que se llegue a formar un
movimiento de jóvenes que se identifiquen con lo que nuestra música y actitudes
expresan. Y así ellos mismos comiencen a hacer sus cosas; que hagan funcionar
su cerebro y computen la situación en que viven, que despierten a la realidad.
Leusemia es una de las pocas bandas que promueve y le da la mano a los grupos
que comienzan y no están en ninguna de las argollas que tienen un padrino que
los protege. Es por eso que siempre insistimos en hacer un llamado a todos los
que están haciendo rock en castellano, con temas propios, a que se unan.
Sí, eso era ya una necesidad. Ahora que, lenta pero
irreversiblemente, se está constituyendo todo un circuito subterráneo dentro
del cual se empiezan a identificar canciones, gestos y lenguaje; y que sitúan
su territorio lejos de la frivolidad de la sociedad de consumo y principal
clientela: los jóvenes adinerados que, a estas alturas, poco tienen que ver con
la actual fisonomía cultural del país. Y lo que es más, se trata de un circuito
subterráneo que lucha por arrebatarle la hegemonía a la música comercial que
propalan las radios. Quizás se deba a que los rockeros de esta generación
piensan en la música como un complemento a su actitud frente a todo lo que les
rodea: allí coincidieron tanto Leusemia, Narcosis,
como Zcuela Crrada. Momentáneamente es un grupo que crece,
porque los está descubriendo, y empieza ya a agenciarse sus propias
publicaciones – Costra, Fosa Común, LuzNegra – a reconocerse en ciertas
imágenes plásticas revoltosas y pendencieras. Las escenografías “portátiles” de
Herbert Rodríguez han acompañado muchos de estos conciertos – y que ya asume
conductas sociales que invariablemente terminan colisionando con la ideología
dominante, impuesta para la conservación del orden establecido.
Mientras
Leo se quejaba de que en su casa a diario lo fastidiaban porque creían que no
hacía nada o, de cualquier manera, porque Leusemia era nada –
su padre es un conocido cultor de la música clásica – Vicente decidió poner fin
a la jornada y comenzó a despedirse de sus amigos.
Hasta
el final muchos de ellos dudaban que el periodista lograra colocar el reportaje
en un periódico. Les parecía un privilegio exclusivo de los músicos de “arriba”
con su música correcta, positiva y siempre presentable; aunque no fuera
original no tuviera la fuerza de lo auténtico: eran los que grababan y ofrecían
los más publicitados conciertos, los más fotografiados y adorados por los que ellos
llamaban “chiquillas con sebo en la cabeza”. Pues aunque Leusemia, como les
gustaba decir, fuese la banda limeña que más alto ha llegado (5000 metros sobre
el nivel del mar, en Cerro de Pasco) estaba condenada, decían, a la
maledicencia de las muchedumbres ávidas de modas y palabras complacientes.
¿Y
por qué les preocupa? – murmuró Vicente Hidalgo, trasponiendo las últimas
paredes sucias y jardines descuidados de la Unidad Vecinal – después de todo,
ya dijo alguna vez David Bowie que el rock, el verdadero rock, ha sido siempre
la música del demonio.
FUENTE: Malca,
Óscar. La voz
es el rock maldito: Crónica de los nuevos rockanroleros limeños. (8 de
febrero de 1985). VSD, suplemento del diario La República, pp. 2-6.
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